Conmoción en Uruguay | 19 MAR 12

Horror por los "enfermeros asesinos"

Se investigan hasta 200 muertes en un hospital y en una clínica.
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“Me creí Dios"

“Me creí Dios, me equivoqué y ahora estoy arrepentido”

Por Gisele Sousa Días / Clarin.com

Horror en Uruguay. Se lo dijo el enfermero Ariel Acevedo al juez. Junto a su colega Marcelo Pereira confesaron haber matado al menos a 16 pacientes de dos hospitales. Hay más denuncias contra ellos, y siguen presos.

Familia clave. El nieto, las dos hijas y el marido de Gladys Lemos. Con su muerte los investigadores terminaron de confirmar sus sospechas sobre los enfermeros implicados en el caso.

 Montevideo. Envidada especial -

“No soy un instrumento de Dios; cuando estoy con un paciente, yo soy Dios”. La frase pertenece a Harold Shipman, un médico inglés que atendía ancianos y enfermos terminales y disfrutaba viéndolos desplomarse en minutos, después de una dosis fulminante de morfina. Casi 15 años después de su arresto, Uruguay escuchó ayer una justificación casi calcada: “Me creí Dios, me equivoqué y ahora estoy arrepentido”. La frase pertenece ahora a Ariel Acevedo, uno de los dos enfermeros sospechados de haber asesinado a más de 200 personas –16 casos están confirmados– con inyecciones de morfina, aire y lidocaína.

La noticia dejó al país sin aire. “Horror en Uruguay”, decían ayer en rojo los titulares. El juez Rolando Vomero mandó un comunicado urgente a la medianoche en donde lo confirmaba: había procesado a Marcelo Pereira, un enfermero de 39 años, por cinco homicidios. Lo mismo había hecho con Ariel Acevedo, otro enfermero experimentado de 46 años, por haber confesado el asesinato de al menos 11 personas. Pero siguen la pista de otros 200 casos.

En un comienzo los abogados quisieron desvincularlos pero terminaron delineando la misma estrategia. “Mi cliente dice que no quiso matar a nadie, que sólo quería aliviarles el dolor, que actuó por causas humanitarias. Confesó haberles dado morfina y Dormicum, una benzodiacepina”, explicó ayer a Clarín Santiago Clavijo, abogado de Pereira. Una droga para calmar el dolor y otra para dormir: intenciones nobles. Sostuvo que es mentira que los pacientes lo molestaban, que está deprimido y solo en una celda, que está casado y tiene hijos, que su esposa lo comprende y que está arrepentido de haberse escondido de los otros enfermeros para aplicar las inyecciones mortales.

Pereira trabajaba en los dos establecimientos, el público y el privado. Lo detuvieron de camino al público y negó todo durante cuatro horas. Hasta que se quebró y confesó. Desde un primer momento, los abogados insistieron en que no actuaban juntos. Pero lo cierto es que, después de la confesión de Pereira, la Dirección de Lucha contra el Crimen Organizado e Interpol fue directo a buscar a Acevedo. Es soltero y estaba solo en su casa. También negó todo. Y terminó confesando 11 crímenes.

Ayer, Inés Massiotti, su abogada, confirmó lo que se sospechaba. “Eran amigos a tal punto que mi cliente era el padrino de la hija del otro implicado”, dijo. Fue ella quien desde el primer día sostuvo la bandera de la “piedad”, tanto que arrojó un dato fuera de contexto: que su cliente había sido abusado de chico. Ayer, contó por radio que Acevedo le dijo al juez Vomero que se había creído Dios.

Por el delito que se les imputa –homicidio muy especialmente agravado en reiteración real– podrían darles entre 10 y 24 años de prisión. El argumento que usan las dos partes para sostener que no hubo crimen organizado es que sus técnicas difieren. Massiotti aclaró que su cliente “usaba una jeringa de 20 centímetros con aire que aplicaba vía intravenosa y provocaba una embolia pulmonar.

Eso causa un infarto o un paro cardíaco”. Pero el ministro del Interior uruguayo, Eduardo Bonomi, fue más allá: aseguró que había “una suerte de competencia”, entre ellos “pero no estaban planificando juntos” las muertes.

 

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