Historias de vida, psicoanálisis | 26 SEP 07

¿Por qué hacemos lo que hacemos?

Una selección de relatos del Licenciado Jorge Miguel Brusca.
Autor/a: Lic. Jorge Miguel Brusca 
INDICE:  1. Curriculum Vitae - Lic Jorge M. Brusca | 2. Curriculum Vitae - Lic Jorge M. Brusca | 3. Curriculum Vitae - Lic Jorge M. Brusca
Curriculum Vitae - Lic Jorge M. Brusca

 ¿Por qué hacemos lo que hacemos?

En la obra de Sigmund Freud se distinguen los instintos de las pulsiones.

Los primeros son prototípicos de los animales y se caracterizan por ser hereditarios, de accionar rígido y se satisfacen con un objeto determinado.

Por ejemplo, los instintos alimenticios y sexuales de los animales son hereditarios, de accionar reflejo y se satisfacen sólo con determinados objetos (alimentos y compañeros sexuales).

Las pulsiones humanas, en cambio, no son heredadas sino aprendidas en la matriz social de la familia y la cultura. El accionar de las pulsiones es plástico y se adecua a las circunstancias.

Todos sabemos la variedad de objetos con que un ser humano puede satisfacer sus pulsiones sexuales y alimenticias.

Se deduce fácilmente que las pulsiones humanas están montadas sobre una base instintiva, pero es importante destacar la independencia que puede lograr el deseo humano para satisfacer una pulsión.

Esto explica por qué muchos seres humanos se alimentan con objetos inadecuados para su salud o tienen prácticas sexuales perversas.

Es decir que la conducta humana a diferencia de la animal está determinada por pulsiones desarrolladas a partir de una base animal instintiva, pero que ha cobrado independencia.

Esta motivación pulsional de la conducta humana constituye lo que en psicoanálisis se denomina "el campo del deseo".

Es entendible, por otro lado, que los animales que dependen de la naturaleza, tengan orientada su conducta por su relación con ella.

Pero los humanos han construido una naturaleza especial llamada cultura, y por lo tanto, su supervivencia depende de su relación con ella.

La cultura humana se inicia en la relación del hijo con su madre (o sustituto) y en esa relación se aprende a desear y ser deseado.

La madre y la familia enseñan al bebé humano los códigos para satisfacer sus pulsiones (montadas sobre sus instintos).

Así aprendemos a valorar y ser valorados en nuestro mundo humano.

Entonces nuestro repertorio de conductas y objetos con los que nos relacionamos está determinado por la necesidad de valorar y ser valorados de acuerdo a como aprendimos a hacerlo en la "escuela pulsional" de la matriz  familiar inicial.

El Psicoanálisis se ocupó desde sus inicios de este tema denominándolo campo del narcisismo.
Veamos como lo expresa el psioanalista argentino Dr. Hugo Bleichmar.

"En el origen familiar, campo de elecciones y rechazos, el niño regula su narcisismo y forma sus ideales”…" "El campo del narcisismo es un telón da fondo de toda la vida mental que desempeña en los humanos el mismo papel regulador que en los animales tiene la satisfacción de las necesidades de alimentación o sexuales..." "El bienestar corporal (sexual y alimenticio) es resignificado desde la perspectiva del narcisismo ... "

Desde esta perspectiva se pueden entender muchas conductas vinculadas a la alimentación tanto normales como patológicas.

Por ejemplo, las formas de comer, las circunstancias para hacerlo, los objetos con que lo hacemos, etc. La necesidad de valoración determina conductas que muchas veces enferman mental y físicamente.

Por otro lado, los mecanismos sociales y las necesidades del mercado de consumo, utilizan estas necesidades humanas de sentirse valiosos, para colocar sus productos.
 
Dentro de este campo del consumo de objetos y circunstancias, está la imagen de nuestro cuerpo.

¿Cómo debemos tener nuestro cuerpo para sentirnos valiosos y valorados?

