Y cómo conseguir que cambie de opinión | 28 AGO 17

Por qué la gente cree en las teorías de la conspiración

Los hechos y los argumentos racionales no son muy eficaces a la hora de alterar las creencias de la gente
Autor/a: MARK LORCH El País, Madrid / Materia

THE CONVERSATION El aterrizaje en la Luna es uno de los hechos históricos más discutidos por los 'conspiranoicos'. WIKIMEDIA GETTY-QUALITY

Iba yo sentado en el tren cuando un grupo de hinchas del fútbol entró en tropel. Acababan de salir del partido ‒era evidente que su equipo había ganado‒ y ocuparon los asientos libres que había a mi alrededor. Uno de ellos cogió un periódico que alguien había dejado y empezó a soltar risitas burlonas mientras leía los últimos "hechos alternativos" difundidos por Donald Trump.

Los demás se apresuraron a contribuir con sus ideas acerca de la afición del presidente a las teorías de la conspiración. La conversación no tardó en poner rumbo a otras conspiraciones y yo disfruté escuchando disimuladamente mientras el grupo se mofaba sin piedad de los seguidores de la teoría de la tierra plana y de la última idea de Gwineth Paltrow, y remedaba los chistes en Internet sobre las estelas químicas.

Entonces se produjo una pausa y uno de ellos aprovechó la oportunidad para hacer la siguiente aportación: "Vale que todo este rollo son chorradas, pero no iréis a decirme que te puedes fiar de las ideas con las que nos llenan la cabeza normalmente. Por ejemplo, los alunizajes. Está claro que los simularon, y encima bastante mal. El otro día leí un blog que decía que nos fijásemos en que ni siquiera había estrellas en ninguna de las imágenes".

Para mi sorpresa, el grupo se le sumó añadiendo más "pruebas" que reforzaban que el alunizaje había sido un fraude: las extrañas sombras de las fotografías, la bandera que ondea cuando en la Luna no hay atmósfera, y cómo pudieron grabar a Neil Armstrong poniendo el pie en la superficie si no había nadie para sostener la cámara.

Abochornado, al tiempo que prestaba atención al hueco entre al vagón y el andén me preguntaba por qué mis hechos habían sido tan estrepitosamente inútiles para hacerlos cambiar de opinión
Hacía un minuto parecían personas racionales capaces de valorar las pruebas y de llegar a una conclusión lógica, pero luego las cosas dieron un giro hacia el terreno del absurdo, así que inspiré profundamente y decidí intervenir: "La verdad es que todo esto tiene una explicación sencilla..."

Los hinchas se volvieron hacia mí, estupefactos ante el hecho de que un extraño osase meter baza en su conversación. Yo proseguí sin dejarme intimidar, bombardeándolos con una lluvia de hechos y explicaciones racionales.

"La bandera no ondeaba al viento, solo se movía mientras Buzz Aldrin la plantaba. Las fotos se hicieron durante el día lunar y, como es obvio, de día no se puede ver las estrellas. Las sombras son raras debido a los objetivos ultra gran angular que utilizaron, que distorsionaban las imágenes. Y nadie filmó a Neil bajando por la escalerilla; había una cámara montada en el exterior del módulo lunar que lo grabó dando ese paso de gigante. Si esto no es suficiente, la prueba irrefutable definitiva se encuentra en las fotografías de los puntos de alunizaje hechas por el Orbitador de Reconocimiento Lunar, en las que se puede ver claramente las huellas que dejaron los astronautas al recorrer la superficie".

"Ahí queda eso", me dije a mí mismo.

Pero, al parecer, mis oyentes distaban mucho de estar convencidos. Se pusieron como unas fieras contra mí haciendo afirmaciones cada vez más absurdas. Según ellos, Stanley Kubrick lo había filmado todo, miembros clave del equipo habían muerto en misteriosas circunstancias, y así sucesivamente.

El tren se detuvo en una estación. No era la mía, pero de todas maneras aproveché para largarme. Abochornado, al tiempo que prestaba atención al hueco entre al vagón y el andén me preguntaba por qué mis hechos habían sido tan estrepitosamente inútiles para hacerlos cambiar de opinión.

