Por el Dr. Dr. Ricardo T. Ricci | 19 FEB 14

Ciencia, Docencia y Medicina.

"Necesitamos docentes que sean amigos de la verdad no los dueños de la misma".
Autor/a: Dr. Ricardo T. Ricci 

"Dentro del paradigma actual, no hay un equilibrio adecuado entre las ciencias biomédicas y las ciencias sociomédicas"

Quienes nos dedicamos a la práctica de la Medicina y a la vez nos desempeñamos como docentes en la formación de los futuros colegas, tenemos una relación muy particular con la ciencia y sus postulados. Afirmamos, y no podemos dejar de hacerlo, que nuestra práctica se fundamenta en sólidos cimientos científicos. Nuestros alumnos son iniciados en los conocimientos de las ciencias básicas como la biofísica, la bioquímica, la anatomía, la fisiología entre otras. Al mismo tiempo, nos empeñamos en que adquieran nociones básicas de sociología, antropología, bioética e historia de la medicina. Es decir, ciencia, ciencia, y más ciencia.

Dentro del paradigma actual, no hay un equilibrio adecuado entre las ciencias biomédicas y las ciencias sociomédicas de modo que la formación médica tiene aún un marcado tinte positivista. Ese sesgo formativo a favor de las ciencias biomédicas, nos permite afirmar que nuestros estudiantes, y por lo tanto nuestros médicos, son formados bajo el influjo de un paradigma hegemónico netamente inclinado a priorizar las ciencias biológicas en detrimento de las ciencias sociales, de las ciencias humanas y de las artes.

Durante la permanencia en la facultad, esta hegemonía parece funcionar en un cien por cien, sin embargo a la hora que los estudiantes entran en contacto con la realidad humana, la cuestión parece complicarse. Lo humano concreto y lo social se hacen evidentes e ineludibles, no se puede mirar hacia otro lado. Los tratados de ciencias básicas y clínicas parecen resultar insuficientes para enfrentarse a las cuestiones de todos los días. Esta realidad puede ser enfrentada, sentirse desafiados por ella y motivados a tomar alguna actitud concreta o, por el contrario, soslayada.

Lamentablemente en general se opta por la solución más fácil: mantenerse en la línea en la que se efectuó la formación y no exponerse a ser cuestionados por situaciones que impliquen la posibilidad de cambios que compliquen la vida. Permanecer bajo el paraguas de lo biomédico, asegura la permanencia en un medio de mayor certidumbre que protege contra la exposición a lo concreto, permite ejercer la profesión sin la presión de lo social. Esto hace que algunos médicos realicen su práctica de manera impersonal y divorciada de las realidades concretas que el rostro humano les propone en el cambiante e inestable medio social. Los nuevos médicos se enfrentan entonces con el medio social de modo mecánico, despersonalizado, programado, protocolizado, como viviendo en una realidad paralela que los expone a conflictos con los pacientes y a sufrir en carne propia dolorosos fenómenos de agotamiento y alienación.

La mayoría de las facultades de medicina forman una suerte de ejecutores de prácticas basadas en las ciencias duras, ajenos a las personas y las realidades sociales estudiadas por ciencias humanas a las que nunca tuvieron acceso en su etapa formativa. Esto los expone a un desenvolvimiento improvisado e intuitivo basado en su formación personal extra académica que provoca la realización de prácticas que no solucionan los problemas reales de la población a la que juran servir. Los egresados a menudo reniegan de su profesión por sentirse defraudados en la práctica, sin darse cuenta que nunca recibieron las herramientas necesarias para operar con la realidad concreta, que nunca se les proveyó de instrumentos para observarla, conocerla y criticarla, y mucho menos de los modos que les permitan hacer el intento de modificarla con alguna posibilidad de éxito.

Los nuevos médicos reclaman ejemplos, solicitan instrumentos, exigen conocimientos científicos provenientes de las ciencias de la sociedad que les permitan posicionarse ante sus pacientes de una manera más eficaz y eficiente. Es necesario formar médicos que solucionen los problemas de los hombres y las sociedades, individuos que sean algo más que operadores de conocimientos científicos desencarnados.

¿Cómo hacerlo?

Más allá de todo cambio debidamente justificado, que pueda redundar en una modificación de perspectiva del estudiante de medicina inclinándola hacia el reconocimiento del ‘otro’ como diferente, del ‘otro’ que irrumpe en mi vida reclamando una respuesta básica: reconocimiento y respeto. Más allá de mostrar al alumno la realidad social a la cual pertenece, las características culturales y las representaciones de la salud, la enfermedad y la asistencia médica. Más allá de eso y antes de todo eso, es preciso formar al formador.   

El cambio que es menester enfrentar cuanto antes en las escuelas de medicina, es el de la formación de los formadores. Ese cambio es un asunto complejo que amerita ser consensuado y debidamente justificado, en ningún caso debe ser impuesto.

Entre otros aspectos que no tendremos en cuenta a los fines de presente trabajo, la formación de los docentes de la facultad de medicina debe incluir una profunda reflexión epistemológica.