En cada época histórica hubo y hay un modelo ideal de cuerpo, que al encarnarlo, hacía sentir valiosas a las personas.

El modelo ideal de cuerpo ha condicionado siempre conductas de hombres y mujeres.

En el caso del modelo ideal de mujer, podemos reconocer las diferencias entre las madonnas opulentas del
renacimiento y las delgadísimas modelos de los años 50

Pensemos en los distintos tonos de piel, color de ojos, largo de cabellos, rulos, barbas, tamaños de narices, medidas de cinturas, senos, hombros, estaturas, formas de piernas, tamaños de pies, etc.

El poseer o no ciertos atributos ha sido causa de aceptaciones y rechazos en historias individuales, en cada familia y también en sociedades que han perseguido a quienes tenían o no cierto atributo (por ejemplo cierto color de piel).

Creo que todos podemos reconocer que en esta época, en gran parte del mundo es valorado tener un cuerpo delgado.
Esto puede estar racionalmente fundamentado en recomendaciones médicas que no es necesario detallar, pero que en todos los casos apuntan a lograr una buena calidad de vida en cada uno de sus aspectos: físicos, mentales, sexuales, sociales, etc.
 
Cuando nosotros elegimos tener un cuerpo flaco como una forma de cuidado de nuestra vida, con la  libertad de hacerlo "como podamos" y fundamentalmente con una actitud de amor hacia nosotros mismos, esa conducta nos beneficiará.

En este caso el cuidado del cuerpo será una de las tantas formas de celebrar nuestra vida haciendo algo por nosotros mismos con libertad.

Si en cambio nos vemos forzados a lograr una imagen corporal flaca como una demanda externa únicamente, para sentirnos valorados, esto puede ser una conducta narcisista.

Lo que convierte en patológica esta conducta es la obligatoriedad, muchas veces inconsciente, de hacer algo únicamente para ser querido por los otros.

Cuando esto es así, el cuerpo flaco tiene un significado "fálico", es decir un instrumento de poder, un arma para vencer una posible desvalorización.

La sociedad de consumo colabora con esta posibilidad de usar el cuerpo flaco como un arma para conquistar poder narcisista, publicitando diversas formas de lograr éxitos sociales siendo delgado.

El flaco o la flaca triunfadores, permiten vender cualquier cosa a personas que creen que sólo serán queridas con una aprobación externa.

Por lo tanto, una conducta tan Importante como e! cuidado del cuerpo puede convertirse en un atentado a la salud global (física y mental) si está al servicio del narcisismo patológico.

En lugar de expresar un verdadero amor a sí mismo, el ser flaco estaría al servicio de compensar el miedo al rechazo.

El flaco o la flaca narcisistas, aunque aparentemente exitosos, son personas inseguras que se ven obligados a tener un cuerpo determinado para sentirse aprobados.

Ciertos regímenes o ejercicios para adelgazar fracasan pues están forzados por la necesidad de convertir el cuerpo en un objeto narcisista para los demás.

Sin un convencimiento interno personal del cuidado por uno mismo, el régimen es un castigo.

"La caridad empieza por casa", y caridad es amor.

El cuerpo es nuestra primera morada y la piel nuestra primera vestidura.

Se desarrollan sanamente cuando a partir de sus primeros cuidados amorosos, aprendemos a querernos por nosotros mismos.

El conocer que nacemos en un universo psicológico de valoraciones nos permite elegir mejor nuestras conductas.

Los procesos que nos permiten acceder a nuestros deseos inconscientes, aprendidos en un ámbito de mandatos y prohibiciones, amplían los grados de libertad de las conductas.

Trabajar por un cuerpo flaco, como una expresión del amor y respeto a nosotros mismos es lo opuesto a torturarse por lograr una delgadez que sólo evite el rechazo de los otros.

Muchas personas sabotean sus cuidados por el saber, a veces inconsciente,  que están cumpliendo mandatos externos que confirman su desvalorización.

