"La verdad y otras mentiras" | 17 SEP 08

La memoria y el olvido

Acerca del nuevo libro de Iván Izquierdo, "El arte de olvidar"
Fuente: IntraMed 

“El aspecto más notable de la memoria es el olvido” James McGaugh

Flota a la deriva en un océano amniótico y ya percibe los tonos irrepetibles de la lengua materna. La extraña criatura navega acunada por las aguas que serán nostalgia del paraíso perdido durante el resto de sus días. Graba en algún remoto lugar la cadencia de una voz y el tono feliz o sombrío de la mujer que lo gobierna. Más tarde llegarán el significado y la semántica. El lenguaje y las palabras. El mundo cobrará sentido sobre aquellos ruidos atenuados por el líquido y entibiados en la dulce casa del vientre. Sobre un pasado que ya nunca podrá nombrar, encenderá la luz que reemplazará a la oscuridad luminosa de los primeros instantes. Ya sabe –aunque más tarde lo niegue- que el paraíso no es un destino sino un origen y que fatalmente es hembra.

Todos somos aquello que recordamos. Sostenidos por la memoria nos erguimos sobre la tierra armados de recuerdos. La trama de lo que guardamos germina las semillas de lo que fatalmente seremos. La infinita diversidad del mundo pasará por nosotros pero sólo algunos de sus fragmentos quedarán atrapados en nuestras redes. Seleccionar, retener, descartar, olvidar. Lo que dejamos ir es lo que permite que lo que guardamos tenga sentido. Es el olvido la clave de los recuerdos. Olvidamos para poder recordar. Así, defendemos al cerebro de la saturación y la fatiga. De lo inútil o lo insoportable. Nos protegemos de la locura mediante la selección y el silencio.

Una delicada línea dibuja los mapas de aquello que se establece en la memoria. Un sendero de axones y dendritas humedecidas en sustancias que excitan o inhiben las luces del camino. Una vía rápida y expeditiva para las funciones ejecutivas que pronto disuelve la inutilidad y otra labrada por los años y que los azares de la vida convocan o esconden. 

Pero los objetos, los sucesos y las ideas hunden sus raíces a distintas profundidades. Las emociones fundan el arraigo con que las cosas serán recordadas. Lo que se enlaza a los sentimientos más primarios serán los hechos imposibles de olvidar. El terror, la alegría o el amor pintan lo que ocurre con el color de lo imborrable. ¿Quién olvida lo que hacía mientras las Torres Gemelas se derrumbaban? ¿Quién dónde estaba cuándo su hijo nacía? Amarrados a las emociones los recuerdos se resisten a dejarnos. Y se hacen eternos, definitivos; felices o dramáticos.

Estamos abiertos al mundo pero –aún sin saberlo- filtramos el flujo torrencial de sus estímulos. ¿Qué hace que una madre agotada durante un bombardeo pueda dormirse en la calle pero despertar de inmediato si el llanto tenue de su hijo suena bajo el estruendo de las bombas?

Estas líneas que usted ahora lee sucumbirán al olvido implacable en pocos minutos como la mayoría de lo que ha leído a lo largo de su vida. Sin embargo es la lectura el ejercicio más eficaz para entrenar la memoria y prolongar sus funciones a pesar del paso del tiempo. Leer, leer, leer es el consejo del Dr. Iván Izquierdo en su delicioso libro “El arte de olvidar”. Leer pone en marcha los mecanismos visuales, sensoriales y activa la emisión muda de la palabra recordándonos los escasos siglos que llevamos leyendo sin hablar. La lectura silenciosa es reciente, novedosa y fundamental para ser lo que ahora somos. Es el caldo donde se cuecen la introspección y las auténticas preguntas que nos fundan.

Entre los nueve y los trece meses de edad se produce el período de mayor pérdida neuronal del ser humano. El paso de la marcha cuadrúpeda al bipedestalismo reemplaza la visión horizontal del mundo por otra de mayor altura y alcance. Los circuitos neurales se reconfiguran adaptándose a la posición erecta. El horizonte se hace lejano, el mundo amplía sus dimensiones y se torna inalcanzable. Cada uno reproduce el largo camino de la especie en esos pocos meses.

Es curioso que uno de los complejos mecanismos de la memoria sea la habilidad para construir recuerdos falsos. En ocasiones la falsificación permite hacer la vida más tolerable, el dolor menos dramático y a nosotros menos miserables.

Los fantásticos laberintos de la memoria y del olvido circulan como haces de luz las profundidades del cerebro. Más allá de entelequias y fantasías en las que ya no es posible seguir creyendo, la verdad que la ciencia desnuda, lejos de quitar el encantamiento y la maravilla, los refuerza.

Recordar puede ser una bendición o una desgracia. Pero no poder olvidar es siempre una tragedia. Es imperativo el olvido para pensar. Recordarlo todo, sin jerarquías ni síntesis nos hace idiotas memoriosos como el desdichado Funes de Jorge Luis Borges.

Para evitar el naufragio en los propios recuerdos el olvido nos ofrece su balsa de silencio. Usted puede soñar con una memoria perpetua, con un registro minucioso de los sucesos y las sensaciones, pero su cerebro lo defenderá de ello. La generalización y las categorías lo habilitan para comprender y transformar. Para no sucumbir al peso brutal de lo diverso y de lo inclasificable.

Usted ya no recordará éstas pobres líneas dentro de algunos minutos. Tal vez eso lo proteja de la insolvencia con que fueron escritas. Pero le propongo un ejercicio: repita muchas veces la cita del infrecuente libro que les dio origen. Hágalo para no olvidar un texto escrito con la elegancia de quien no requiere de las jergas oscuras para ser profundo, ni de la pedantería inútil para tener razón. Recuerde para robárselo –por una vez- al olvido a golpes de voluntad: “El arte de olvidar”, Ivan Izquierdo, Editorial Edhasa, no se va a arrepentir.

 

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