Historias de vida, psicoanálisis | 26 SEP 07

¿Por qué hacemos lo que hacemos?

Una selección de relatos del Licenciado Jorge Miguel Brusca.
Autor/a: Lic. Jorge Miguel Brusca Fuente: IntraMed 
Relatos

….YO HABIA NACIDO EN UN BOSQUE…


Hace unos 100.000 años, en el norte de Africa, en un bosque cerca de lo que hoy es Etiopía, Lucy  estiró una de sus velludas piernas apartando las hojas con que se había cubierto para evitar el frío de la noche. Comenzaba así su ritual de  estiramientos y bostezos luego de dormir bajo los árboles. La habían despertado los gorjeos de los pájaros que saludaban al sol naciente y el rugido lejano de los felinos que bajaban al arroyo para beber la primer agua del día. Estiró los brazos sobre la cabeza dejando escapar un sonido de satisfacción ante la elongación de las coyunturas y comenzó a rascarse el cuero cabelludo con sus uñas largas, desparejas y llenas de tierra. Se apartó sobre la cara los cabellos enmarañados que le llegaban a la cintura y se acomodó la lonja de cuero con que ajustaba la piel de venado  con la que se abrigaba. Olfateó el aire y reconoció a pocos metros a su grupo que aún dormía, apretujándose algunos con otras hembras y sus cachorros. Tenía hambre y sed por lo que decidió caminar hacia el río. Con paso firme, apoyaba toda la planta endurecida de sus pies sin evitar espinas ni piedras. En el camino arrancó un fruto y le hincó sus dientes fuertes para alimentarse y al mismo tiempo limpiar sus encías. Al llegar al descampado , se descubrió el cuerpo para recibir con placer los rayos del sol. Ya en el arroyo se encontró con otra hembra de su grupo y jugó con ella tirándose agua y abrazándose mientras se bañaban. Luego fueron juntas a buscar comida para los cachorros…….

Lucy vivió con su grupo casi treinta años durante los cuales quedó varias veces embarazada. Algunos de sus hijos vivieron  y se reprodujeron trasladándose de territorio cada vez que escaseaban  los alimentos. Pasaron 100.000 años.  Algunos de sus genes femeninos viajaron  combinados en los gametos con otros masculinos, cruzando de Etiopía a Egipto, de allí a Palestina y luego al centro de Europa. En los “30” llegaron a Buenos Aires y en una de sus reproducciones se combinaron  de tal manera que nació Diana…….

La chicharra del reloj-despertador digitalizado de última generación sonó sin piedad y se encendieron simultáneamente la luz dicroica del velador y el televisor sintonizado en el noticiero de la mañana. Diana dio un respingo en la cama con mecanismos eléctricos para cambiar de posición y trató de sacarse el antifaz que usaba para dormir sin luz, a pesar de que su arquitecto le había prometido “un dormitorio sin  ruidos ni luces,   como volver a la naturaleza”. Trató de encontrar la cajita con la pastilla “para la mañana”, que le recomendó su amiga para “tener un día relajado , de forma natural”. Le dolía la cabeza y recordó que la noche anterior había estado hasta tarde en una disco. Le había parecido que la música estaba demasiado fuerte, o que el disc-jockey estaba  descontrolado, pero sus amigos riendo le dijeron que era normal así y no estaban simulando un bombardeo. Para acomodarse mejor a la situación le habían ofrecido unos tragos largos con alcohol y diversas marcas de cigarrillos, porque “ellos eran ecologistas y no se drogaban”.

Diana recordó que luego había estado bailando largo  rato esperando que los saltos le acomodaran el alcohol, el humo, el ruido, las botas con taco alto y la columna que siempre le dolía desde el secundario cuando durante cinco años cargó una mochila con todos los libros y diccionarios como le había recomendado su tía “finalista al premio a la mejor compañera 1945 del Sagrado Corazón”. Por su salud, Diana hacía rato que había adoptado la “vida natural” y trataba de iniciar el día de forma coherente con ello. Después de la pastilla y de sacarse el antifaz corrió al tocador para quitarse la crema endurecida que se había puesto antes de acostarse y encendió la cafetera eléctrica mientras preparaba el molinillo para hacer café fresco. De paso abrió la heladera con un pie y sacó dos naranjas para hacer jugo natural en la máquina que estaba al lado de la tostadora eléctrica en la que también de paso colocó dos rebanadas de pan integral ecológico que comería con queso crema desgrasado y sin sal. Alcanzó a retirar el diario que asomaba debajo de la puerta y pudo leer los titulares que pronosticaban “la muerte del trabajo” mientras abría la ducha con agua caliente para entibiar el baño.

