Historias con nombre y apellido | 25 SEP 10

El médico que les hizo un tackle a las drogas y a la pobreza

Delger: "Lo mejor es el tercer tiempo, que es el de compartir".

Alejandra Rey / D Foto LA NACION   /   Emiliano Lasalvia

Parece inconmovible. Nada lo hace titubear. Ni el escándalo de sol que penetra por la ventana y le baña los ojos celestes y chiquitos lo perturba. El hombre habla pausado sin mostrar fisuras en su discurso, algo tenso. Bebe su té negro, todo con la misma ajenidad y mirada esquiva. Pero habrá un momento en que Rafael Delger entregará su alma al reportaje: cuando reconozca, con ojos húmedos, que los chicos que él entrena en el Virreyes Rugby Club y que vienen de situaciones límite, tristes, de pobreza, es la segunda cosa más importante de su vida. ¿La primera? Los partos, la vida que trae al mundo con sus manos de médico ginecólogo y obstetra.

Delger cree que vamos en busca de la miseria de los chicos de Virreyes y él quiere contar lo otro, lo que se logra con esfuerzo, no su propio esfuerzo, sino el de los adolescentes de barrios con carencias que se entrenan, aman el rugby y sueñan con un mundo diferente.

"Lo que vale es el proyecto -dice Delger, de 47 años, divorciado, sin hijos-, el esfuerzo de los chicos que asisten al club, que estemos jugando en primera, que muchos de esos pibes hayan logrado terminar el secundario, que algunos ya estén en la facultad, que se alejen de las drogas y del alcohol bajo las premisas que tiene, este deporte: compañerismo, amistad, solidaridad y valores".

El atardecer en el Club Virreyes tiene feo olor, un olor que se nos mete bajo la piel con infinita impunidad, mientras por la vista, entre los dos palos, se mezclan caballos, cartones, miseria y ocaso. No logramos identificar la peste que entra por las narices de los que estamos en el campo de deportes embarrado y que ellos, los que se están entrenando, ya no huelen. "Hay un frigorífico enfrente -dice Delger, mientras posa para la foto y los chicos le gritan: «¡Modelo, facha!» y él se pone vergonzoso-, pero es lo que tenemos, y tenemos muchísimo."

Porque este club, que nació por la acción solidaria de dos ex jugadores de rugby y de sus esposas, que no soportaron ver tanta desigualdad y siguió con muchos colaboradores que le pusieron garra, dinero, alimentos y fe al proyecto, entrena a unos 500 chicos; les da clases de apoyo para que puedan terminar el colegio; los asisten con becas para la universidad y, básicamente, los escuchan y les muestran que una pelota no es sólo de fútbol, que el "tercer tiempo" es el de compartir y que, como ellos mismos dicen en broma, "en la escuela son los chetos del rugby".

Porque estos adolescentes en edad de riesgo vienen de la infamia de la pobreza que el gobernador Daniel Scioli no resuelve, suelen tener a sus padres presos (ellos dicen que están "de vacaciones"), enfrentan embarazos adolescentes de sus novias niñas, pero zafan, en su mayoría, de cartonear, de fumar paco, de contagiarse enfermedades de transmisión sexual, se salvan hasta de las balas y de la muerte gracias al rugby y a la gente como "Rafa".

Y Delger, el hombre de hielo, se derritió hace tres años ante esos pibes y se sumó al proyecto por el que cada día deja un jirón de su vida. "No es loable lo que hago yo, que es entrenarlos. Lo bueno es lo que hacen ellos." Porque ellos llegan a veces sin desayunar, con angustias irrepetibles y Rafael, entre otros entrenadores y hacedores de Virreyes, los escuchan y los consuelan.
El médico que les hizo un tackle a las drogas y a la pobreza
1 de 12  - Rafael Delger divide sus días entre la medicina y el rugby, es obstetra, y cuando se quita el gaudapolvo entrena a chicos humildes en el Virreyes Rugby Club  -   Foto: LA NACION Emiliano Lasalvia

 
¿Por qué lo hace este hombre?

Hay una asignatura pendiente que Delger salda a tackle limpio: su propia infancia de necesidades afectivas, que lo condenaron a ser un pibe triste, introvertido, con infinitas imposibilidades de expresarse, el nerd de la clase. Y él, ahora, salda la deuda dando todo lo que puede para que a esos chicos nadie les quite el futuro.

