Los textos sagrados y las neurociencias | 07 SEP 14

Isaías y la Neurociencia Social

Saber lo que el otro piensa y poder anticiparnos en su toma de decisiones es el sueño de todo ser humano en medio del mundo.
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“Compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo, cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. / Entonces despuntará tu luz como la aurora, y tu llaga no tardará en cicatrizar, delante de ti avanzará la justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. / Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y el dirá: ¡Aquí estoy! Si ofreces tu pan al hambriento, y sacias al que vive en la penuria, la luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía” Is. 58, 7 – 10

Resulta llamativo recurrir a un texto sagrado para vincular con los nuevos hallazgos en el campo de la Neurociencia Social, es cierto. Sin embargo, traer desde la memoria remota contenidos de la sabiduría humana de la antigüedad resulta un modo muy poderoso de constatar que los mecanismos que hoy se descubren y aparecen a la luz de la ciencia y la divulgación científica, fueron y son de práctica habitual entre los seres humanos de todas las épocas. De hecho recientemente leí un atinado artículo en el que se recurre a textos talmúdicos y a experiencias de rabís con el fin de instruir a estudiantes de medicina en la práctica de las entrevistas médicas, con el fin de desarrollar un mayor nivel de empatía y de pensamiento integrador.  Vale decir entonces que, recurrir a estos textos, tiene ventajas nada despreciables: despiertan nuestra atención, condensan sabiduría de siglos, y permiten que al vincularlos con conocimientos actuales desarrollemos nuestro propio pensamiento integrador.

Debo destacar una ventaja adicional: nos advierte que la historia humana no comenzó con nosotros, que el homo sapiens ha desarrollado una sabiduría eficaz y eficiente aún antes de que naciera lo que hoy conocemos como ciencia, y que la sabiduría de los siglos bien puede ser integrada lo que redunda necesariamente en una potenciación de los saberes y vuelve más poderosos nuestros propios fundamentos.

Niveles de análisis:

El sustancioso texto de Isaías acepta por lo menos tres niveles de análisis.

El primero de ellos es el del contenido teológico al que incluso podríamos llamar religioso sin caer en una confusión de ambos términos. En este nivel, se pondera la interacción humana a la luz de la mirada de lo sagrado que valora en grado sumo el servicio que los hombres se prestan entre sí. Esa actitud servicial posee su mérito y promueve una respuesta amorosa de Dios que se congracia con los hombres manifestándoles su complacencia. Estas actitudes serán aún más fomentadas en el Evangelio, dándoles valor de obras de misericordia, siendo especialmente destacadas en la parábola del Buen Samaritano en donde se identifica al otro necesitado como al genuino prójimo / próximo.

Un segundo nivel de análisis es el sociológico. El cuidado, la atención por aquel que pertenece a la misma comunidad o grupo, contribuye a la consolidación del tejido social. Quien auxilie a un prójimo acuciado por algún tipo de necesidad, colabora con el restablecimiento de un miembro de la comunidad, fortaleciendo de ese modo a la totalidad del grupo. Esa actitud merece el agradecimiento y el reconocimiento del resto de la sociedad que ambos contribuyen a constituir.

Finalmente podemos considerar el nivel de existencia. El hombre es quien es, sólo en el seno de un grupo en el que es reconocido, nombrado y distinguido. El hombre no existe en soledad, depende de una comunidad en cuyo seno nace, se desarrolla y muere, no sólo como una entidad biológica que cumple su ciclo vital, sino como integrante de un mundo social en el que ocupa un lugar único al que accede rodeado del cuidado de una madre, la contención de una familia, protegido y circunstanciado en el seno de un grupo social en el que es reconocido por su nombre.

Nos concedemos la licencia de denominarlo nivel de existencia, pues en el cuidado del otro que implica su reconocimiento como un genuino otro, el yo se edifica y fortalece al punto de poseer una auto y hétero confirmación de su propia existencia. El ser humano ‘es’ en el ‘mundo’ en la medida en que su singularidad ha sido iniciada, sostenida y fomentada por una serie más o menos extensa de otros. Podríamos decir que el ser humano, es el resultado de las interacciones humanas de las que participó a lo largo de su existencia. Su dotación genética originalmente única, redobla la apuesta de singularidad al estar expuesta a los cambios epigenéticos provocados por el ambiente físico / geográfico, por las circunstancias históricas / biográficas, y por el contacto ininterrumpido con los otros hombres constituidos en grupo, por lo tanto, rodeado de un ‘mundo’ social cultural y normativamente diferenciado y diferenciante. Ese es el ser humano que, al decir de Isaías mediante una sencilla inferencia del tipo p entonces q, se siente confirmado en su existencia gracias a sus acciones generosas: “Si ofreces tu pan al hambriento, y sacias al que vive en penuria, (entonces) tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía”. Si cuidas de tu prójimo, entonces serás reconocido como el que eres.

Siempre es conveniente recordar que las cosas pueden ser de otro modo. El carácter de recomendación enfática, casi de mandato, que el texto de Isaías posee, está determinado justamente por la posibilidad humana de hacer todo lo contrario a lo indicado. Es preciso tener acceso a lo íntimamente humano como para humillar, torturar, envilecer y aniquilar a otro ser humano. Los mismos mecanismos que nos acercan a los hombres, nos separan de ellos. El odio racial, la exclusión definitiva del otro, presupone el reconocimiento de la diferencia y la confirmación de su existencia. El ser humano es capaz de aniquilar a ese único otro que, entre las nebulosas de la miseria y la negrura del odio, reconoce y afirma su existencia. Es decir cometer el crimen más absurdo, hacer desaparecer a aquel gracias al cual mi identidad original estaba asegurada. La introducción de este párrafo se funda en que es conveniente anunciar la propia pérdida de la inocencia. Habiendo sido ciudadanos del siglo XX, debemos reconocer en el hombre toda su abnegación y a la vez toda su abyección, además es preciso, a los fines del presente escrito, destacar que ambas se fundan en los mismos mecanismos subyacentes. Hecha esta salvedad, continuemos con nuestro recorrido.

