Su tarea inquebrantable hacia una medicina comunitaria | 16 ENE 12

El Hospital Francisco Javier Muñiz

Conferencia del Prof. Dr. Olindo Martino en la Jornada ¨Fiebre Amarilla de 1871. La tragedia que transformó a Buenos Aires¨.
Autor/a: Prof. Dr. Olindo Martino 

Desde el instante en que me honraran para desarrollar este tema, no imaginé que aflorarían en mi mente tantas reminiscencias, gratas muchas de ellas aunque otras de incontenible melancolía. Acaso porque reverberaban   aletargadas vivencias  como retazos de  vida hacia los cuales fui devoto testigo. Porque en verdad tuve la gracia de vivir intensamente una trayecto de la gran epopeya histórica que fue orgullo y dio excelencia académica al Hospital Francisco Javier Muñiz.

Suele acontecer que  algunas obras beneméritas germinan  poco después  de trágicos y contemporáneos sucesos históricos. Y no me equivoco si afirmo que el hombre, por su innata tendencia gregaria, busca rehacerse y hasta  crear con mucho más ahínco  en condiciones de adversidad que sostenido por la opulencia.

La plaga amarílica había impuesto una profunda y siniestra brecha de infortunio sobre la población de Buenos Aires, con grandes pérdidas humanas y dejando un inmenso vacío cargado de gemidos de orfandad. Así golpeó su fantasmal presencia: abrupta en su aparición, dramática en su evoluir…precisa para matar. No cabe el olvido para quien haya visto de cerca la atormentada máscara ambarina  y el preludio mortal que acompaña el vómito negro. Allí cayó la inefable figura de Francisco Javier Muñiz. Allí también cayeron otros sacrificados galenos que, víctimas del flagelo, honraron la vocación asclepiana con la entrega de sus vidas. Me reconforta decir que algunos de sus nombres aún levitan en el alto frente de algunas de las salas del hospital: Manuel Gregorio Argerich, su hermano Adolfo, Sinforoso Amoedo, Caupolican Molina, Francisco Riva, Gil José Menendez, Roque Pérez, Guillermo Zapiola, Vicente Ruiz Moreno …y quizás tantos otros injustamente olvidados y sus letras de vida desdibujadas por el tiempo. Recuerdo las veces que, siendo todavía practicante del hospital, me detenía a leer sus nombres. Poco o nada sabía de ellos. Pero en la vehemente fantasía de mi joven iniciación solía pedirles el amparo de sus silenciosas sabidurías y mientras me alejaba de aquellas  imaginarias lápidas suspendidas sobre los  portales, pensaba que luego que la corporalidad de una ilustre figura  deja para siempre este mundo y comienza el eterno silencio del ausente, el recuerdo se hace necesario porque recordar es apenas volver hacia atrás para honrar con la mirada del sentimiento.

Desde los albores de la medicina preventiva siempre hubo preocupación hacia el logro de una  ambiencia adecuada para el aislamiento de los enfermos infecciosos. Por aquella época eran reconocidos como receptáculos para pestilentes (1) los lazaretos del Riachuelo, San Roque y el hospital Buenos Aires – hoy hospital Escuela General San Martín – Contemporáneamente, y para los mismos fines, fue arrendada la ¨ Quinta de Leslie ¨,  extenso predio convertido en albergue de exclusión. Si a continuación nos proponemos otorgar significancia a las expresiones gráficas: lazaretos, recintos de exclusión y receptáculos de pestilentes, podemos inferir que tales albergues no tenían como único objetivo  impedir el  contagio persona a persona.  También había que evitar  el desagradable espectáculo de convivir socialmente con inficionados tuberculosos, variolosos, desvalidos y pestilentes agusanados y, todavía más, enfrentarse con  leprosos desfigurados. Descripciones de la época refieren  con  ¨patetismo la impresión lastimosa que producían los variolosos muriendo en medio del hacinamiento inevitable…¨(2)

