Un irónico número de "Lamujerdemivida" | 03 OCT 08

¿Por qué odiamos a los psicoanalistas?

Un número dedicado compleja a la experiencia de no ser psicoanalista.

EDITORIAL 
 
Por Ricardo Coler
 
Entiendo que el psicoanálisis lacaniano es una de las teorías más novedosas y potentes de la época. En esta revista tiene un lugar fijo. Somos Lacan-friendly. Pero que nadie crea que es fácil. En una reunión basta con citar a Lacan para que se desboquen los ánimos y todo se malogre. Es tal el fastidio, que el que se siente lacaniano disimula y trata de que no se le note.

Me llama la atención que escritores y periodistas, sociólogos y egresados de Letras, apenas oyen decir "Lacan" se ponen colorados, se les hinchan las venas del cuello y se vuelven agresivos. Estuve averiguando razones, quería que me expliquen. No tuve suerte. A esta altura es una cuestión visceral, sienten que los están gozando.

¿Cómo se llega a ser anti-lacaniano sin saber nada de Lacan? Escuchando hablar a un lacaniano. Así de fácil. ¿Es la única manera? Claro que no. También existe la posibilidad de leer lo que escriben.

Hay algo muy preciado en la enseñanza de Lacan. Suficiente para agrupar a gente estudiosa, dedicada y fiel alrededor de ella. Opinan, y creo que es cierto, que es uno de los pensamientos que mejor describe la condición humana. De acuerdo. Ahora sería de buen gusto que lo compartan.

Los psicoanalistas lacanianos tienen opinión sobre la familia, el amor, la pareja, la mujer, la cultura, la sociedad, las universidades, el capitalismo y el comunismo. Sin embargo, a pesar de la seriedad con la que encaran los temas, nadie sabe bien qué es lo que piensan. Lo más sencillo sería preguntarles. Pero es inútil. Tienen un estilo: responden sin contestar. Hablan sin que se les entienda. Y lo que puede dar resultado dentro del consultorio, en otro contexto, resulta chocante.

Si el psicoanálisis es sólo una práctica clínica, una técnica de tratamiento, no hay nada para decir y menos para reclamar. Pero cuando la medicina entendió que la epilepsia no se curaba con exorcismos, además de tratar a los pacientes, le aclaró a todo el mundo que no eran demonios los que sacudían el cuerpo. Lo dijo fácil, sin fórmulas químicas ni descripciones biológicas. Había encontrado una forma de comunicarse. Era imposible subsistir de otra manera.

El aporte del psicoanálisis lacaniano a la cultura es escaso, los freudianos fueron mucho más generosos. Por eso sabemos de la existencia del inconsciente. Contaron de qué se trataba sin que parezca traición ni secreto.

Es extraño que los que están tan entrenados para escuchar no estén dispuestos a oír. Porque si fuera cierto que en los medios culturales existe malestar con los psicoanalistas lacanianos cabría una pregunta. ¿Alcanza con tener razón? Creo que no. Por supuesto que no. También hay que ser razonable.

 
POR QUÉ ODIAMOS A LOS PSICOANALISTAS
EL MALESTAR LACANIANO 
 
Por Ivonne Bordelois
 
La jerga oscura de los lacanianos puede llevar a despertar el enojo y el rechazo. Lo mismo ocurre con algunos conceptos básicos de su discurso. Quejas y justificativos de un malestar permanente.

Si Freud pudo hablar de malestar en la cultura, ¿podríamos preguntarnos por el malestar en el psicoanálisis? Borges dijo que las palabras eran el hecho fundamental de nuestra vida; el psicoanálisis nos trae la buena noticia de la palabra como medio de restauración y de cura. Esto ocurre en especial con el lacanismo, que considera que el lenguaje es lo que nos constituye. Pero precisamente ciertas expresiones del psicoanálisis lacaniano parecen alejar a los que quisieran compartir sus riquezas. Y no estoy sola en esta opinión: un lingüista como Georges Mounin comenta "el inextricable embrollo del vocabulario lacaniano".

