La homosexualidad no es una enfermedad mental | 16 DIC 13

Homosexuales: 40 años sin el estigma de la enfermedad

El 15 de septiembre de 1973, los quince miembros del Consejo de Administración de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría votaron por mayoría retirar a la homosexualidad el estatus de enfermedad.

Por Ainhoa Iriberri

Era la primera vez que una decisión científica de este calado se tomaba por presiones sociales y no porque existieran evidencias biomédicas, aunque existían.


La bandera con el arcoíris es el símbolo del movimiento gay desde 1978. / Ludovic Bertron

“Los psiquiatras, en una encrucijada, declaran que la homosexualidad no es una enfermedad mental”. Con este titular reseñaba The New York Times el 16 de septiembre de 1973 la histórica decisión tomada el día anterior por los quince reputados psiquiatras que formaban el Consejo de Administración de la organización profesional de esta especialidad más influyente del mundo, la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA).

La decisión se reflejó en la siguiente edición del manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM), la referencia imprescindible para los psiquiatras. El ‘castigo’ se levantó solo parcialmente, ya que la homosexualidad continuó siendo una patología rebautizada como orientación sexual alterada (SOD, por sus siglas en inglés), que podía ser tratada en el caso de que la persona no se sintiera a gusto con su identidad sexual.

Cuarenta años después de esta decisión, todavía algunos médicos afirman que la homosexualidad se puede curar, a pesar de que no hay un solo estudio que lo demuestre. Robert Spitzer, autor del único artículo que trataba de argumentarlo científicamente, publicado en 2001, se retractó de sus conclusiones el año pasado.

Como explica el profesor de Ética y Política de la Universidad Estatal de California en Northridge Juan Antonio Herrero, autor del libro La sociedad gay. Una invisible minoría­, fueron los activistas gais quienes con sus protestas lograron la desmedicalización del concepto homosexual. “El escándalo dio paso a la desconfianza hacia el rigor de la ciencia, ya que se puso en evidencia que bastaba una votación para que algo considerado como enfermedad dejara de serlo”, comenta a SINC.

Se puso en evidencia que bastaba una votación para que algo considerado como enfermedad dejara de serlo. No es que no hubiera aval científico para la petición del colectivo gay. Por el contrario, desde que a principios de la década de 1950 Alfred Kinsey publicara el famoso informe que lleva su nombre y que demostró que el 37% de los varones encuestados había tenido al menos una experiencia homosexual, el asunto estaba en continuo debate.

Un debate que avivó la psicóloga de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) Evelyn Hooker, que en 1957 publicó el estudio La adaptación del varón abiertamente homosexual, en el que seleccionó a treinta hombres que asumían su condición de gais –los estudios anteriores se habían llevado a cabo con pacientes de psiquiatras– y treinta heterosexuales. Les hizo test y entrevistas en profundidad, que se grabaron y transcribieron. Los resultados de las pruebas, blindadas, fueron remitidos a psiquiatras de renombre, a los que la autora pidió evaluación. No hubo diferencias en el resultado entre los dos grupos.

A pesar de trabajos como el de Hooker, no hubo un estudio determinante que motivara la decisión de la APA. Pero desde 1968, año de la primera edición del DSM II, hasta 1973, algo cambió en la sociedad. El activismo gay dejó de ser minoritario para convertirse en una proclama social comparable a otros movimientos de liberación. La máxima expresión fue la marcha Stonewall Riots, celebrada en Nueva York en 1969, solo un año después de la publicación del manual.  

Psiquiatras gais salieron del armario

Psiquiatras homosexuales que no habían hecho pública su condición empezaron a movilizarse, ayudados por acciones de protesta en cada una de las reuniones y congresos que celebraba la APA. Un episodio destacado lo protagonizó el psiquiatra John Fryer, que participó en una convención de la asociación de 1972 ataviado con una máscara y haciéndose llamar Dr. H. En su charla, Fryer comparó la lucha homosexual con la de los negros estadounidenses y desveló que muchos otros psiquiatras compartían su orientación sexual.