Ante las acuciantes demandas provocadas por esporádicas apariciones de fiebre amarilla, brotes de cólera, viruela, gravísimos casos de peste bubónica, y enfermedades clásicas altamente contagiosas como la difteria, el  sarampión y la escarlatina que, además  de representar severos contratiempos sanitarios, inmovilizaban el ambicioso crecimiento inmigratorio capitalino, un grupo de hombres inspirados por el entonces Intendente Don Torcuato de Alvear impulsaron, con visión de futuro, un nuevo arquetipo de metrópoli. Uno de sus oportunos logros fue la creación del hospital para enfermos infectocontagiosos que se denominaría Casa de Aislamiento y que substituiría al antiguo lazareto. Transitaba ya el año 1882. Para su construcción se destinó el terreno adyacente al clausurado Cementerio del Sur, donde una década atrás había sido fosa común y testigo del depósito de tantas desdichadas víctimas del ¨azote amarílico ¨. Aquella extensa y conmovedora  lápida sería luego reemplazada por el verdegal soleado del actual parque Ameghino. Hoy, todo espíritu sensible que recorra sus amplios senderos, se sentirá conmovido con solo leer la breve leyenda inscripta sobre el mármol tallado al pie del monumento a los caídos en la luctuosa epidemia de fiebre amarilla del año 1871. Esculpido por Juan Ferrari simboliza la cualidad más abnegada que enaltece al linaje humano y esto es lo que dice: ¨El sacrificio del hombre por la humanidad representa una virtud pero también un deber que los pueblos cultos estiman y agradecen ¨ 

 …y pensar que toda esa tragedia sucedió ayer, en nuestra venerada tierra. Pero mañana podría acontecer en cualquier otro lugar: epidemias, guerras, desastres naturales… morir, luego nacer y otra vez morir. Y, aún sabiéndolo, volver a empezar. Inmutable ¨noria ¨ esta la del destino humano. 

En el mes de agosto de 1894, frente al histórico parque Ameghino, fue asentada la piedra fundamental del que sería un espacioso hospital y que reemplazaría a la Casa de Aislamiento. Hubo que esperar sin embargo 10 años. Por fin, el 28 de octubre de 1904 nace el tan esperado establecimiento sanitario que, a partir de entonces, simbolizaría el espacioso y prestigioso hospital escuela de enfermedades infecciosas. Destaco aquí el sentido del término espacioso porque fue esa la sensación que tuve como estudiante de medicina la primera vez que ingresé a él, allá por el año 1952, donde sentí la plenitud de ese vasto jardín salpicado con inagotables verdores. La recuerdo. Era una tibia mañana de otoño. Comencé a recorrer sus ondulados senderos amparados desde lo alto por las frondosas y abigarradas copas de ombúes, fresnos y eucaliptos. Conmovido por aquella solemne entraña de pronto se me cruzó en el camino un pequeño hornerito con su andar compadrito. Se  plantó en la senda y batiendo sus castañas alas me enfrentó con su descomunal chirrido. Al principio no acerté a comprender que esa era su casa y aquel agudo trino, quizás un mensaje de bienvenida. Jamás imaginaría que esa  indescriptible escena quedaría para siempre  guarecida en mi pesada mochila de recuerdos. Hoy todavía lo imagino cruzando el sendero con sus alas más trémulas, su trino más apagado… su andar menos elegante. Ese anónimo compadrito que tantas jornadas me hizo palpitar el  corazón de alegría frente al ineludible dolor humano.

Así sentí por primera vez aquel imponente solar, vestido con su arboleda centenaria, sus veredas y atajos caprichosos, las largas e imponentes galerías, y a cada lado de un sendero las salas encajonadas simulando espectrales féretros a la espera del casi seguro moribundo. Ahora me doy cuenta que así quiso ser la austera espaciosidad a la que aludí hace instantes. Porque en definitiva el sentido de la creación del hospital Francisco Javier Muñiz fue proteger a la población de  aquellas  enfermedades infecciosas incontrolables y altamente contagiosas, pero también asumiendo el  ineludible compromiso  de elevar la autoestima de todo enfermo   que, por largos períodos, quedaba  forzosamente excluido de la sociedad. Y así lo hizo vistiendo la triste  imagen del dolor físico con un frondoso jardín de esperanza!

La consumada amalgama entre muros y paisaje natural se debió  a la visionaria idea del Dr. José Penna, eminente epidemiólogo que supo interpretar al yo doliente inmerso en  su circunstancia ecológica. Así fue como  en el caso particular del hospital Muñiz la propuesta  de este adelantado sanitarista fue diseñar tres cuerpos separados entre sí por un ¨ bosque de pequeños árboles rodeados de otros más grandes, facilitando así el aislamiento natural y ecológico ¨(3) Era brindar  a tantos pobres desahuciados  el exultante  colorido de la naturaleza para  reconfortar el espíritu y ahuyentar las tristezas. Era dejarse llevar por los espaciosos jardines y sentir de cerca la tan necesaria y generosa medicina para alma.