"Siento que soy servicial, que necesito ayudar a los demás para que tengan una vida mejor. Mirá, nosotros vemos de todo en el club: a los que se van de la casa a los 16 años y no pueden volver porque hay violencia doméstica. Hablamos con ellos y con los padres. Los pibes saben que acá los contenemos y que pueden contar con nosotros sin sentirse diferentes."

Y cuenta Delger el caso de un chico que pintaba para campeón y un buen día desapareció del club. Dijeron que habían escuchado rumores, que a veces robaba y a todos se les paralizó el alma. Este verano reapareció y, honrando la logia de los códigos, nadie preguntó nada y le volvieron a hacer un lugar en el club.

"¿Con qué derecho vamos a juzgar? Nosotros estamos para ayudarlos, no para hacer un juicio de valor", dice, y relata otro caso que le tocó mucho el corazón.

Era un nene feliz, tranquilo, hasta que comenzó con una irritabilidad muy marcada. Entonces, "Rafa" fue hasta la casa y descubrió que en ese barrio, de muchas necesidades, a los padres del chico una vecina le había hecho un juicio porque el perro había mordido a uno de la prole y debían pagar 1000 pesos por mes: una fortuna. "Eso se habló en el club y al chico se le consiguió una beca y le regalaron los botines", cuenta.

Es que la guerra de los pobres contra los pobres es lo que más apesta en este país. Y Delger está harto de ese olor miserable y asqueroso. No lo puede respirar más. Por eso ayuda a todos los que caen en sus manos dando consejos, explicándoles que deben inscribirse en los talleres del club; los obsequia con reiki y pone especial atención en un problema que lo desvela: el alcoholismo en la adolescencia.

"No es un problema local ni de la pobreza. Es algo general. Todos los chicos están tomando mucho; es preocupante y no tiene que ver con la carencia, porque se ve en todos los clubes."

-¿Cuál fue el caso que más te llegó?

[Se le humedecen los ojos.] -El de Tomás. No sé si conoció al padre; vive con su mamá y una hermana. Es un excelente jugador, pero de los buenos Tiene 16 años. El problema es que ya no viene más, y perderlo fue un golpe grande porque lo venía siguiendo desde que entré en el club.

-¿Lo buscaste?

-Sí, pero fue inútil. A los 16 años, estos chicos empiezan a noviar y las mujeres pesan mucho. Algunas se dan cuenta de la importancia del club, pero otras, no, y los gastan.

Delger cuenta que el club llamó a médicos y nutricionistas para que controlaran a los chicos, siempre gratis, y descubrieron que el 60% tenía sobrepeso.

El mate pasa de mano en mano en la sede del club. Hay chicos que suben y bajan escaleras; otros que escriben en cuadernos y los que van camino al vestuario para ponerse el traje de rugbier.

Han llegado temprano al club. Han venido a tomar la merienda y a tomar las clases de apoyo que les dan maestros. Los otros, los más grandes, salen de las aulas donde participaron del taller de inglés, del de computación o les han enseñado a estudiar.

"Soy el único del club que tiene como profesión la de médico; entonces me viven consultando por muchas cosas y a mí me encanta ayudarlos. Los fines de semana se contratan médicos para que estén en los partidos, pero si se demoran, me enganchan para que esté en algunos partidos, porque si no hay médico, no se puede comenzar", explica el "ex" hombre de hielo que pisa el club y se transforma en una especie de chiquilín de risa fácil a quien todo el mundo saluda y consulta.

"Viene gente del hospital Durand a darnos una mano y muchos centros médicos han colaborado. También nos han ayudado odontólogos y estudiantes de esa carrera en la entrega de protectores bucales hechos con moldes. En fin, siempre andamos mangando para que los chicos puedan llegar."

Y llegar no es lo más fácil, porque, a diferencia del fútbol, con el que varios pibes humildes han logrado zafar de su destino, el rugby es amateur en el país y difícilmente alguno de estos 500 chicos llegue a jugar en el exterior y se convierta en un Agustín Pichot.

Rafael Delger lo sabe. Quizá por eso camina lentamente y siempre parece que le estalla la cabeza de tanto pensar. Mira a los jugadores correr alrededor de la cancha; escucha sus palabras dichas con la cadencia de la cumbia villera; sabe que el "fierita" que llevan dentro es indomable en esta adolescencia, y piensa en el tercer tiempo: hoy va a hablar con ellos. Hoy les va a contar de la vida, de Dios, del alma y de los preservativos. Hoy está tranquilo: vinieron todos a entrenar, ninguno se extravió...

 

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