Hacia la Neurociencia Social:

Matt Lieberman, acaso el neurocientífico social de mayor vigencia en la actualidad, en la introducción de su libro “Social” de reciente aparición  detalla algunos aspectos que podemos, a nuestros fines considerar básicos. Hace un pormenorizado recorrido sosteniendo la afirmación básica de la obra: “Somos criaturas sociales, aún más de lo que nos atrevemos a reconocer” Es una elaborada y concienzuda publicación de la cual sólo destacaremos algunos aspectos rudimentarios.

"El éxito evolutivo del Homo Sapiens se funda en esta habilidad de pensar socialmente"

El autor refiere que son tres los procesos adaptativos ocurridos en nuestros cerebros que nos capacitan para conectar con el mundo social, y en él obtener un lugar desde el cual disfrutar de las ventajas de la inserción en grupos y organizaciones, a las cuales además contribuimos a edificar más sólidamente:

La superposición neural de los sistemas del dolor físico con los del malestar social. Esa realidad facilita los procesos empáticos  ya que las experiencias que a otros les ocurren pueden ser traducidas en nuestro propio sistema neural de acuerdo a nuestras experiencias previas y las sensaciones de dolor físico o social que pueden producirnos. Ello significa que podemos entender en nuestro propio sistema los sufrimientos ajenos, y además que las experiencias de dolor social, como la exclusión, el castigo o la vergüenza son registradas por regiones cerebrales comunes con las que registran el dolor físico.

Podemos entender empáticamente el dolor físico del otro cuando se golpea el dedo con un martillo o se cae de una bicicleta, es como si nos doliera a nosotros. Asimismo nos resulta posible entender el dolor social del otro cuando resulta ser un marginado social, un habitante de la calle, o ha sufrido la pérdida de un ser querido. En nuestro cerebro se activan los centros del dolor cuando vemos que alguien es menospreciado o sometido a una situación vergonzante. Lo que afirma Lieberman es que ese proceso empático, localizado en centros comunes al dolor físico y dolor social es que efectivamente podemos ponderar, en grados de dolor personal, las experiencias negativas de los demás.

Sea por manifestaciones de displacer o por explosiones de alegría de personas o grupo de personas, somos influidos en nuestro propio estado anímico y también en los comportamientos que puedan surgir a partir de ellos. Lo más probable es que reaccionemos con pánico ante una situación que produce pánico generalizado, es altamente posible que acompañemos con una sonrisa la explosión de alegría de un grupo de personas que asiste a una situación placentera. Es decir, somos muy propensos al contagio social, y ese contagio no sólo se produce por solidaridad cognitiva o adhesión simpática, sino porque áreas vinculadas con el placer y el displacer físico y social se hallan en una vinculación muy estrecha, es más, de acuerdo a lo afirmado por Lieberman, son las mismas.

Los pensamientos,  los sentimientos y las personalidades son entidades invisibles que sólo pueden ser inferidas por nosotros. Lo interesante es que nuestra capacidad de inferencia de esos estados, al contar con un aparato cerebral de alta sensibilidad, tiene muchas posibilidades de resultar acertada. Afirma Lieberman que el éxito evolutivo del Homo Sapiens se funda en esta habilidad de pensar socialmente.

Para ampliar y aclarar podemos ir adelantando conceptos que contextúan lo dicho y a la vez anticipan lo por venir. “Los procesos psicosociales (también llamados en conjunto Cognición Social) Tienen que ver básicamente con el entendimiento de lo que hacen los demás y de sus estados mentales. Este proceso comienza con la percepción de los rostros, cuerpos y acciones de los otros. Con base en la percepción de estos estímulos visuales inferimos además que sus acciones poseen intencionalidad, y que tienen, como nosotros, estados mentales privados.”

Esto puede ser denominado estado de conexión entre los integrantes de la especie, situación que puede ser extendida a la mayoría de los mamíferos, sobre todo aquellos que tienen hábitos gregarios o emprenden con frecuencia acciones colectivas. Es propio también del estado del niño humano a poco de nacer y hasta más o menos el año de vida. Se trata de un estado fundamentalmente egocéntrico basado en el reconocimiento del otro y en la necesidad que se tiene de él a la hora de acometer acciones conjuntas o de recibir cuidado cuando es necesario que así acontezca.

Nuestra capacidad de leer la mente de los otros

"Nuestros cerebros están equipados para detectar signos y efectuar inferencias que nos permitan ‘leer’ la mente de nuestros congéneres"

Saber lo que el otro piensa y poder anticiparnos en su toma de decisiones es el sueño de todo ser humano en medio del mundo. Para quien efectúa una negociación, define una táctica militar, programa una acción de juego en cualquier deporte, conocer lo que el contrincante hará representa una ventaja no sólo considerable sino definitiva. Nuestros cerebros están equipados para detectar signos y efectuar inferencias que nos permitan ‘leer’ la mente de nuestros congéneres. Poder efectuar dicha lectura, sin lugar a dudas representa una ventaja evolutiva que parece haberse inaugurado en nuestro planeta con la aparición de los primates. Sin embargo, en el ser humano ha alcanzado sus  mayores niveles de sensibilidad y definición. Nuestros cerebros no sólo están capacitados para entender conductas de los otros, predecir acciones, compartir acciones coordinadas, sino que va más allá. Nuestro cerebro nos capacita para acceder de manera conjetural al sistema de valores de nuestros congéneres, incluso a su universo de creencias.

 

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