El Dr. José Penna fue, merecidamente, el primer Profesor Titular de Enfermedades Infecciosas de la Facultad de Medicina de Buenos Aires y autor de importantes trabajos científicos entre los que se destacan ¨ El cólera en la Argentina ¨ y la  ¨ Viruela en América del Sur ¨.

Poco a poco, desafiando adversidades sanitarias como también impredecibles amenazas epidemiológicas, el Hospital Muñiz se vio en la necesidad de acrecentar su estructura edilicia y jerarquizar su cuadro profesional. Fue menester construir roperías y lavaderos, equipos para estudios radiológicos y laboratorio diagnóstico. De igual forma baños más confortables y dependencias con mejores comodidades para el personal de guardia. Dado el habitual sedentarismo a que obligaban los largos tratamientos, sobre todo con los enfermos tuberculosos, en el año  1932 fue habilitado el Pabellón Koch y hasta se creó una escuelita para educar a niños obligados a internaciónes prolongadas. Cualquiera fuese el padecimiento infeccioso la estadía, cuando menos, no era inferior a tres o cuatro semanas, mientras que para los enfermos tísicos  solía extenderse por meses y hasta años. Importa destacar que para la época los enfermos leprosos también eran alojados en el Hospital Muñiz. Ni bien eran localizados y antes de ser derivados a este hospital eran alojados en calabozos con el fin de mantenerlos aislados de la comunidad. Esta lamentable actitud, suerte de mezcla de terror y castigo medieval, representaba el triste destino con que eran  señalados esos pobres lazarinos que, penosamente, caían en la ominosa fosa  del repudio social. Pero también es cierto que en toda adversidad siempre se conjugan piedad y rebeldía. Así surgió la pluma justiciera de José Belbey (4) quien supo redimir a esa desfigurada humanidad en su emotivo libro ¨Los hijos de Hansen ¨   

Debido a la preocupante difusión de los casos de lepra en el país, con significativa prevalencia en la región del litoral, en el año 1930 se fundó  el Patronato de Leprosos de la República Argentina y poco después sucesivas filiales ubicadas en aquellas provincias con mayor morbilidad. Posteriormente, en el año 1939, el Presidente Marcelo Torcuato de Alvear dispuso la creación de la Colonia Regional de Leprosos ¨Maximiliano Aberastury ¨ en la isla Cerrito, destinada a atender a los enfermos del mal procedentes de las provincias de Formosa, Chaco y Corrientes. Entre los cinco establecimientos creados en el país para la asistencia del mal de Hansen, quiero destacar al Sanatorio ¨Baldomero Sommer ¨  inaugurado en el mes noviembre de 1941 y ubicada en Gral. Rodrigues, Pcia de Bs. As; institución que congregaba mumerosos pacientes y familias aquejadas por el mal. Allí me desempeñé como médico interno en la década del ’60, al lado de prestigiosos leprólogos como Ricardo Manzi, Angel Marzetti y Adolfo Meliman. Hago esta mención porque gracias a mi entrenamiento en el Hospital Muñiz, al lado de prestigiosos dermatólogos y leprólogos de la talla de Esteban Cardama y Juan Gatti, pude hacer frente a pacientes de difícil manejo clínico, frecuentemente infectados, desfigurados y amarillentos como hojas de otoño, hostiles al verse discapacitados y separados de sus hijos que al nacer sanos eran trasladados a asilos para su crianza.
                            
La peste blanca, como solía  denominarse a la tuberculosis,  tuvo a partir del año 1938 su primer dispensario para enfermos ambulatorios, ubicado en el predio del hospital con su ala de ingreso por  la calle Velez Sarsfield. Creación que no admitía más demoras si se aceptaba la pesada carga sanitaria que involucraba el largo sufrimiento de la tuberculosis como realidad social. Se iniciaba  así un invalorable aporte al desarrollo de una eficiente medicina preventiva. Pero seamos justos recordando que esta irremplazable necesidad sanitaria  representó el inamovible cenit que inspiró la  labor titánica de José Penna; fuertemente influenciada por la doctrina del gran estadista y filósofo inglés Benjamín Disraeli  quien, por primera vez, reconoció la obligación de los gobiernos de cuidar la salud de los ciudadanos, utilizando para ello  una simple y lapidaria frase: ¨ Cuando una nación ha perdido la salud lo ha perdido todo ¨  