El éxito de un cuidado del cuerpo, como el de otras tantas conductas humanas, depende del convencimiento  que estamos haciendo algo sin perder el respeto por nosotros mismos.  


LA BRECHA

Cualquier persona que haya viajado en  el subterráneo de Londres, el famoso “tube,” habrá escuchado mientras esperaba en la plataforma el arribo de su tren, las palabras “mind the gap… mind the gap….” repetidas en voz alta desde los altoparlantes de la estación. Con este mensaje, (cuidado con la brecha en español), previenen al público para que no caiga en el espacio que queda entre el tren y el andén.

Estas palabras escuchadas muchas veces cuando vivía en Londres, me inspiraron para escribir estas líneas.

Todos los que por nuestra profesión oímos a personas aquejadas de distintas pesadumbres hemos recibido relatos donde el dolor está causado por la imposibilidad de lograr algo: la correspondencia amorosa de otro, la adquisición de algo muy deseado, el mejor puesto en una competencia, el reconocimiento de otras personas, la habilidad para  ejecutar un instrumento, el éxito económico o intelectual, la belleza física etc. La lista puede ser tan largan como son los deseos humanos.

Analizando la constitución  de estos deseos, vemos que siempre están originados en aprendizajes sociales acerca  de lo  que es valioso o no en cada cultura. Aún en los deseos que están relacionados con los instintos básicos (sexuales, alimenticios, o  de supervivencia), el objeto de satisfacción está revestido por los  determinantes de la cultura y varía en cada momento histórico. No nos atrae sexualmente cualquiera persona, no comemos cualquier cosa aunque sea alimenticia, no siempre elegimos lo mas conveniente para vivir muchos años.
Y estos gustos además cambian  en los distintos tiempos del desarrollo de la cultura.

Pero quiero señalar un mecanismo psicológico que acentúa la posibilidad de caer en la frustración por la no satisfacción de los deseos con las consecuencias conocidas de sentimientos de tristeza, depresión, enojo y/o ansiedad.

Cuando no nos damos cuenta que lo deseado es algo que aprendimos a desear, que el objeto de nuestro deseo es arbitrario y además exageramos sus cualidades, instalamos uno de los topes que va a establecer la BRECHA.

“Sólo ella, la mas hermosa, la del cuerpo perfecto, me podría satisfacer”
“Sólo el primer puesto en la carrera, me haría feliz”.
“Yo debería lograr el voto de todos para sentirme conforme”.
“Si fuera millonario, me querrían todos”.

La idealización de un tipo de mujer, el primer puesto en la carrera, el 100% de los votos y una posición económica privilegiada, aparecen como parámetros necesarios para lograr la felicidad. Se exagera de tal manera el objetivo, que se restringen las posibilidades de alcanzarlo.

Pero además  podemos agrandar la BRECHA si exageramos el otro polo, el punto de partida:
me refiero a  la imagen desvalorizada de nosotros mismos. Si pensamos que:

“Es imposible que ella se fije en mí, que soy tan feo y torpe…”
“No creo ni poder empezar a correr esa carrera”.
“¿Quién me conoce a mí, para querer votarme?”.
“Mi posición económica es tan pobre, que espanta a la gente”.

Si veo “elevadísimo” el objetivo, porque lo he previamente idealizado y a la vez me veo “bajísimo” porque desvalorizo la imagen de mí mismo, la BRECHA es tan grande que el salto para pasarla parece imposible.

Sin embargo, he tratado de mostrar cómo ambos topes de la BRECHA son construcciones que hacemos con mecanismos psicológicos, en muchos casos aprendidos.

Si esto es así, creo que es muy alentador confiar en la posibilidad de cambiar la sensación frustrante y deprimente, que nos produce la BRECHA, pues los dos polos que la constituyen no son reales sino parámetros construidos por nosotros mismos.

La  BRECHA cambia inmediatamente si cuestionamos sus bordes:

 

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