El jefe de Psiquiatría del condado de Montgomery en Maryland (EE UU), Robert Peele, portavoz de la APA para este reportaje y miembro de la junta directiva de aquellos años, recuerda que antes la medicalización del homosexual se había visto incluso como algo positivo. “Hay que tener en cuenta que se consideraba un crimen penado con la cárcel”, señala.

Además, apunta, el estigma hacía que muchas personas odiaran ser gais y buscaran la curación que muchos psiquiatras prometían. Por esta razón, la votación del Consejo de Administración –que se resolvió con trece votos a favor y dos abstenciones– no sentó bien a muchos de los 20.000 psiquiatras de la APA, que forzaron un referéndum en el que votaron a favor solo un 58% de los afiliados.

“La decisión suponía dejar sin ingresos a muchos psiquiatras. Hubo una rebelión entre ellos porque se quedaban sin negocio”, afirma Herrero

Para aplacar los ánimos, explica Peele, se dejó el diagnóstico de orientación sexual alterada (SOD). Aquello permitía a los homosexuales buscar un tratamiento que, según resalta Peele, nunca demostró ninguna eficacia. “Las terapias eran sobre todo psicoanalíticas, técnicas de condicionamiento sexual”, señala el veterano psiquiatra, que ha participado en la redacción de todas las ediciones posteriores del DSM incluida la última, el polémico DSM-V.

Peele resalta que, por mucho que ahora parezca una abominación, muchos psiquiatras respetables de la época veían la homosexualidad como una enfermedad y su oposición a la desmedicalización fue sincera.

Herrero tiene una visión más crítica de lo que sucedió. Para este estudioso del tema, los motivos por los que la homosexualidad se mantuvo –aunque fuera parcialmente– como trastorno en la séptima edición del DSM-II fueron puramente económicos. “La votación de la APA suponía dejar sin ingresos a muchos psiquiatras. Hubo una rebelión encabezada por Charles Socarides [que afirmaba que la homosexualidad era reversible], porque se quedaban sin negocio”, afirma Herrero.

Mientras en EE UU la homosexualidad dejaba de ser un trastorno, las cosas eran muy distintas en la España del tardofranquismo. Herrero afirma con rotundidad que el cambio sugerido por los psiquiatras estadounidenses “se ignoró” en el país.

El psiquiatra Enrique González–Duro, que trabajó treinta años en la sanidad pública española y se jubiló como consultor del Hospital Universitario Gregorio Marañón de Madrid, coincide con Herrero en que la resolución de la APA “pasó desapercibida” en este país, donde tuvo más impacto el siguiente cambio. El DSM-III retiró el SOD como trastorno pero lo cambió por la llamada homosexualidad egodistónica, que se aplicaba a los pacientes con estrés permanente por no aceptar su orientación sexual.

A Badajoz los pasivos, a Huelva los activos

“Siguió el negocio, puesto que los psiquiatras que antes trataban para cambiar la orientación sexual, después lo hacían para conseguir que lo aceptaran”, apunta Herrero. “Nos alegramos todos, porque contribuyó a la liberación del movimiento gay”, apunta González–Duro.

Pero antes de que esto ocurriera, y mientras en EE UU los activistas gais reventaban congresos psiquiátricos, en España se aprobaba en 1970 la Ley sobre peligrosidad y rehabilitación social, que castigaba duramente la práctica de relaciones homosexuales. “La Ley se preocupa de la creación de nuevos establecimientos especializados donde se cumplan las medidas de seguridad, ampliando los de la anterior legislación con los nuevos de reeducación para quienes realicen actos de homosexualidad […]”, rezaba el texto. Los dos centros estaban en Badajoz, que se destinó a homosexuales ‘pasivos’, y Huelva para ‘activos’.

Sin embargo, y como subraya Herrero, “el número de gais internados fue mínimo”. Esto no quiere decir que la homosexualidad no se considerara una enfermedad, algo sustentado incluso por teorías científicas patrias. Gregorio Marañón la definía como patología y creía que se podía curar aunque, eso sí, dejaba claro que el homosexual eran tan poco responsable de su ‘anormalidad’ como un diabético de presentar niveles altos de glucosa.

 

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