Ocurre que las teorías no son sólo universos científicos: son también lenguajes que, más allá de su originalidad o verdad, nos atraen por su estética, por el impacto intelectual o emocional que nos transmiten. Si oigo hablar de "pulsión de muerte", hay algo que me interesa y me intriga; si oigo hablar del "objeto a minúscula", se me aparece una estantería de objetos alambicados e incomprensibles que me irritan por su pretensión y su ridiculez; irrefrenablemente me provocan, por contradicción, la teoría del sujeto Z mayúscula (o sea, el Zujeto).

De un modo distinto, me irrita la afirmación "la mujer no existe", que por muchas explicaciones con que se la recubra, resulta sospechosa en tiempos todavía patriarcales. Tampoco estoy sola en esta opinión, que Julia Kristeva comparte, en su estudio sobre Melanie Klein, al hablar del "falocentrismo" lacaniano. Cuando un discípulo de Lacan me dice, por ejemplo: "...la femineidad es el nombre que designa las figuras de la encarnación del límite de lo imposible, el instante de la muerte como tránsito intransitable entre vivos y muertos, momento sin duda misterioso y no sólo enigmático, momento que sólo secundariamente es fálico, ya que el falo lo orienta pero no lo causa..." no sé si se me sugiere que como mujer soy imbancable, o bien que estoy muerta, o soy espiritista, o que me influye el misterio de mi lamentable carencia de falo. Obviamente, nada de esto me ayuda ni creo que ayude a nadie a comprender mejor la condición femenina. Esta mezcla de gelatina mental e impenetrabilidad me resulta, lo confieso, exasperante.

Errores habituales

En el acercamiento al lenguaje de los lacanianos, hay cierto descuido y soberbia que también irritan, sobre todo teniendo en cuenta que Lacan dice que la lingüística tiene que estar al servicio del psicoanálisis. Si tan central es el papel de la llamada lalangue, ¿por qué cuesta tanto consultar un diccionario antes de dar rienda suelta a las aventuradas etimologías con que se trata de deslumbrarnos? Tomemos el desdichado caso de la palabra "adicto", que se descompone en a-dictum, según algunos. Esto significaría que el a-dicto está imposibilitado de palabra (el prefijo a- se interpreta de modo negativo, como en a-moral). Pero la verdad, como suele ocurrir, es más compleja e interesante. Adictum (de ad-iectum) significa, en latín, aquél que por causa de deudas queda adherido a su acreedor, que lo puede explotar como esclavo hasta que se haya satisfecho la deuda. Personalmente, no estoy tan segura de que sea decisivo en los adictos el problema del lenguaje: escritores como Michaux o Poe produjeron algunas de sus mejores obras bajo la influencia de la droga. Y me parece digna de explorar, además, la interpretación de la adicción como una dependencia forzada por una deuda contraída previamente.

De un modo más general, a veces asoma entre los lacanianos una idea inadecuada acerca de cómo los lingüistas estudian el cambio en las palabras. Es falso, por ejemplo, lo que afirma Fages: "La diferencia entre Lacan y el lingüista es que proceden desde datos diferentes: el lingüista opera con significados institucionalizados, socialmente estructurados; la idea de una fuga, de un deslizamiento de significados no le es pertinente; el psicoanalista persigue en la profundidad del inconsciente un significado sujeto a incesantes variaciones individuales". Al etimólogo le interesa crucialmente el "deslizamiento" o transformación de significados, a veces oscurecedor, a veces iluminante, siempre fascinante y sorprendente. Cuando se sabe que la felación, el pezón, la fecundidad, la hembra y la felicidad son todos desprendimientos de una misma raíz indoeuropea, hay allí algo para sentarse a reflexionar que los psicoanalistas –no sólo los lacanianos- se empeñan en ignorar.

 

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