La verdad y otras mentiras | 27 MAR 12

Miserias de la educación de postgrado

El conocimiento como mercancía.

"Rockeros bonitos, educaditos, con grandes gastos educaditos" Patricio Rey

Los médicos nos pasamos la vida de curso en curso, de maestría en maestría, de suscripción en suscripción a revistas internacionales. Siempre con gran esfuerzo personal, muchas veces sin medir las consecuencias. Invertimos en nuestra capacitación un tiempo por el que pagamos un altísimo costo en nuestras vidas personales y mucho dinero. Puede que sea una elección o tal vez no sea más que la imposible persecución de un ideal inalcanzable. No sé si este fenómeno se da en otras profesiones con tanta intensidad. La voluntad de saber a veces se convierte en un comportamiento maníaco. Conscientes de esta característica muchas instituciones han multiplicado su oferta educativa. Hay muchas oportunidades de entrar en contacto con personas valiosas dispuestas a compartir lo que han aprendido con pasión y alegría. Pero no es lo único que se puede encontrar.

La agenda se agranda año a año y los costos también. Aunque la calidad académica no siempre corre en la misma dirección. En no pocos casos la voluntad de enseñar lo que se sabe es mucho menor que la de lucrar con ese privilegio. Se cobran aranceles que se calculan en base al intenso deseo de aprender de los alumnos pero ignorando deliberadamente sus posibilidades reales de pagarlos. Aún así –y ellos lo saben y se aprovechan de ello- habrá muchos colegas que incrementarán sus horas de trabajo, que harán una guardia más los fines de semana o que desviarán porciones cada vez más grandes de sus flacos presupuestos en esa dirección. Claro que se necesitan fondos para sostener una estructura de enseñanza y para que su gente reciba una justa retribución por su trabajo. Pero basta asomarse al menú de lo que cobran para comprender que la miserable obsesión por ganar dinero es mucho más intensa que la generosa felicidad de entregar a otros el saber que han tenido la fortuna de adquirir. Lo que saben lo han recibido de otros gracias a la solidaria cadena de la enseñanza y el aprendizaje. Cuando se solicita una beca se ponen condiciones leoninas más propias de las casas de depilación que de institutos de postgrado universitario. ¿No les da vergüenza?

La educación de postgrado se va convirtiendo entre nosotros en un gran negocio que vende con criterios de mercado algo que no les pertenece. Lo que ofrecen es un producto robado. Son traficantes. Usan un conocimiento del que se han apropiado para venderlo como dealers con títulos y medallas. Son “mulas” que transportan una sustancia que no es de ellos. El conocimiento no tiene dueño, pasa por las mentes de las personas de unos a otros y se vuelca sobre la sociedad que se beneficia cada vez que un profesional adquiere nuevas competencias y habilidades.

Publicar o morir, pero siempre pagar

El paradigma vigente en el mundo científico se sustenta en la cantidad de papers que un investigador logre publicar en las revistas con referato más importantes del mundo o en los grandes congresos internacionales. De esta manera se establece un criterio de evaluación que orienta la asignación de recursos bajo la modalidad de subsidios, becas, nombramientos y su efecto colateral más complejo: el prestigio profesional, el reconocimiento de la comunidad de pares y la muy errática sensación de autorrealización personal. Por ello no resulta extraño que las personas dediquen grandes esfuerzos para que sus trabajos accedan a esos escenarios. Convertida en la medida de todas las cosas, la presión por publicar resulta en ocasiones inmisericorde y cruel. Así se ha originado una situación que se describe como “publicar o perecer” (“publish or perish”) revelando la trascendencia vital que este suceso tiene para la propia supervivencia del investigador.

Todo parece indicar que los revisores de las grandes publicaciones del mundo tienen una manifiesta predilección por los trabajos que provienen de sus propios ámbitos. Esto no tendría nada de malo si la justificación para ello se sustentara en la calidad científica. Pero la situación se modifica cuando, al ser privados de la información sobre los lugares de referencia, las evaluaciones cambian de un modo tan notorio. Este sesgo de preferencia pone en una situación de franca desventaja a los investigadores procedentes de otros lugares del mundo. (1)

 

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