Escepticemia, por Gonzalo Casino | 19 OCT 12

Creer para leer (o viceversa)

Sobre los ingredientes de la credibilidad en la información médica
Autor/a: Gonzalo Casino Escepticemia

Siempre que leemos algo hacemos una doble lectura. Por un lado nos informamos, y por otro valoramos su credibilidad. Esta segunda lectura es tan importante como la primera, pues estamos más que persuadidos de que la información vale bien poco si no es fiable. De hecho, la mayoría de nosotros ni siquiera se molesta en leer aquello que no considera creíble, a no ser que lo hagamos como ejercicio intelectual o por otras razones.

En un mundo como el actual, obsesionado por la comunicación, sobrecargado de mensajes enfrentados, ambiguos y contradictorios, ya no basta con tener audiencia o visibilidad. El big bang informativo que ha supuesto internet, con la proliferación inabarcable de contenidos de todo tipo, nos ha demostrado que la credibilidad de la información es un asunto clave y que no puede asimilarse sin más a la audiencia o al número de seguidores.

La cuestión es especialmente delicada en el terreno de la salud. La autoridad de la biomedicina, cimentada en el método científico y en el proceso de revisión por pares al que se someten sus publicaciones, es ciertamente elevada. Pero no es ciencia todo lo que reluce como tal. En internet abundan las páginas web que están infiltradas de pseudociencias, de mentiras y de medias verdades. ¿Cómo distinguir el grano científico de la paja pseudocientífica? ¿Cómo medir la credibilidad de una publicación  o de un autor?

Si la credibilidad fuera un asunto tan fácilmente objetivable como la audiencia, tendríamos una vara de medir. Pero la credibilidad que otorgamos a un mensaje está infiltrada de ingredientes subjetivos, desde la sintonía ideológica con el autor o el medio hasta los intereses personales o profesionales, desde los propios prejuicios hasta el carisma del autor. Creer en algo o en alguien es, hasta cierto punto, una cuestión biográfica.

Pero la credibilidad también se sustenta en elementos más o menos objetivos. De entrada, el prestigio de la publicación o del autor es un valor de referencia. La trayectoria, la experiencia, los conocimientos demostrados son puntales de la credibilidad, aunque tampoco hay que tomarlos como valores absolutos. Hasta las revistas científicas y los autores más reputados se equivocan. Y, por cierto, reconocer los errores, como suelen hacer las mejores publicaciones, es también un distintivo de credibilidad.

El prestigio de una publicación científica, de un médico o de un medio de comunicación no garantizan que lo que digan en un determinado momento sea cierto. “El sofisma de la autoridad consiste en creer que algo es cierto porque la información procede de una fuente solvente o autorizada”, advertía el incisivo Petr Skrabanek en su famoso libro Sofismas y desatinos en medicina, escrito con James McCormick.

 

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