Hipocondía | 05 FEB 06

Una de cada diez personas que van al médico no tiene nada.

Son pacientes que tienen la enfermedad como estilo de vida y que en ocasiones llegan a someterse a intervenciones quirúrgicas.

Para Paula, el cáncer es el resumen de todos sus miedos, su más temido fantasma. No puede siquiera mencionar la palabra. "Me angustio mucho cuando me entero de que alguien tiene esa enfermedad. Intento no escuchar nada sobre los síntomas porque enseguida los empiezo a sentir y arranca adentro mío un espiral de miedo y ansiedad tan grande que nada me tranquiliza. Voy al médico y me calmo por unos días, pero vuelve. Es desesperante. Sé que es irracional, pero sufro muchísimo".

El relato de Paula jamás podrá transmitir su profundo padecimiento, ese dolor que transita con el pudor (y a veces la culpa) de saberlo injustificado y dañino para ella y para los suyos, pero inevitable. Quizá la tranquilice saber que está lejos de ser la única: estadísticas internacionales que, según relevó Clarín, se repiten en Argentina, revelan que más de una de cada diez consultas por clínica médica no tienen sustento orgánico.

Son los famosos hipocondríacos o enfermos imaginarios, personas que acuden al médico con relativa frecuencia con una preocupación que perturba sus vidas: la sospecha de padecer una grave enfermedad. "La hipocondría se inscribe en los llamados trastornos somatomorfos: aquellos que presentan síntomas físicos que sugieren una patología médica pero no pueden explicarse por la presencia de una enfermedad ni por los efectos de una sustancia", explica el psiquiatra José Bonet, de la Fundación Favaloro.

Se llama hipocondría al miedo a tener algo grave a partir de una interpretación distorsionada de ciertos síntomas o de funciones corporales. "Es el exceso de atención a molestias corporales menores (o a cuestiones fisiológicas, como los latidos del corazón o los ruidos digestivos) que luego, intelectualmente, son proyectadas como posibles enfermedades graves", dice el psiquiatra Hugo Marietán, del Hospital Borda.

El problema es más frecuente de lo que uno imagina. "Entre el 15 y el 20% de las consultas a los clínicos responden a algún trastorno de somatización. Cuanto más síntomas trae un paciente a la consulta, más probable es que tenga un trastorno de ese tipo. Si a alguien le pasa de todo, probablemente no le pase nada", asegura el doctor Raúl Mejía, a cargo de Consultorios Externos del Hospital de Clínicas.

También el Hospital Rivadavia recibe frecuentemente este tipo de casos. "El 10% de las 10.000 prestaciones mensuales del servicio son por hipocondría y patologías similares. En general, el paciente llega derivado por un especialista (reumatólogo, neurólogo, gastroenterólogo o clínico), porque suelen ser personas que van de médico en médico, sometiéndose incluso a biopsias y exámenes invasivos, lo cual genera un alto costo a los centros de salud", comentó el doctor Alejandro Ferreyra, a cargo del servicio de Psiquiatría.

En las instituciones privadas el panorama no difiere. El doctor Esteban Gándara, del staff de Medicina Interna del Hospital Austral, dice que las consultas que no tienen sustento orgánico rondan el 10%: "La mitad cumple con todos los criterios del hipocondríaco. Son personas que tienen la enfermedad como estilo de vida. Consultan repetidas veces, los estudios no las tranquilizan y no se sienten satisfechas con la respuesta del médico".

En general, estos enfermos desgranan ante el médico un puñado de síntomas que justifican su autodiagnóstico. "No hay que negar el síntoma que manifiesta el paciente porque lo siente. Lo que uno hace es tratar de sacarle la carga que él le ha puesto innecesariamente", dice Mejía. Bonet coincide: "Hay que creerle. El paciente puede sentir 'subjetivamente' dolores u otros síntomas, pero eso no implica que haya una alteración orgánica o estructural", aclara.

Para el psiquiatra Carlos Malvezzi Taboada "todos tenemos en algún momento una faceta hipocondríaca. Es normal que alguna vez temamos que un síntoma sea algo grave. El problema es cuando esa preocupación se vuelve recurrente. Hay pacientes que tienen una farmacia en casa o se hacen estudios semanales. El hipocondríaco grave es un enfermo crónico, pero de nada".

El doctor Jorge Galperín, del Departamento de Medicina Familiar de la UBA, dice que "todos somos un poco hipocondríacos, pero hay distintos grados. El problema asoma cuando ese trastorno se vuelve invalidante o impide una vida agradable y digna. Yo creo que está un poco estimulado por la industria farmacéutica porque gana más vendiéndoles a los sanos que a los enfermos".

El doctor Juan Manuel Bulacio, presidente del Instituto de Ciencias Cognitivas Aplicadas, dice que lo más frecuente "no es la hipocondría como patología sino el síntoma hipocondríaco, que aparece acompañando otro trastorno de ansiedad o trastornos depresivos. En esos casos, la terapia cognitiva suele andar muy bien. Se apunta a cómo la persona entiende esas sensaciones físicas y qué significados tienen para ella la muerte y la enfermedad".

La oferta de tratamientos para estos trastornos incluye desde psicoterapias e hipnosis hasta ansiolíticos y antipsicóticos. Cuando los miedos y angustias, que suelen tener un origen ajeno al cuerpo, se metabolizan mejor, la somatización y la ansiedad respecto a la salud ceden. La palabra se impone y el cuerpo calla.

Mucho miedo a la muerte

"El padecimiento del hipocondríaco es inmenso. Hay que ser respetuoso y comprensivo porque sus síntomas no son simulados ni intencionados: no tienen control voluntario y pueden producir un malestar clínicamente significativo", dice Bonet. "Son personas que suelen decepcionarse cuando el médico les dice 'no tiene nada' o 'lo suyo es psicológico'. Tienen la fantasía recurrente de que los internen, los estudien de punta a punta o les hagan una resonancia de todo el cuerpo. Piensan que así calmarán su miedo, pero el miedo no cede por esa vía".

"El hipocondríaco es un ser angustiado, inseguro y con un terror básico a la muerte", agrega Marietán. "Al constatar a través de consultas o exámenes que no está enfermo se tranquiliza, pero después los temores vuelven. Eso termina desgastando la relación médico-paciente, porque fatigan tanto al que los atiende que a veces termina desatendiendo sus quejas. Es como el cuento del pastor y las ovejitas".

  
Molière
Eduardo San Pedro
esanpedro@clarin.com

El humor del francés Molière ya anticipaba en el siglo XVII, en su comedia "El enfermo imaginario", a los hipocondríacos de hoy y de siempre. En la obra, Argan, el protagonista, cree que está enfermo y —como ve que su fortuna se agota en pagar a los boticarios—, decide obligar a su hija Angélica a casarse con el hijo de un médico, para asegurarse así las medicinas para su supuesta enfermedad. El plan no le sale del todo bien a Argan, quien sigue sufriendo. Aún sin estas intrigas, los hipocondríac

 

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