Infidelidad, adopción, herencias, enfermedades, reproducción asistida. | 14 NOV 11

ADN, el detector de mentiras

Viviana Bernath revela en su nuevo libro, a través de casos reales, cómo los descubrimientos que se hacen a través del estudio de esa molécula cambiaron qué significa conocer quiénes somos y de dónde venimos.

Reseña del libro por  Santiago Kovadloff

 "A través de la investigación de casos reales, Viviana Bernath aborda, con autoridad y sencillez, un tema crucial de nuestro tiempo: el de las implicaciones psicosociales derivadas del acceso a la información genética. Expresión de un hondo humanismo, su enfoque interesará tanto al lector profano como al especialista sensible a las relaciones entre su quehacer y la comunidad. Al igual que todas las revoluciones del conocimiento que lo precedieron -la de Aristóteles, la de Galileo, la de Newton, la de Darwin, la de Freud, la de Einstein- el descubrimiento del ADN sitúa la existencia humana en un nuevo marco histórico tan cautivante como polémico. Consciente de las consecuencias éticas, subjetivas e interdisciplinarias que entraña el acceso a la información genética, la autora rehúye las racionalizaciones fáciles y cualquier triunfalismo tecnocrático para internarse, con lucidez y cautela, en el territorio brumoso e insoslayable del sentido del conocimiento. ADN. El detector de mentiras es un libro apasionante, rico en testimonios y abierto a esa pluralidad de perspectivas que exige la comprensión cabal del complejísimo asunto que se tiene entre manos. Con él, Viviana Bernath, investigadora de creciente prestigio profesional, se revela como una de nuestras mejores divulgadoras científicas."

 

ADN. El detector de mentiras
Por Viviana Bernath

La biología debió esperar bastante más que la astronomía y la física para producir su primera revolución. Recién en 1859, con la aparición de El origen de las especies por medio de la selección natural, las bases del pensamiento dominante volvieron a estremecerse.
 
La afirmación de Charles Darwin (1809-1882) de que todos los organismos vivos tenían un antecesor común –hipótesis aceptada de inmediato por los biólogos, pues tanto los registros fósiles como las catalogaciones del reino animal y vegetal encajaban perfectamente en ella– transformaba a la especie humana en una más de los muchos millones de especies que habían ido apareciendo a lo largo de la evolución de la vida en el planeta y se enfrentaba, de hecho, no sólo a la posición eclesiástica sino a las propias palabras de su texto sagrado, la Biblia.
 
¿No era acaso el hombre sagrado y había sido creado por Dios a su imagen y semejanza? ¿Dónde quedaban ubicados Adán y Eva, los padres de la humanidad? La Iglesia, nuevamente temerosa de las consecuencias que los descubrimientos científicos pudieran traer aparejadas, volvió a ejercer la misma actitud negadora que había mantenido con Galileo Galilei. Así como entonces se había resistido a aceptar que la Tierra giraba alrededor del Sol y que no era el centro del universo, ahora ponía en tela de juicio que el ser humano formara parte de un proceso evolutivo y que su origen no fuese sagrado. Y si bien recién en el siglo XXI la Iglesia “redimiría” la teoría de Darwin, como ya había sucedido en el pasado, nuevamente la ciencia aportaba  evidencias y quebrantaba la ilusión del hombre de ser lo mejor y lo más perfecto de la creación, para colocarlo en su verdadera dimensión, es decir, como un engranaje de la serie de lo viviente. (...)
 
Durante las primeras décadas del siglo XX, la física fue, de todas las ciencias, la que sufrió las transformaciones más profundas. Si bien las investigaciones se hallaban orientadas hacia el conocimiento del espacio, del tiempo y finalmente del átomo, sin duda el hito más destacado, por las repercusiones que trajo aparejadas para la humanidad, fue la formulación de la Teoría de la Relatividad, enunciada por Albert Einstein (1879-1955). Einstein demostró que los movimientos de todos los objetos en el universo eran relativos; es decir, por ejemplo, que cuando un vehículo está en movimiento, su movimiento es relativo respecto del suelo, o que la Tierra se mueve respecto del Sol y las estrellas. Una verdadera revolución científica. Como se sabe, la Teoría de la Relatividad fue fundamental para la ciencia y la tecnología de los siglos XX y XXI, ya que todas las investigaciones posteriores sobre el átomo partieron de ella. En nuestra vida cotidiana se pueden encontrar infinidad de sus aplicaciones prácticas. De hecho, a partir de ella surgió, por ejemplo, la posibilidad de utilizar la energía nuclear para generar grandes cantidades de electricidad que hoy se emplean al encender la lamparita del velador a la mañana, para hacer funcionar la tostadora, mover el ascensor o poner en marcha el subterráneo. Otras de sus aplicaciones están vinculadas a la alta tecnología, aunque, desde luego, esta teoría no siempre se utilizó en pro de la humanidad. En un siglo encaminado definitivamente a separar la ciencia y el conocimiento de la religión, los postulados de Einstein no conllevaron la virulenta reacción eclesiástica que habían desencadenado las investigaciones y los hallazgos de antecesores como Galileo o Darwin. La ciencia y, consecuentemente, la tecnología se erigían en los nuevos dioses de un mundo cuyo poder de conocimiento se consideraba y se constataba a cada paso como ilimitado. El ser humano creía, como nunca antes, en su capacidad para alcanzar el bienestar y propagarlo. Sin embargo, no todo en el progreso científico había significado siempre el avance del conocimiento hacia la panacea de la sabiduría y el bien de la humanidad. La industria de la guerra también había sabido  sacar su provecho. Y aunque la relación entre ciencia, tecnología y poder de destrucción no era privativa del siglo XX, las particularidades específicas tanto de los hallazgos de Einstein como del contexto histórico en el que se desarrollaron le daban una dimensión jamás vista antes. Mientras algunos científicos trabajaban sobre los postulados de la Teoría de la Relatividad para generar tecnología a favor del bien común, otros utilizaban sus ecuaciones para intentar construir la bomba con mayor poder de destrucción conocido hasta entonces. Recién iniciada la Segunda Guerra Mundial, el mismo Einstein, exiliado de Alemania debido a los riesgos que corría por su condición de judío, fue uno de los primeros científicos en tomar conciencia de que las nuevas formulaciones en manos de políticos criminales y científicos serviles podrían ser empleadas con fines militares para manufacturar la primera bomba atómica. Ante tal amenaza escribió al presidente estadounidense, Franklin D. Roosevelt, informándole del inminente peligro. Como consecuencia de su advertencia, se dio comienzo al Proyecto Manhattan, que, bajo la dirección del físico Robert Oppenheimer, logró fabricar la bomba atómica antes que las potencias del Eje y hacerla explotar experimentalmente en El Álamo (Nuevo México) el 18 de julio de 1945. Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos de Einstein, una vez más la maquinaria de guerra echó mano de lo que la ciencia le había entregado. (...)
 