La respuesta sencilla es que, en realidad, los hechos y los argumentos racionales no son muy eficaces a la hora de alterar las creencias de la gente. Esto se debe a que nuestro cerebro racional está equipado con unos mecanismos neurológicos evolutivos no demasiado avanzados. Una de las causas por la que las teorías de la conspiración surgen periódicamente es nuestro deseo de imponer una estructura al mundo y nuestra increíble capacidad para reconocer pautas. De hecho, un reciente estudio ha mostrado que existe una correlación entre la necesidad individual de estructura y la tendencia a creer en las teorías de la conspiración.

Por ejemplo, tomemos la siguiente secuencia: 0 0 1 1 0 0 1 0 0 1 0 0 1 1. ¿Ve alguna pauta en ella? Posiblemente sí. Y usted no es el único. Un rápido sondeo en Twitter (que reproducía un estudio mucho más riguroso) indicó que el 56% de las personas coincidían con usted, aunque la secuencia la había generado yo lanzando una moneda al aire.

0 0 1 1 0 0 1 0 0 1 0 0 1 1

Por lo que parece, nuestra necesidad de estructura y nuestra capacidad de reconocer pautas son más bien hiperactivas, lo cual origina una inclinación a reconocer patrones ‒como las constelaciones, las nubes que parecen perros y las vacunas que provocan autismo‒ donde en realidad no los hay.

La capacidad de reconocer pautas debió de ser una cualidad útil para la supervivencia de nuestros ancestros. Mejor equivocarse al distinguir los indicios de un depredador que pasar por alto a un gran felino hambriento de verdad. Sin embargo, si trasladamos automáticamente esa tendencia a nuestro mundo con su abundancia de información, veremos relaciones causa efecto inexistentes ‒teorías de la conspiración‒ por todas partes.

La presión de nuestros semejantes

Otro motivo por el cual somos tan propensos a creer en las teorías de la conspiración es que somos animales sociales, y es mucho más importante (desde un punto de vista evolutivo) nuestra posición en la sociedad que estar en lo cierto. En consecuencia, comparamos constantemente nuestras acciones y nuestras creencias con las de nuestros semejantes, y luego las cambiamos para que se ajusten a ellas. Esto significa que si nuestro grupo social cree algo, es más probable que sigamos al rebaño.

Como animales sociales, es mucho más importante (desde un punto de vista evolutivo) nuestra posición en la sociedad que estar en lo cierto

Este efecto de la influencia social en el comportamiento tuvo una bonita demostración, allá por 1961, en el experimento de la esquina que llevó a cabo el psicólogo social estadounidense Stanely Milgram (más conocido por su trabajo sobre la obediencia a las figuras de autoridad) junto con sus compañeros. El experimento era lo bastante sencillo (y divertido) como para que usted pueda reproducirlo. Elija una esquina concurrida y mire al cielo durante 60 segundos.

Lo más probable es que muy poca gente se pare y compruebe qué está mirando. Milgram vio que, en estas condiciones, se añadía alrededor del 4% de los viandantes. Luego haga que unos cuantos amigos le acompañen en sus elevadas observaciones. A medida que el grupo aumente, cada vez más extraños se pararán y mirarán hacia arriba. Cuando el grupo haya alcanzado los 15 observadores celestes, alrededor del 40% de los transeúntes se habrán detenido y habrán estirado el cuello junto con ustedes. Seguramente habrá visto cómo funciona ese mismo efecto en los mercados, en los que se habrá sentido atraído hacia el puesto a cuyo alrededor había una multitud.

El principio se aplica con la misma potencia a las ideas. Cuanta más gente crea en una información, más probable será que la aceptemos como verdadera. Y así, si estamos excesivamente expuestos a determinada idea a través de nuestro grupo social, esta se convierte en parte de nuestra visión del mundo. En suma, la demostración social es una técnica de persuasión mucho más eficaz que la demostración basada puramente en las pruebas, lo cual explica, como es lógico, por qué esta clase de demostración es tan apreciada en publicidad ("el 80% de las mamás lo cree así").

La demostración social no es más que una de las muchas falacias lógicas que también hacen que ignoremos las pruebas. Un tema relacionado con ella es el omnipresente sesgo de confirmación, o la tendencia por la cual la gente busca y se cree los datos que apoyan su punto de vista, mientras que descarta los que no lo hacen. Todos lo sufrimos. Basta con que piense en la última vez que escuchó o vio un debate en la radio o en la televisión ¿Hasta qué punto le pareció convincente el argumento que iba en contra de su visión de las cosas en comparación con el que coincidía con ella?

El sesgo de confirmación se manifiesta también como una tendencia a seleccionar la información de fuentes que ya están de acuerdo con nuestros puntos de vista

 

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