Según el filósofo Andrew Feenberg | 04 ENE 10

La tensión entre tecnología y ciencia

“La ciencia es un bien público, le pertenece a cualquiera”

Discípulo de Herbert Marcuse y doctor en Filosofía, el canadiense Andrew Feenberg viene desarrollando una teoría crítica de la tecnología y su relación con la ciencia y la democracia. Aquí esboza los conceptos centrales de sus postulados: quién debe decidir sobre ciencia y sobre tecnología, a quién le deben servir, cuál es el papel de los gobiernos.

Por Verónica Engler

–Los estudios históricos muestran que, hasta no hace mucho, pocas tecnologías surgieron como aplicaciones de la ciencia. Aunque es verdad que en el siglo XX se incrementaron de manera exponencial las aplicaciones prácticas del conocimiento científico. ¿Qué implicancias tiene el hecho de que la ciencia sea vista fundamentalmente en su carácter productivo, como viene sucediendo en las últimas décadas?

–Creo que la gente está en lo correcto cuando observa esa característica. Porque la ciencia puede ser útil para muchas cosas, pero no se puede saber cuáles de los resultados científicos pueden ser útiles en el futuro. Por eso es importante seguir diferentes tipos de investigaciones. Por supuesto que cuando hay muchas alternativas para aplicar la ciencia, se necesita hacer elecciones inteligentes acerca de qué hacer con el conocimiento científico. Por ejemplo, en lugar de utilizar la ingeniería genética para producir alimentos modificados genéticamente, se puede usar para fabricar medicinas. Y me parece que es importante decir esto, porque la gente muchas veces piensa que cualquier cosa que la ciencia haga posible es progreso. Pero no siempre es así. En todo esto hay dos cuestiones, una que tiene que ver con la investigación básica y la otra con la aplicada. La investigación básica no tiene ninguna conexión con aplicaciones prácticas, algo que se puede ver especialmente en campos como la física. Es maravilloso poder averiguar acerca de los diferentes tipos de hadrones y mesones y todo eso, pero nadie sabe qué hacer con esa información. Otra cuestión es la determinación de los patrones de investigación y la elección de los problemas que suelen darse en el centro del sistema científico mundial, en Norteamérica, Europa y Japón, y luego el de la investigación hecha en la periferia, en los países pobres, como Argentina. ¿Toda la ciencia hecha en Argentina debe estar determinada por las mejores ideas de Cambridge o Tokio? Probablemente no. Puede ser que haya problemas aquí que tal vez no interesen en Cambridge o Tokio. Tal vez los científicos deben tener diferentes agendas. Probablemente en países que tienen agencias de investigación pequeñas y necesidades grandes el énfasis debería estar más en la investigación aplicada. Hay que debatir todas estas cuestiones.

–Los teóricos posmodernos y muchos investigadores en Estudios de la Ciencia y la Tecnología no consideran que sea importante realizar una distinción entre ciencia y tecnología. Sin embargo, usted suele plantear la importancia de establecer esta diferencia. ¿Cuál es el límite entre uno y otro campo? ¿Por qué le parece importante distinguirlos?

