La verdad y otras mentiras | 22 ABR 09

20 claves para reconocer a un imbécil (en medicina)

Las patéticas caras del éxito.
Fuente: IntraMed 

"Si no fueran tan temibles
nos darían risa.
Si no fueran tan dañinos
nos darían lástima".
J. M. Serrat

Es imposible huir de ellos. Nos rodean. Establecen las reglas del juego y nos obligan a jugarlo. Si la moneda sale cara: ganan ellos, y si sale ceca: nosotros perdemos. Tienen, en el lugar del corazón, su propio ombligo. Sonríen felices como conejos, sólo porque son idiotas como lagartos.

Van 20 claves. Pero hay más, muchas más. Casi todas ellas las he identificado en mí mismo en algún momento de mi vida. He superado unas pocas, pero el resto me vuelven a crecer como una hierba empecinada que se resiste a morir. Ustedes ya saben, ese imbécil también soy yo.

  1. Supone que su condición de médico lo habilita para opinar con impunidad de todo cuanto se le ponga delante. 

  2. Considera que sus explicaciones respecto de los acontecimientos de la vida de las personas son: suficientes, únicas, verdaderas.

  3. Convierte a todo diagnóstico en un juicio moral, distribuye culpabilidades y aplica sanciones. Su práctica es policial. Se siente un gendarme de la “vida correcta”.

  4. Piensa que los modos de existencia de las personas obedecen a decisiones racionales y voluntarias. 

  5. No educa ni hace sugerencias, ¡da órdenes! Y acusa a quienes no las cumplen por su debilidad de carácter o su escasa inteligencia para comprender sus razones autoevidentes.

  6. Se siente autorizado a dar consejos sobre la vida privada de las personas (especialmente cuando nadie se los pide). Sus temas preferidos son: las relaciones personales, la conducta sexual, los valores, incluso cuando es evidente que carece de la más mínima aptitud para hacerlo.

  7. Cree que acumular información es garantía de “conocimiento”.  Que la mera suma de datos produce el “significado”.

  8. No establece diferencias entre la epidemiología y la clínica, entre las poblaciones y los individuos. 

  9. Considera que las “probabilidades” son “hechos”.

  10. Considera que el ejercicio de la medicina consiste en la aplicación automática de un conjunto –bastante limitado- de algoritmos y cursos de acción.

  11. Reconoce la existencia del error, pero sólo en los demás. 

  12. Comprende el significado de la “incertidumbre clínica”, pero jamás la ha sentido personalmente.

  13. Tipifica a todas las emociones y sentimientos como síntomas y actúa en consecuencia.

  14. Piensa que enseñar es exhibir lo que conoce como un tesoro al que sólo él tiene acceso.

  15. Cree que el reconocimiento no proviene de las personas sino de los journals.

  16. Piensa que los más  jóvenes son tan ignorantes que no pueden reconocer sus méritos por lo que no se le acercan. Jamás se le ha ocurrido pensar que, precisamente, porque reconocen sus atributos, es que huyen de él como de la peste.

  17. Siempre encuentra escenarios donde exhibirse. Supone –¡está convencido de ello!- que los demás quieren saber de él y conocer el repertorio completo de sus merecimientos.

  18. Convierte todo lo que toca en instrumento para su promoción personal. Sus actos son mercancías y sus únicas recompensas “utilidades”.

  19. Busca la fama, la exhibición y el dinero porque supone que los merece. Ignora  la solidaridad, la gratitud y la austeridad porque no imagina para que sirven.

  20. Circula satisfecho y feliz con su producto –que es él mismo- pero sólo porque su propia vulgaridad le impide advertir el bochornoso espectáculo que representa. 

Dicen los que saben que no se debe escribir enojado. Eso es precisamente lo que estoy haciendo en este momento. Afirman que la calma permite administrar las emociones negativas con inteligencia y evitar afirmaciones imprudentes que más tarde no podrán sostenerse. Lo comprendo. Pero eso no impide que lo haga. De todos modos casi nadie lee esta columna y, tal vez, esté llegando el tiempo de concederle su merecida sepultura.

 

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