"La verdad y otras mentiras" | 26 OCT 08

Un congreso que te hace llorar

Un encuentro plagado de emociones y pasión por el conocimiento.

A medida que envejezco compruebo que he hecho casi todas las cosas demasiadas veces como para que el entusiasmo no se atenúe. He asistido a cientos de congresos. Me he aburrido, he aprendido, he sentido admiración por personas a quienes pude ver allí. También vergüenza por otros a quienes sigo viendo como en una feria de vanidades que recorre las salas five stars de ese circuito itinerante. Pero no recuerdo un congreso donde el corazón se me anudara en la garganta o en el que cientos de personas se esforzaran inútilmente por evitar que las lágrimas les asomen por los ojos.  Me conmueve el conocimiento, puedo captar su belleza con toda su intensidad. Pero la dignidad humana, la humildad y la pasión son cosas a las que ni siquiera alguien como yo puede resistir.

Acabo de regresar del Congreso Argentino de Estudiantes de Medicina en la ciudad de Rosario. Pude ver, transitando los pasillos y el auditorio de la Facultad de Medicina de una universidad pública (UNR), a cientos de jóvenes felices por participar de ese encuentro. Sí, dije “felices”. No sólo interesados, curiosos, atentos. No, ¡felices! Ya casi me había olvidado de que la felicidad también puede ser el producto del esfuerzo agotador por hacer lo que tus sueños te gritan al oído. Chicos y chicas desbordantes de una alegría contagiosa se sentaban en un anfiteatro colmado hasta la saturación. En el suelo, sobre los escalones, muertos de calor, ofrecían su silencio y su atención para escuchar a “sus” maestros que se acercaban a “su” congreso para darles lo mejor que tienen. Nadie se quejó del clima asfixiante, nadie pidió cocktails, refrigerios, ni espejitos de colores. Nadie pidió nada porque no necesitaban nada más.  Nadie sintió que les faltaban las escaleras de mármol o el lobby bar. Los oscuros senderos de la facultad se iluminaron con las risas y el entusiasmo de quienes no necesitan más que su propia pasión para sentirse vivos. Casi 700 jóvenes mostraron decenas de trabajos de esforzada investigación en laboratorios a menudo desprovistos de recursos pero saturados de entusiasmo por saber. Ellos se hicieron preguntas y se acercaron a la ciencia para encontrar respuestas. Pero sus interrogantes no sólo fueron el producto de una sana curiosidad por los fascinantes mecanismos de lo vivo, también se preocuparon por investigar sobre la salud en sus propios lugares y con su gente. Los trabajos fueron rigurosos y profundos. En todos ellos se dejaba ver la guía de sus docentes como una mano generosa que les abría las puertas del arduo camino de la ciencia.

Cientos de estudiantes pudieron prescindir de las bagatelas de ocasión, de los bocaditos gourmet y de los mingitorios “inteligentes”. Del turismo científico y del tedio del que asiste a una conferencia como si fuese un trámite. No viajaron hasta esa bellísima ciudad en trenes, colectivos o en minibuses pagados con la colecta de sus flacos bolsillos para traerse un estúpido papelito que engorde sus legajos sino para apropiarse a fuerza de voluntad de un conocimiento que se les pasa por el cuerpo como una sed extraña y prodigiosa que sólo calman el estudio sistemático y el trabajo cotidiano.

Allí entregamos los premios a Noelia, Agñel y Andrés que, como tantos otros, se sentaron a escribir un homenaje a sus maestros entrañables en el Concurso Literario IntraMed. Se emocionaron y nos emocionaron a todos. Y sus familias estuvieron allí, y sus compañeros y profesores.

Por las noches, agotados y felices, les renacía toda la potencia de sus pocos años y bailaban y cantaban. Se abrazaron y brindaron por la ocasión. Se estremecieron con música salvaje y bebieron jarabe de rock maravilla. Los enlazaba el pogo de los grandes momentos mientras dejaron que fluya como un río secreto toda la energía de su dotación vital.

En el momento del cierre, todo el guión y las formalidades de un acto académico se vieron desbordados por la saludable congoja de quien comprueba que ha logrado lo que se propuso. Por la intransferible sensación de que has dejado -en un año de trabajo intenso- los jirones de tu voluntad y la prepotencia de tu entusiasmo. Que un sueño que te tenía capturado por completo es ahora una realidad contundente y ya comienza a ser un recuerdo imborrable.

Agustín sintió que su voz se quebraba. María Laura ya no pudo evitar el llanto. Entonces, como en una súbita iluminación, todos cuantos estábamos allí tomamos conciencia de lo que habíamos vivido y lloramos con ellos. Es melodramático, es ingenuo, es inmaduro. Pero ha sido tan infrecuente y conmovedor que es imperioso contarlo.

Más tarde usted podrá volver al prejuicio y a la discriminación. Al estereotipo que generaliza a los jóvenes como un colectivo de idiotas sin convicciones y sin voluntad de trabajo ni sacrificio. No hay problemas. Mientras seguiremos repitiendo esos lugares comunes, ellos volverán a las aulas y a los gabinetes porque, a diferencia de muchos de nosotros, no les importa nada la opinión sin fundamento ni sienten ninguna necesidad de acceder al éxito trivial de la manada.

Fueron muchos, tienen nombres y apellidos aunque se resisten a ser nombrados. Se sienten “Uno”, una comunidad hecha de iguales, sin más jerarquías que el trabajo ni más premio que el conocimiento. No contratan agencias de prensa para que sus nombres suenen en las radios o aparezcan en el diario. No saben como se escribe la palabra marketing. No tienen nada que vender ni que comprar. No buscan sobresalir sino ser mejores. Por eso los quiero nombrar. Porque ellos ignoran la dimensión que lo que han hecho tiene para quienes hace muchos años guardamos en un desván nuestros sueños juveniles y ya no somos capaces de soñar más que con unos patéticos paraísos miserables. 

Muchas gracias:

 

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