"La verdad y otras mentiras" | 01 OCT 08

Me recibo de médico, ¿y ahora quién podrá ayudarme? II

Los fundamentos de la Medicina y un extraño pájaro de leyenda.
Fuente: IntraMed 

¿Por qué ser médico hoy?

Oozlum era un fabuloso pájaro de leyenda que tenía la característica de volar hacia atrás, la cola hacia el frente y la cabeza en la popa. De este modo nunca sabía hacia dónde iba, pero jamás perdía de vista de dónde procedía.

Curioso, pero vale la pena valerse de un animal fantástico y contraintuitivo para trazar analogías y diferencias. Es un juego, ya lo sé, pero, ¿quién dijo que jugar no es una cosa seria?

Lanzados hacia el incierto futuro, enceguecidos por el resplandor de improbables paraísos, vamos por el mundo ejerciendo un culto insensato a la novedad. Cuando hay un acuerdo tácito acerca de algo, cuando nadie duda y un modo de pensar se transforma en una verdad autoevidente, resulta siempre apropiado sospechar de él. Avanzar puede ser un acto compulsivo, un imperativo naturalizado por los hechos. Pero hay dos formas de hacerlo. Cargando con el pasado que guarda los fundamentos y los propósitos del viaje u, obsesionados por la velocidad como un fin en sí mismo, arrojarlo por la borda para aligerar el peso.  Así, vamos a toda prisa pero ignoramos hacia dónde. Veloces y desorientados asistimos al espectáculo de una brújula cuya aguja gira, enloquecida e inútil, sin saber dónde detenerse ni qué camino señalar.

Elegir estudiar y ejercer la Medicina ha sido siempre una decisión trascendente. Cada persona que encara el proyecto de vivir como médico se ha formulado alguna vez una serie de interrogantes: ¿por qué? ¿para qué? ¿cómo?  ¿es un “medio” de vida o un “modo” de vida?

Algunos fundamentos básicos se han mantenido inalterados pero otras respuestas a éstas preguntas se han transformado con el paso del tiempo. Las razones han sufrido el impacto de las condiciones sociales, históricas, políticas y culturales en que nos ha tocado vivir.  

Vivimos tiempos de escepticismo radical, de sospecha hacia los grandes relatos que dieron sentido a las vidas de los hombres desde hace muchos siglos. Motivos no faltan, pero mientras el descreimiento y el cinismo buscan a tientas nuevas razones para creer, en la Medicina ello produce algunas señales de alarma y la sombra amenazante de ciertos riesgos cuyas consecuencias nadie se anima imaginar. Desprovisto de razones profundas que lo justifiquen, el ejercicio de la Medicina puede convertirse en una práctica peligrosa para pacientes y profesionales. Incapaz de aliviar o curar a los primeros y un motivo poderoso de enfermedad e insatisfacción personal para los segundos.

Resulta prudente sostener una actitud escéptica sobre el conocimiento científico, pero es muy peligroso hacerlo sobre los fundamentos éticos de la propia disciplina.

¿Cuál será el destino de una profesión en la que muchos de sus miembros ya no encuentran respuestas satisfactorias a las preguntas básicas? 

O lo que sería peor aún:  

¿Cuál será ese destino cuando algunos de quienes la adoptan jamás se las han formulado? 

Enfrentados a cuestiones tan complejas es natural que aparezcan sensaciones contradictorias y la perplejidad de los grandes momentos. La incertidumbre de lo desconocido y la zozobra ante futuro. Precisamente es allí donde se hace necesaria la figura del maestro. Sin mayores esfuerzos desfilan ante nosotros las voces de quienes nos educaron, de los que fueron y son un ejemplo, en fin, la galería de hombres y mujeres que encarnan lo que hubiésemos querido ser, lo que aún aspiramos a ser, lo que no estamos dispuestos a admitir que deje de ser.

Contradiciendo la tendencia general  algunos todavía creemos que resulta necesario encontrar justificaciones para los grandes temas de la existencia. De espaldas a la propuesta de flotar a la deriva en el indiferenciado océano del relativismo extremo, nos empecinamos en afirmar que no todo es igual, que sí hay verdades por las que valen la pena el esfuerzo y la pasión. A contracorriente de lo que se ha convertido en “sentido común” nos resistimos a entregarnos a la trivialidad de la acumulación como destino inexorable. Somos lo que hemos logrado tanto como aquello a lo que hemos renunciado voluntariamente. Lo que deseamos ser, pero también aquello que no deseamos ser.

No buscamos recetas sino razones. No pedimos fórmulas sino motivos. Objetivos y no resultados son lo que reclamamos. Si permitimos que los propósitos se disuelvan en una bruma indiferenciada donde ninguno es superior a los otros, entonces alguien los fijará en nuestro lugar o caminaremos ciegos detrás de promesas imbéciles y destinos ilusorios.  

Hay modos de ser que interrogan lo que uno es. De éste modo la reflexión sistemática acompaña el desarrollo de la propia existencia. La construcción de la vida de cada uno se gesta a la sombra de un sentido que juzgamos trascendente. Por el contrario, la "falsa conciencia"  o alienación consiste en la creencia en que somos movidos por "A" mientras en realidad nos mueve "B". Y en lo releativo a los fines, pensamos que nos dirigimos a "X" mientras vamos hacia "Y". Podemos vivir en el error, pero tal vez resulte mejor evitarlo.

En sintonía con algunas modalidades actuales vamos en busca de un “cerebro  colectivo”, de reunir inteligencias y sensibilidades para pensar juntos. No nos proponemos un retorno imposible a un pasado idealizado sino la construcción responsable de los valores del presente y los itinerarios hacia un mañana posible.  No es melancolía, es la necesidad imperativa de que nuestros jóvenes -y nosotros mismos- tengamos conciencia de qué cosa hacemos y por qué la hacemos.

Si los estudiantes sólo perciben la frustración y el desencanto. Si  respiran en una atmósfera desapasionada y ajena que sólo les transmite una destreza técnica. Entonces, ¿qué profesión les dejaremos?

Si lo que sienten es un ánimo fatalista y la sombría reencarnación del estocismo degradado de los grandes decepcionados de la historia. ¿Qué les daremos que no sea resignación y abulia?

Si los sentimientos de solidaridad y servicio que originaron su decisión adolescente no son estimulados sino, por el contrario, desestimados hasta que muchos jóvenes sienten que deben ocultarlos para no lucir ingenuos. Entonces, ¿quién les hará llegar la herencia que recibimos y que no les entregamos?

Es muy curioso escuchar que “ya no hay ejemplos” cuando lo que ostensiblemente ocurre es que, habiéndolos, nadie los muestra. Aún en condiciones de crisis profesional, la Medicina está llena de ejemplos de vida que la empecinada reiteración de algo que nadie se molesta en comprobar sepulta en el silencio. Hay cientos de mujeres y hombres que tienen algo que decir a las nuevas generaciones, una historia que avala su palabra y una coherencia ética e intelectual que los habilita para ello.

No es mucho lo que se necesita. Un espacio de encuentro entre maestros y alumnos donde ambos elaboren el repertorio de inmensos motivos que, aún hoy, hacen que la elección de la Medicina como destino de una vida sea una elección maravillosa. Alguien tiene que decírselos.

 

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