–Es una pregunta difícil. Pero déjeme dar un ejemplo de Sudáfrica. (Peter) Duesberg, un biólogo (de la Universidad de California) de Berkeley, en sus trabajos plantea que el VIH no es el causante del sida. Pero casi ningún biólogo coincide con él. Prácticamente todo el mundo piensa que el VIH es la causa del sida. El presidente de Sudáfrica Jacob Zuma está de acuerdo con el trabajo de Duesberg y descarta el pensamiento de la comunidad de biólogos. Como resultado de esto, cerca de la cuarta parte de la población de Sudáfrica está ahora infectada con VIH. Los políticos no son quienes deben decidir qué es verdad. Pero esto no quiere decir que los científicos estén siempre en lo correcto, también se equivocan. Pero hay que escucharlos, porque ellos tienen habilidades que los políticos no poseen. Tal vez el señor Duesberg podría haberme convencido a mí y yo puedo llegar a estar de acuerdo con él en que el VIH no causa el sida. Pero no aconsejaría al gobierno que actúe en base a esas ideas, aunque yo piense que son correctas, porque la gran mayoría de la comunidad científica ha llegado a una conclusión diferente. Esto significa que en el caso del conocimiento científico son los científicos quienes toman la decisión final acerca de qué es verdad y qué es falso. Pero en el caso de la tecnología no es así, es normal que decidan los gobernantes, por ejemplo, qué tipo de químicos deben ir en los freezers más modernos, o qué tipo de drogas deben estar disponibles, de manera legal o ilegal. Los gobernantes tienen este poder y lo ejercitan, porque siempre hay varias alternativas para hacer algo con la tecnología. Entonces, ¿por qué es tan importante entender esta distinción (entre ciencia y tecnología)? Porque si se anuncia una estrategia en la cual la ciencia estaría hecha por políticos, esto sería rechazado, y no habría una alianza científica posible. Pero si se dice que se quiere controlar a las corporaciones y se les dice qué hacer, ellos pueden objetar, pero están acostumbrados a estar regulados por los gobiernos. Entonces, mi conclusión es que se necesitan dos estrategias diferentes para la ciencia y para la tecnología. Y creo que es muy importante entender esto para los movimientos que en los últimos años estuvieron interviniendo en las políticas de ciencia y tecnología. Así, pueden conseguir ellos mismos aliados en la comunidad científica para que los ayuden a entender los problemas que enfrentan, como los temas ambientales o los relacionados con medicamentos.

–¿Qué relación encuentra hoy entre el trabajo académico y los negocios, entre la verdad y la utilidad?

–Esta es una relación que se da bastante en el sistema universitario de los países desarrollados. Tal vez no esté tan avanzado en la Argentina como en los Estados Unidos o Europa. Creo que este tipo de relación no es buena, porque significa que, por ejemplo, existe mucho menos énfasis en ciencias sociales, y la ciencia nacional se ha convertido en buena medida en un agente de negocios. Los gobiernos gastan cada vez menos dinero de sus ingresos en dar soporte a las universidades, y eso fuerza a las universidades a buscar fondos de las empresas. De esta manera, siempre hay conflictos de interés potenciales que se ven cuando los escándalos salen a la luz, por ejemplo cuando las compañías que fabrican drogas dicen que son seguras cuando en realidad no lo son. Cuando Jonas Salk inventó la vacuna contra la poliomielitis, le preguntaron si iba a patentarla, y él respondió: “¿Usted patentaría el sol?” La ciencia es un bien público, como la luz del sol, le pertenece a cualquiera. La idea de que puede ser propiedad privada es algo que funciona en el sistema neoliberal. Pero creo que éste es un mal camino, porque el financiamiento para la investigación científica debe provenir del gobierno y los científicos no deben estar involucrados en actividades comerciales acerca de sus propios descubrimientos. Los empresarios tienen que hacer sus negocios, ellos no tienen que ser responsables por la verdad como lo deben ser las universidades. Creo que las universidades deben ser financiadas con impuestos que deben pagar las empresas y no forzadas a depender de la ayuda de los negocios. Con respecto a la otra parte de la pregunta, acerca de la relación entre verdad y utilidad, me parece que siempre hay una fuerte relación, porque una vez que se tiene una idea correcta acerca de algo, puede usársela para hacer cosas útiles. Pero tienen diferentes objetivos sociales. La verdad es algo que puede ser compartido, y cuando se comparte no se tiene menos para uno mismo. Pero la mayoría de las cosas útiles, por lo menos aquellas que son objetos materiales, tienen un costo y si se entrega, no se la tiene más para uno mismo. Por eso suele haber una competencia entre los propietarios de cosas materiales. La verdad debe estar disponible en forma libre para cualquiera. Entonces, como se dan lógicas diferentes, debe haber diferentes configuraciones institucionales y diferentes estrategias.

 

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