Acerca de la relación entre el psicoanálisis y las neurociencias | 07 FEB 07

Lo que nos hace la vida que hacemos

El Dr. Luis Chiozza reflexiona sobre aspectos controvertidos de un tema en permanente debate.
Autor/a: Dr. Luis Chiozza 
INDICE:  1. Desarrollo | 2. Desarrollo | 3. Desarrollo | 4. Desarrollo
Desarrollo

Gandhi afirma:

Cuida tus pensamientos,
porque se transformarán en  actos,
cuida tus actos,
porque se transformarán en hábitos,
cuida tus hábitos,
porque determinarán tu carácter,
cuida tu carácter,
porque determinará tu destino,
y tu destino es tu vida.


El problema inicial

Hubiéramos podido escribir “lo que nos hace el hijo (o la esposa, o el hermano) que hacemos”. También “lo que nos hace el cuerpo (musculoso, obeso, o enclenque) que hacemos” o “lo que nos hace la enfermedad (o el trastorno) que hacemos”. El destino (o la vida) de nuestros allegados, de nuestro cuerpo, o de nuestras enfermedades: ¿Es independiente de lo que nosotros hacemos?

¿Son independientes nuestra inteligencia, nuestro sentido común, nuestro carácter o nuestra capacidad para una determinada labor?

Ortega señala que en el niño el alma no ha tenido tiempo suficiente para labrar su propio retrato en el cuerpo a su servicio.

Los neurofisiólogos sostienen que la experiencia “esculpe” los circuitos neuronales  que conforman el cerebro. Mediante su funcionamiento el cerebro y el cuerpo se “esculpen”. Hay zonas que se desarrollan, y otras que involucionan o se atrofian. Las huellas de la experiencia dejan hábitos que nos conforman. El déficit psíquico o caracterológico suele ser menos conciente que el déficit físico que se manifiesta en las funciones o en la forma del cuerpo, por este motivo el consenso acepta mejor el físicoculturismo (que supone un entrenamiento laborioso) y la fisioterapia, que la necesidad de los cambios caracterológicos que se adquieren por la educación o por una psicoterapia suficientemente frecuente y prolongada.

Cuando observamos cuidadosamente lo que sucede en ambos territorios del desarrollo psicofísico, descubrimos una verdad desagradable que muchas veces negamos: cuando se llega a un cierto punto de una modificación perniciosa es imposible recuperar la plenitud de la forma.

Los médicos solemos decir “hizo una diabetes”, pero ¿hacemos nuestra enfermedad, como hacemos nuestra vida, o nuestra enfermedad, y nuestra vida misma, suceden? No podemos desconocer que formamos parte de un mundo físico y que estamos determinados por el interjuego de sus fuerzas. No podríamos vivir, sin embargo, si al mismo tiempo no nos sintiéramos libres y habitados por el sentimiento de responsabilidad que acompaña nuestros actos. La coexistencia inevitable de ambas certezas, nos obliga a vivir zarandeados entre ambos extremos.

Más allá del impasse filosófico en torno del determinismo y el libre arbitrio, ocurre que la relación entre esas dos alternativas, que habitan la conciencia de todo ser humano, involucra el problema constituido por la relación entre el cuerpo y el alma. Solemos atribuir especialmente al cuerpo la condición de ser esclavo de fuerzas y circunstancias que no dominamos, mientras que sentimos la libertad como algo que constituye una parte del alma. Pero la relación entre el cuerpo y el alma tropieza con un impasse semejante que se percibe claramente si tenemos en cuenta cual es su punto de partida. Cuando una luz intensa atraviesa mi pupila y alcanza mi retina siento una molestia, pero ignoramos cómo el estímulo físico genera una sensación anímica o “se convierte” en ella. Cuando siento una molestia visual mi voluntad puede, más allá de un reflejo, generar el acto de cerrar los párpados, pero ignoramos cómo una voluntad del alma genera el movimiento de los músculos. Desde este punto de vista la respuesta a la cuestión acerca de cómo el cuerpo influye sobre el alma o el alma sobre el cuerpo, nos exige un pensamiento que escapa  permanentemente a nuestra posibilidad de concebirlo, porque implica  “trazar un camino” en una tercera sustancia, desconocida, que no posee las cualidades del cuerpo ni las cualidades del alma. En otras palabras: me percibo como un cuerpo físico que ocupa un lugar en el espacio, y al mismo tiempo siento, pienso y hago en un momento del tiempo que se integra en una historia, pero ignoramos cómo es la relación que existe entre lo que físicamente percibo y aquello que psíquicamente siento.

Nos encontramos entonces frente al hecho, desconcertante, de que una relación acerca de cuya existencia no dudamos nos resulta completamente inconcebible.

Los primeros intentos de abordar científicamente este problema en el campo de la neurología, surgieron del estudio de las afasias, y condujeron a una teoría acerca de las localizaciones cerebrales que, nacida de una rudimentaria interpretación de algunos daños funcionales, hoy no se sostiene. La investigación psicoanalítica de conflictos específicos en distintas enfermedades a partir de unas pocas fantasías “clásicas”, como las orales, la anales y las fálicouretrales, condujo a una insuficiencia equivalente. Ambas disciplinas han realizado, desde entonces, un largo recorrido.

Los avances en métodos de investigación como la bioquímica de los neurotransmisores, o el scannig encefálico, condujeron a un enorme progreso del conocimiento neurológico. La integración de la  neurología con campos del conocimiento, como la  inteligencia artificial, la teoría de los sistemas, o las teorías acerca de la complejidad, introdujo, con el nombre de neurociencias, una nueva disciplina. La idea freudiana de que las pulsiones se apuntalan en las funciones fisiológicas y que estas funciones les otorgan su cualidad particular, condujo a trascender el “límite” de las fantasías específicas clásicamente descriptas. La segunda hipótesis fundamental del psicoanálisis, formulada por Freud en 1938, puso en crisis la idea de apuntalamiento y estableció definitivamente, las bases epistemológicas distintas sobre las cuales se apoya el psicoanálisis. Simplificando en extremo el camino recorrido podemos decir, desde el punto de vista que más nos interesa ahora, que en las neurociencias se ha llegado a la idea de que los sistemas son complejos y funcionan “diseminados” en una “red” constituida por la interrelación entre neuronas. También es importante señalar que la configuración de los “circuitos” y la “facilitación”  de algunos trayectos, se altera continuamente a partir de la experiencia. En cuanto al psicoanálisis cabe destacar que la idea de que las pulsiones instintivas se apuntalan en las funciones fisiológicas para generar fantasías inconcientes cualitativamente diferentes que son específicas, se radicaliza hasta el punto de afirmar que la finalidad de cada función fisiológica es ya su fantasía inconciente particular y específica.

Las neurociencias estudian el sistema nervioso con métodos físicos, químicos y biológicos, e incluyen disciplinas afines, como la teoría de

 

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