La reflexión epistemológica sugerida debiera poner énfasis en los siguientes ítems:

  1. Reconsideración de la noción de verdad y su relación con el sujeto cognoscente.
  2. Valoración del recorrido histórico de la propia disciplina/ práctica.
  3. Reconocer la existencia de los paradigmas en la ciencia.
  4. Dar noticias acerca de la complejidad como modo de hacerse cargo de la realidad.
  5. Reconocer los límites de la ciencia.
  6. Promover la apertura al reconocimiento de ‘otro’.

La verdad:

"Necesitamos docentes que sean amigos de la verdad no los dueños de la misma"

La ciencia supone la existencia de una realidad que puede ser conocida. Ello le permite embarcarse en la atenta observación de regularidades y en la experimentación concienzuda y debidamente reglada. Eso no supone un acceso a la verdad de manera incontrovertible. La verdad revelada no es el ámbito del conocimiento científico. Al sujeto humano cognoscente le está velada la verdad, acerca de ella tiene indicios parciales. El sujeto que conoce no tiene acceso a la cosa en sí, a los fenómenos en sí. La verdad científica es un concepto mucho más modesto basado en la relación de que las cosas y los fenómenos tienen entre sí.

La comunidad científica reconoce verdades parciales probadas que le permiten hacer un modelo de la realidad con la que los científicos pueden operar y ampliar el espectro de lo conocido. La verdad tiene íntima relación con el medio en el que ella se produce y la cultura de quienes la estudian. La ciencia nos ha enseñado acerca de la relatividad del concepto, respecto del ámbito socio cultural en el cual se realizan los descubrimientos y se plantean las hipótesis que han de transformarse en teorías acerca de la verdad. La ciencia no ha de olvidarse de la provisionalidad de sus enunciados, de la falibilidad de sus logros y aseveraciones.

El docente de medicina debe tener en cuenta que él mismo no es un privilegiado poseedor de la verdad, que todo su conocimiento está preñado de falibilidad. Debe ser consciente que las verdades que hoy transmite, pueden ser replanteadas, reformuladas y hasta contradichas mañana. Es conveniente que reconozca que su lugar en el universo de la epistemología es de una endeblez considerable. Que se encuentra en un mundo de sentido entretejido por el lenguaje, en el cual hasta es posible negociar acerca de la verdad, es necesario escuchar a los otros para tener soportes intersubjetivos que, después de cuestionarlo en el seno de las discusiones con los otros, le permiten ampliar y solidificar su bagaje de información y de aproximación a la verdad. En definitiva, necesitamos docentes que sean amigos de la verdad no los dueños de la misma. De otro modo caeríamos en el dogmatismo científico, justamente lo que la ciencia más detesta.

La historia.

La historia de la medicina está plagada de ejemplos de lo que afirmamos en el punto anterior. El andar de los médicos ha sido tentativo, el tiempo les ha dado la razón provisoria, o los ha disuadido de los procedimientos y decisiones efectuados. La historia permite conocer el recorrido intelectual de quienes practicaron el arte de curar durante cientos de años, de sus aciertos y sus errores.

Mediante las crónicas podemos tener acceso a los desafíos enfrentados por los médicos, a la organización y fundamentación de sus razonamientos, las conjeturas y los aparatos de verificación. La tozudez por permanecer en sistemas de eficacia nula, la incapacidad para salirse de los cánones impuestos por las culturas y las sociedades a las que pertenecieron. Así mismo podremos valorar el nacimiento de las ideas geniales, la serendipia y la casualidad en algunos descubrimientos, la valentía en asumir el riesgo de la innovación aún en detrimento de sus vidas.

La historia de la medicina nos mostrará de manera sistemática a los médicos insertos en sus medios sociales, intentando solucionar los problemas de las gentes concretas. Por medio de ella nos anoticiaremos que los grandes éxitos de la medicina nunca estuvieron divorciados de los cambios sociales, que en general son contemporáneos a los cambios de las condiciones de salubridad de las poblaciones, del tratamiento de las excretas, de la disponibilidad de agua potable, de la eliminación de vectores. La medicina no actuó sola, lo hizo en conjunto con una sociedad que buscaba para sí mejores condiciones de vida. Esta evidencia nos recuerda de manera incansable, que el médico no es un ser aislado sino un individuo que intenta modificar una realidad insalubre y mejorar la vida de los demás.

Por otro lado nos mostrará las marchas y contramarchas de las evidencias, la transitoriedad de los aciertos, el incremento de la precisión de los procedimientos de investigación, y también la letalidad de los errores cometidos. Reconoceremos una profesión en permanente modificación y crecimiento, en permanente confrontación con la incertidumbre, plagada de éxitos que potenciar y fracasos de los cuales aprender.

Paradigmas


Conviene que los formadores sean conscientes de que la ciencia no se hace en solitario, que la genialidad es una rareza. Conviene que estén advertidos de que la ciencia es un proceso en continuo cambio y que esos cambios se realizan de forma paulatina y también en forma de revoluciones científicas. Los formadores de médicos deben estar advertidos que trabajan bajo el imperativo de un modelo o paradigma que condiciona todas las investigaciones, las interpretaciones, las observaciones y la mismísima forma de hacer ciencia.

 

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