La obra progresista de ese adelantado caballero de la salud pública, que a no dudar fue José Penna, estuvo eslabonada por actividades impulsadas con inteligente estrategia para las necesidades de la época. Le cupo así la responsabilidad de ser el primer director y prestigioso mentor del creciente ideario del Hospital Muñiz. Además de catedrático, como fuera ya mencionado, fue Director de la Asistencia Pública de Buenos aires, Presidente del Departamento Nacional de Higiene y además, con envidiable dinamismo, impulsó la finalización de las obras que dieron cuerpo y esplendor al entonces Instituto Bacteriológico Nacional ¨Carlos Malbrán ¨, hoy Administración Nacional de Laboratorios e Institutos de Salud -  ANLIS -  ¨Dr. Carlos Malbrán ¨ . Obsérvese que su magna obra tuvo como puntos cardinales aquellos  noveles bastiones  responsables de la asistencia comunitaria, la centralización del diagnóstico  microbiológico y la prevención de las enfermedades. Pero también sería él como docente quien orientaría la formación de aquellas nuevas generaciones en el reconocimiento de las preocupantes infectopatías de la época. Finalmente su  ejemplar libro de vida  quedó epilogada con su activa participación para la vigencia de la ley 4202 que prescribía la vacunación antivariólica.

La ímproba e histórica labor desarrollada por José Penna fue secundada por calificados galenos del momento. Había coincidencias formales porque a ojos vista se vislumbraba la necesidad de ejercer una inteligencia compartida. Compartida para crear, imponer y ejecutar ideas bizzarras . Y por cierto que el producto resultó  venturoso ya que  la señera antorcha del conocimiento, aún mismo enfrentando las consabidas y enfermizas mediocracias de turno, supo ser conducida con vehemencia y singular capacidad por las nuevas ¨ postas ¨ de médicos e investigadores  que hoy, de manera inobjetable, enriquecen el calendario científico de nuestro tiempo. Permítaseme entonces honrar a puntales de una extensa  pléyade de hombres que labraron nuestra doctrina medica y honraron nuestra historia: José Semprún, Horacio Madero, Bonorino Cuenca, Octavio Pico Estrada, Maximiliano Aberastury,  Carlos Pico, el brillante Julio Méndez,  dos veces laureado como médico, Mariano Castex, Bernardo Houssay, Salvador Mazza, Francisco D’Estéfano. Y fue justamente este último, quien en 1919 reemplazó al Dr. José Penna como Titular de la Cátedra de Clínica Epidemiológica, como era denominada en principio la que luego sería la Cátedra de Clínica de las Enfermedades Infecciosas. D’Estéfano era un médico práctico, una personalidad tosca, un incansable operario de la salud. Su carácter áspero y sus decisiones inapelables le valieron el apodo de la ¨mula ¨ .Fue quizás el aldabazo que le permitió  consolidar su importante obra médica, social y sobre todo docente frente a la demanda sanitaria de la época. En su larga trayectoria asistencial y docente dejó una ilustre camada de discípulos entre los que se destacaron Raúl Vaccarezza, José Peroncini, Carlos Videla, Roberto Paso, Francisco Inda, León Charosky, Isaac Natín y Hernan Gonzalez. Su fructífera y extensa labor, que se extendió hasta 1938,  inspiró a uno de sus dilectos seguidores, el Dr. Hernán Gonzalez a decir: ¨Con una pasión por el hospital tan extraordinaria no he conocido otro ser humano igual. Dejó una obra grandiosa y su recuerdo perdurará siempre ¨
                              
Finalizaba el año 1938. Un lamentable nubarrón de furtiva codicia humana dividió, a partir de entonces, la orgullosa y reconocida Primera Cátedra de Clínica Epidemiológica. Con el retiro del consagrado maestro la envidiable escuela pergeñada y consolidada a través casi dos décadas, fue dividida por decisión del poder político universitario. La intención era clara: Dividir para reinar. Más aún:

¨Divide y Vencerás ¨, escribió Nicolás Maquiavelo en su famosa obra ¨El Príncipe ¨  Un Príncipe que quería ir todavía más lejos al agregar: ¨Evalúa a tus enemigos: del fuerte hazte amigo; al débil aniquílalo ;  a tu igual combátelo¨ Así resultó entonces la cortada de cinta que obligó a crear, por un lado, a la Cátedra de Patología y Clínica de la Tuberculosis con su nuevo titular el Profesor Raúl Vaccarezza y, por el otro,  la flamante Cátedra de Patología y Clínica de las Enfermedades Infecciosas bajo la conducción del talentoso Dr.Carlos Fonso Gandolfo. Aunque no llegué a conocerlo destaco en él  su atinada preocupación por organizar campañas sanitarias que permitieran a sus alumnos y colaboradores reconocer sobre el terreno la historia natural de nuestras tradicionales endemias regionales. Una criteriosa y adelantada manera de engendrar futuros sanitaristas rurales. 