Y, desde luego, la aberración de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki y sus consecuencias le dieron al mundo la prueba irrefutable del poderío que descansaba en manos de científicos y técnicos, y demostraron la necesidad de incorporar la dimensión ética a la ciencia, cualquiera fuese su rama, a fin de que las nuevas investigaciones se utilizasen en favor de la humanidad. (...)
 
El fantasma del ADN. El descubrimiento de la huella genética no sólo produjo un cambio científico, sino que modificó nuestra vida cotidiana. Como consecuencia de esta nueva manera de verificar los vínculos entre las personas, suelen escucharse, una y otra vez,  comentarios tales como que mediante un estudio de ADN finalmente se comprobó que Juan era el padre biológico de Pedro; que el hijo de María no era de su esposo sino de su amante; que Sara o Manuel eran hijos de desaparecidos; o historias tales como que a la viuda de Justiniano se le presentó un hombre diciendo que era hijo del difunto y que reclamaba la parte de la herencia que le correspondía. Así, se podría enumerar infi nidad de situaciones que se desprenden de la existencia de las pruebas de ADN y su altísima capacidad para revelar la identidad de las personas, desbaratar mentiras que tan sólo un par de décadas atrás hubieran permanecido encubiertas o aceptar verdades que de otro modo serían imposibles de creer. Si los estudios de ADN no se hubieran incorporado a nuestra vida como una posibilidad de conocimiento asequible, numerosas situaciones más frecuentes de lo que se supone jamás se habrían producido. Muchos niños habrían crecido sin experimentar las consecuencias de enterarse de que ese hombre que los abrazaba cada mañana cuando partían para ir al colegio, los cuidaba cuando estaban enfermos o que tal vez había entrado de su brazo en la ceremonia de casamiento, no era su padre biológico. Otros tantos padres que participaron en cada uno de estos actos jamás se habrían percatado de que ellos, sus hijos, ya de tres, diez o veinte años no eran biológicos. Muchas mujeres, esposas que creían fieles a sus maridos, nunca habrían imaginado que podrían recibir en su propia casa una notificación ordenando que su marido se presentara a una prueba de ADN para corroborar su paternidad biológica de una criatura desconocida. O bien sujetos criados por sus madres solteras no habrían sabido que su padre biológico era, en realidad, el patrón de la casa, y que entonces estaban en condiciones de reclamar judicialmente un reconocimiento que los llevaría a recibir una gran herencia. Y desde luego en la Argentina, por ejemplo, muchos bebés apropiados durante la dictadura militar de los años 70 continuarían sin conocer su verdadera identidad, ni el destino de sus padres biológicos. Todos estos casos advierten que en la actualidad la variable de la prueba de ADN debería considerarse al momento de decidir comportarse de una u otra manera. Esta nueva herramienta modifica la vida de las personas. Atraviesa la cama de una pareja cuando uno o los dos están siendo infieles, ya que ninguno puede dejar de pensar que si de aquel acto deviene un hijo, esa mujer o ese hombre podrá exigir su reconocimiento. O bien que una mancha de semen en una sábana puede ser una prueba indubitable de la infidelidad. Hoy si el hijo del dueño de la estancia deja embarazada a la hija del capataz, debería suponer que esa joven con su hijo tarde o temprano reclamarán lo que les corresponde. El padrastro que violó a la hija de su esposa debería considerar que no saldrá impune del delito que cometió. E incluso a una mujer que queda embarazada luego de mantener relaciones con más de un hombre y no tiene certezas de cuál es el padre biológico, no le resulta sencillo atribuirle la paternidad a quien prefiera, porque sobre su conciencia recaerá la posibilidad de quedar a merced de una averiguación posterior.
 
Asimismo, en el plano institucional, la Justicia no debería dar por cerrado un caso cuando existen evidencias de las cuales se pueden obtener los perfiles genéticos, porque algún día en algún sitio podría aparecer un sujeto con dicho perfil de ADN a quien considerar como posible culpable. Se podría afirmar, sin temor a equivocarse, que el ADN se ha convertido en un detector de mentiras imposible de burlar, y que de manera casi imperceptible, pero sin pausa, está transformando la vida y el comportamiento de los individuos y de la sociedad en su conjunto. 
 
*Bióloga especialista en Genética Humana.
Fuente: diario
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