Tristes trópicos | 04 NOV 09

A los 100 años, murió Claude Lévi-Strauss

Imposible sintetizar su legado en algunas líneas. Capaz de estudiar a Marx y Freud y luego internarse en la selva amazónica, el filósofo francés llevó a las alturas su gusto por las ideas, que lo condujo a explorar el conocimiento con auténtica pasión.

“La humanidad se dispone a producir civilización en masa”

Por Silvina Friera

El maestro de cara angulosa y ojos pequeños, que odiaba los viajes y a los exploradores, hizo escuela. Enseñó nada más ni nada menos que a mirar contemplando lo remoto como ordinario y sorprendiéndose ante lo cotidiano. El valor de la pluralidad humana y la necesidad de defenderla, el estudio de los fenómenos sociales y culturales, enfocados en los mitos, fueron la espina dorsal de sus reflexiones, de su escritura traviesamente literaria, que incita a preguntarse si no será uno de los grandes autores de la literatura francesa. Las hipótesis y conjeturas, se sabe, las responde, cuando puede, el tiempo. Anticiparse y definirlo como escritor también, ahora que se multiplicarán las alabanzas al “sabio del siglo XX”, sería una empresa probablemente destinada al fracaso. El antropólogo francés Claude Lévi-Strauss, uno de los intelectuales más relevantes del siglo XX y padre del enfoque estructuralista de las ciencias sociales, que influyó de manera decisiva en la filosofía, la sociología, la historia y la teoría literaria –y hasta bien podría ser tenido como uno de los precursores de la ecología, en el más amplio de los sentidos–, murió el viernes pasado a los 100 años, según informó ayer la editorial Plon. En uno de sus libros más celebrados, Tristes trópicos, de 1955, escribió una de esas frases que suelen dar mucha tela para cortar, más allá de la coyuntura en la que fue pensada: “La humanidad se instala en la monocultura; se dispone a producir civilización en masa, como cultiva la remolacha”.

Este sabio longevo, que nació en Bruselas en 1908, estudió filosofía en la Sorbona, porque su gusto por las ideas era “lo que menos dificultades me planteaba”, como dijo. Leyó a Marx durante sus años de estudiante y militó en la SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera) a fines de la década del 20. Otra de las grandes revelaciones intelectuales de su vida fue Sigmund Freud, quien le enseñó que “incluso lo que se presentaba bajo los aspectos más irracionales, los más absurdos, los más chocantes, podían ocultar una racionalidad secreta”. Las influencias no se detienen en estos dos titanes. Lévi-Strauss fue hijo intelectual de Emile Durkheim y de Marcel Mauss; se interesó en la lingüística de Ferdinand de Saussure y Roman Jakobson y el formalismo de Vladimir Propp. Y más allá de los nombres que conforman esta suerte de breve retrato de sus lecturas capitales, además era un apasionado de la música, la geología, la botánica y la astronomía. 

El telefonazo

Su vocación nació, como le gustaba contar, de un telefonazo. Marcel Mauss y su equipo estaban buscando, entre los licenciados en Filosofía, gente que quisiera trabajar en el recién creado Departamento de Etnografía, una ciencia que acababa de adquirir rango universitario y que hasta entonces había dependido de misioneros y administradores coloniales. “Yo hacía sólo dos años que ejercía como profesor de Filosofía, en Mont-de-Marsan y en Laon, en 1932 y 1933. El primer año es apasionante, tienes que construirte todo un programa, pero los cursos siguientes te limitas a retocarlo. Estaba claro que no era eso lo que iba a dar sentido a mi vida. Tenía ganas de descubrir el mundo. Y de ahí que aceptase un puesto en la universidad de San Pablo y comenzase mis viajes de etnólogo.” Lévi-Strauss tenía 27 años cuando abandonó la confortable vida académica francesa para meter las patas en el barro del Mato Grosso y la selva amazónica brasileña. Esa prolongada estancia con los indios del Amazonas marcaría a fuego la identidad de este hombre que vivió en Brasil entre 1935 y 1939. ¿Qué encuentra el antropólogo en esa sociedad humana “reducida a su expresión básica”? Lo que el zoom de su mirada acerca, lo que enfoca con una precisión hasta entonces desconocida, son las fauces del colonialismo y cómo el viejo “buen salvaje” de Rousseau deviene en desechos del progreso industrial europeo.

“El viaje del etnógrafo tiene muy poco que ver con la aventura romántica que pude imaginarme antes de marchar hacia Brasil”, confesó el antropólogo muchos años después de aquella emblemática experiencia. En esa región selvática se encontró al “Otro”, a los indios, a hombres “sin Historia”, que lo iniciaron en otra manera de pensar, donde el mito juega un papel más importante que la razón. Partiendo de los indígenas Bororo, Nambikwara y Tupi Kawahib de Brasil, Lévi-Strauss comenzó su gigantesca investigación sobre la mitología de los indígenas del continente. “He sido siempre un americanista a causa de la impresión imborrable provocada en mí por el Nuevo Mundo, a lo que se agrega el trastorno, que dura aún, causado por mi contacto con una naturaleza virgen y grandiosa”, escribió. “Creo que ningún otro continente necesita tanta imaginación para estudiarlo”, aseguró el pensador e investigador, que plasmó posteriormente esta visión en ese curioso y paradigmático artefacto narrativo que es Tristes trópicos, modelado con la arcilla de la escritura literaria. Cerca de la frontera con Bolivia, precisaba en el libro, se cruzó con los Tupi Kawahib. El intento de comunicación fue frustrado por la imposibilidad de entablar un diálogo. Imposible sortear la muralla que levantaba la lengua. “Estaban realmente dispuestos a enseñarme sus costumbres y creencias, pero yo nada sabía de su lengua. Estaban tan cerca de mí como una imagen vista en un espejo. Los podía tocar pero no podía entenderlos. Allí tuve mi recompensa y al mismo tiempo mi castigo, pues, ¿no consistía mi error, y el de mi profesión, en creer que los hombres no son siempre hombres? ¿En pensar que algunos merecen más nuestro interés y atención porque en sus maneras hay algo que nos asombra?”

La transformación radical que él iniciaría en la etnología contemporánea consistió en elaborar un método original que mezclaba las aguas del estructuralismo y el psicoanálisis a la hora de interpretar los mitos; método que el antropólogo francés utilizó para estudiar la organización social de las tribus de Brasil y la de los indios del norte y sur de América. Tres bloques de hormigón constituyen las aportaciones que puso sobre el tapete de las ciencias sociales: la teoría de la alianza, los procesos mentales del conocimiento humano y la estructura de los mitos.

 

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