El historial académico del hospital Muñiz acumuló todavía el repertorio de otros paradigmas de la medicina nacional que continuaron nutriendo su escenario científico. Así, al Dr. Raúl Vaccarezza lo fueron sucediendo en la cátedra de Tisiología discípulos y profesionales destacados como José María Leston, Juan Carlos Rey, Jorge Pilheu, Francisco Dubra, Rubén Sampietro, Luis Gonzalez Montaner, Eduardo Abbate; mientras que el Dr. Fonso Gandolfo fue sucedido en la Cátedra de Enfermedades Infecciosas por Hernán Gonzalez, Humberto Ruggiero, León Charosky, Enrique Libonatti, Justo Aguleiro Moreira,  Artun Tchoulamjan, Haydeé Lefevre, Arno Tutovesky, Laura Astarloa, el que habla, Omar Palmieri , Jorge Benetucci, Roberto Hirsh, Rubén Masini.

El hospital Muñiz tuvo destacados directores entre los cuales menciono al Dr. Carlos Pico responsable de la restauración del viejo modelo nosocomial y de quien otro prestigioso director, el Dr. Carlos Gonzalez Cambaceres se expresó así: ¨ …dio nueva forma a viejos pabellones cargados de tradición y emotivos recuerdos, pero también, de ruinosas dolencias incompatibles con la práctica de la medicina eficaz y humanitaria ¨ Al igual que el Dr. Pico cumplieron una meritoria labor quienes lo sucedieron: el ya mencionado José María Leston, Alejandro Giuliano, Carlos Gonzalez Cambaceres, Miguel Martini, Marcelo Diaz Lestrem, Edmundo Enrico, José del Marmol, Rubén Masini. 

Más allá de estos nombres, que supieron conducir y jerarquizar la vida científica  de nuestro querido hospital, hubieron otros médicos que fueron mis compañeros de trabajo de cada día, cuyo destino no mostró quizás la letra gótica de la relevancia científica pero a quienes yo necesito rescatar del emotivo arcón de mis recuerdos porque fue con ellos con quienes me inicié y uní en un entrañable pacto de amistad y mutuo respeto, y que hoy yacen en el piadoso responso hacia sus memorias. Ruego sepan comprenderme si al mencionarlos surge la emoción inevitable. Ellos fueron: Carlos Urtubey, José Cohen, Osvaldo Bevilacqua, Raúl Garbugino, Estéban Cardama, Salvador Castellano, Hugo Zabalza, Vicente Alberti, José Igobono, Oscar Croxato, Raúl Brañeiro, Guido Squassi, José Guinzgurg, Jorge Dabouza, Mateo Fiorentino, María Cristina Peña…(5)

A través del tiempo el Hospital Muñiz continuó progresando a despecho de frecuentes  marejadas de lastres políticos que pretendieron encallarlo  en un injustificado olvido. Con todo, este generoso refugio para enfermos infecciosos logró sobrevivir para continuar su indiscutible obra en beneficio de la comunidad. Y todavía hoy proyecta fulgores  de creatividad científica como también  una envidiable formación del recurso humano a través de sus cátedras del pregrado y de sus cursos de excelencia en el posgrado. Con lo expresado no creo equivocarme si sostengo que a pesar de… esta vieja casona del saber continúa su indeclinable labor de élite tanto en lo asistencial  como en el diagnóstico de laboratorio, apelando a una operativa reservada apenas a talentosos profesionales, humildes por cierto pero jamás doblegables, muchos de los cuales sumidos aún en recovecos penumbrosos nos siguen honrando con su invalorable producción científica. Por ello no me equivoco si sigo sosteniendo que la herrumbrosa fachada de nuestro querido Muñiz sigue con orgullo en el podio del repertorio científico internacional. Esta vieja casona del saber. Vieja y respetada. Tantas veces desvirtuada y maltratada. Peleando hasta el cansancio por sobrevivir. Que hoy sigue en pie, optimista y estimulada por aquellas fervientes  estrofas  del poeta Almafuerte cuando nos dice:  ¨…Avanti!, Piú avanti…Molto piú…Sempre Avanti ¨ Así fue la consigna de los inteligentes operarios que hoy nos honran con su silenciosa labor. Me place conocerlos. Me honra todavía saludarlos. Me emociona recordar que no hace tanto fui también parte de  ese vehemenre panal de seres creativos!

