La edad de las alianzas de sangre, las traiciones irreparables y los enconos irreversibles | 18 ABR 17

Holden Caulfield y los cerebros de los adolescentes

Acerca del personaje de “El Guardián entre el Centeno” de Jerome D. Salinger
Autor/a: Dr. Ricardo Ricci Fuente: IntraMed 

Para Antonio Battro, en homenaje a una ya larga amistad

Holden es uno de esos personajes de ficción a los que les falta solamente figurar en la guía telefónica o estar pagando un Ahora 12, para ingresar definitivamente al mundo de lo real. Hay otros, Romeo y Julieta, Hamlet, Don Alonso Quijano, Funes, el de la memoria prodigiosa, Mafalda y Manolito. Son numerosísimos los personajes de ficción que se han instalado entre nosotros con solvencia y peso específico propio. Holden Caulfield es uno de los más destacados por su vigencia en tiempo y espacio. Nació en el marco de una novela, “El Guardián entre el Centeno”, y su progenitor fue Jerome D. Salinger, el autor de esa inolvidable pieza literaria. El lugar de nacimiento podríamos localizarlo sin dudas en la ciudad de Nueva York y la fecha, sería conveniente precisarla alguna vez, allá por los primeros años de la década de 1950.

Holden es expulsado de una secundaria estadounidense, tiene alrededor de 16 años, y no es la primera vez, que por un motivo u otro resulta desalojado del sistema educativo de la clase pudiente de la costa este. En dos o tres establecimientos se las ha ingeniado para aparecer como el alumno díscolo y disoluto que sistemáticamente confronta con un sistema que él considera dominado por la falsedad y la hipocresía. Si Don Quijote tiene tenaces enemigos entre los molinos de viento, Holden los tiene entre aquellos que encarnan la falsedad y las mil caras de un mundo inauténtico y vanidoso. En ese marco, Holden comenzará a recorrer una breve odisea de tres días con sus noches por la ciudad de Nueva York. Sus experiencias serán variadas, en general frustrantes y confirmadoras de su posición rebelde ante el mundo y desembocarán en un sanatorio psiquiátrico en el cual, al modo de relato psicoanalítico, escribe la crónica que lo inmortalizará. Durante su agotadora travesía tendrá la posibilidad de interactuar con algunos de sus compañeros de internado, con taxistas irreverentes, con bailarinas y prostitutas, con cafishos brutales, con tres monjas católicas de gran compromiso educativo y social, con algunos ex profesores, con recuerdos y juicios recurrentes y, finalmente, con un personaje entrañable como es su propia hermana Phoebe. Circulará por calles impersonales, por clubes danzantes de dudosa fama, por oscuros hoteluchos, por el Central Park y por renombrados museos de la ciudad norteamericana. Abusará de su modo desfachatado, vestirá un traje desaliñado, adoptará un porte de adulto para acceder a la compra de bebidas alcohólicas, fumará un cigarrillo tras otro y lucirá, a modo de símbolo, una gorra roja de cazador. Los detalles son innumerables y su riqueza descriptiva no se puede desperdiciar pero, para disfrutar y dejarse interpelar por ellos, es necesario leer la obra completa.

Holden es un adolescente norteamericano de post guerra, hijo de una familia adinerada y disfuncional. Tiene un hermano mayor que se ha envilecido vendiendo su talento artístico a las productoras de Hollywood. Tiene un entrañable recuerdo de un hermano que murió de leucemia cuando él tenía doce o trece años. Allie es su referente de bondad y de pureza. Finalmente comparte con su pequeña hermana, la mencionada Phoebe de diez años, interacciones de notable profundidad y valor metafórico. Con ella logra degustar y sincronizar lo poco que le queda de su propia niñez.    

Es Phoebe la que en medio de tanto dislate y tanto frenesí, acierta a preguntarle a Holden qué es lo que realmente quiere ser en esta vida. La respuesta no puede estar más cargada de sentido y de revelación de este personaje decididamente atractivo. Su deseo es ser un guardián oculto en un hipotético campo de centeno que se halla junto a un abismo. Niños y más niños juegan en ese campo, al lado del cual hay un peligroso precipicio que desemboca en un abismo sin fondo. Su deber, como guardián de los niños es evitar que, en medio de los juegos, caigan en ese precipicio y en ese abismo. Los niños encarnan la inocencia y la autenticidad de la vida, el precipicio es la caída a la falsedad, la hipocresía y el mundo de disfraces e intereses de los adultos. Holden, al final de su relato, será capaz de discriminar la nobleza utópica de su intención y la absoluta certeza de que todos los niños se deslizarán antes o después hacia ese abismo.

 

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