Con ganada justicia nuestro hospital Escuela de Enfermedades Infecciosas logró con valentía, creatividad y paciencia  ampliar sus  anaqueles de conocimientos y a la vez formando distinguidos seguidores. Hoy, a partir de criteriosas  propuestas para el desarrollo científico, hemos arrivado a un mojón de singular prestigio histórico. Hasta donde pudimos hemos llegado y con orgullo  podemos decir que en sus espaciosos jardines de fragantes multicolores ya florece una sólida  escuela del saber infectológico. El venturoso destino me ha elegido hoy para mencionar aquellas dependencias que elocuencian su real eficiencia. Ellas son: Departamento de Urgencia, Medicina Crítica, Asistencia Respiratoria, Promoción y Protección de la Salud, Pediatría Infecciosa, Laboratorio del Diagnóstico Microbiológico, Hepatología Infecciosa, Endoscopía, Diagnóstico por Imágenes, Dispensario de Vías respiratorias, Asistencia integral del paciente con Infección por VIH, Patología Regional, Medicina Tropical y Zoopatología Médica, Medicina del Viajero, Zoonosis, Tuberculosis Multirresistente, Laboratorio de Investigación Microbiológica e Inmunológica, Anatomía Patológica, Cirugía Séptica, Dermatología, Enfermedades por Transmisión Sexual, Centro Leprológico, Salud Mental, Rehabilitación, Comité de Infeccione y el novedoso Centro de Fertilización Asistida en parejas dispares.  

A lo largo de su existencia el Hospital Francisco Javier Muñiz sigue enhiesto como importante campo de entrenamiento para innumerables generaciones de estudiantes y médicos noveles, desarrollando campañas sanitarias y rastreos epidemiológicos en distintas regiones del país. Quiero destacar que desde hace más de cinco décadas diferentes grupo de profesionales, junto a calificados investigadores, vienen realizando estas tareas,  colaborando y asesorando a los organismos de salud, frente a epidemias y desastres naturales, y a la vez formando recurso humano en diversas disciplinas vinculadas con la atención primaria, zoonosis, medicina del viajero, medicina tropical y emponzoñamientos humanos, erigiéndose así en un centro gratuito de referencia.  

Creo que ha llegado el momento de detenerme en el horizonte crepuscular de este largo camino que me tocó recorrer y preguntarme si en verdad fui un digno médico y supe honrar a este mi segundo hogar, que desde mi lejana y arrebatada juvenilla me fogueó y me vio crecer como médico y como hombre.

Creo que sí y por ello debo decirlo, ante  la honrosa circunstancia de tener que hablar del que fuera el secreto refugio de mis ilusiones, de mis frustraciones, de mis alegrías y tristezas. Y también triunfos  como ineludibles fracasos. Ahora me parece que todo va transcurriendo rápido, muy rápido, en el largo celuloide de mis recuerdos.

Hoy me siento un viejo juglar narrando con emoción templada la fausta epopeya de este vasta y anciana casa, verdadero  crisol con tanta historia escondida, con tanto dolor contenido, con tanta enseñanza dejada. Esta querida casona de nuestros ilustres antepasados.

Acaso sea esta la última vez que temple la cítara de la evocación, porque a decir verdad ya he iniciado el camino del retorno. Mientras lo pienso acude a mi memoria la silueta encorvada de aquel humilde galeno, hoy poco menos que olvidado.Ahora nos toca caminar juntos.Ambos percibimos la última jornada de labor. Alcanzamos a detenernos bajo el pesado y enmohecido portón de la calle Uspallata. Allí nos espera la optimista sonrisa del joven recambio. Se trata de la nueva y retozante generación. La que sin duda seguirá vistiendo con su traje  de luces el prestigio científico de esta vieja casa de  aislamiento  

Viene ahora el apretón de manos y con él el mensaje que simboliza la digna posta del ideal asclepiano. Y es esto lo que le diremos:: joven colega, rescate del pasado lo que él encierra como vital herencia. Pero recuerde tomar del futuro lo que encierra de inconmensurable promesa. Se sentirá así orgulloso de regar con su obra el inagotable jardín del conocimiento humano ¨

 

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