Pudo llegar a la bicicleta fija frente al televisor justo cuando el locutor anunciaba la liberación de unos narcotraficantes por razones de “forma” aunque habían sido pescados con cien kilos de cocaína en la heladera. Mientras pedaleaba metódicamente “como si estuviera en Bariloche”, lamentó tener que ver en la pantalla las cotizaciones de la bolsa de Tokio, pues si no hubiera puesto un video de las praderas californianas como le había recomendado la vendedora del oxigenador de ambiente, para crear un ambiente natural durante la gimnasia. Cuando el noticiero “Feliz mañana” se interrumpió con los comerciales anunciando el nuevo “masajeador cerebral” para sentirse en la new-age, sonó el celular y Diana se lo pudo acomodar entre el hombro y la oreja mientras con la otra mano cambiaba la velocidad de la bicicleta pues el velocímetro computarizado marcaba zona roja “equivalente al stress”. Era su amiga Eva que le reclamaba por no haber contestado el mensaje que le había dejado en el correo electrónico de la computadora. Diana recordó que al llegar de la disco no había controlado el mail, pues era nuevo y aun estaba  acostumbrada a los fax de papel del sistema anterior. Tenía razón el instalador que le sugirió conectar un sistema de timbres que le anunciaría cada quince minutos si había correspondencia en la máquina.

Diana pensó que aún le faltaba entrenamiento para comenzar un día con mas naturalidad. Todavía tenía que ducharse, encremarse el cuerpo con productos  naturales, pasarse el masajeador eléctrico para combatir la celulitis, lavarse la cara con el jabón antiarrugas, depilarse las cejas, pintarse los ojos, los labios y las uñas, secarse el pelo con el “alta velocidad” y peinarse con caída natural antes de ponerse spry. Por suerte no siempre había que cortarse las uñas de los pies y pintarlas antes de subirse a los tacos altos, que le hacían doler tanto los arcos como para dudar si sus pies no habían sufrido un cambio genético. El mismo razonamiento hacía Diana cuando se ajustaba el cinturón al máximo para marcar la cintura, o se apretaba el corpiño para realzar el busto. Un día en su clase de yoga tibetano, cuando hacía relajación se dejó llevar por la imaginación y mientras escuchaba las consignas del instructor que recordaba que somos parte de la naturaleza y no podemos ir contra ella… “somos sus hijos, no sus dueños”…fantaseó que una antepasada muy lejana, quizá nació en una selva , sin ruidos, sin apuros, donde el pie seguía la forma del suelo, donde era natural tener el cuerpo al aire libre, comer lo que servía para vivir bien, jugar con los congéneres, tocarse como algo natural…..Diana penso que su antepasada se podría llamar Lucy y una mañana en el bosque podría despertarse estirando su pierna velluda entre las hojas……. 


UN CUENTO ANTI-STRESS

El ingeniero  Miguel Losada entró en su oficina en el piso 24 frente al río. Sobre el escritorio  la pantalla de cuarzo líquido de 23” de su computadora,  le indicaba el programa de actividades del día.

8.30 Desayuno con los gerentes de planta.
9.30 Reunión con los delegados del sindicato.
11.00 Control de la presión arterial con la enfermera de turno.  
11.30 Confirmar a su esposa si van a cenar con los Roldán.
11.45 Puede fumar un cigarrillo-
11.50 Repaso de los partes de fábrica con la secretaria.
12.00 Firmas.
12.30 Almuerzo con el Ministro.

15.30 Su nieta Paulita estará en la calesita de Pueyrredón y Melo hasta las 17.

18.00 Puede fumar otro cigarrillo.
18.30 Reunión con el comité de diseño. Ver nuevos modelos.
19.30 Revisar las estadísticas de la producción del mes.
20.00 Avisar al chofer si debe buscar a su esposa.
20.30
21.00

La rutina no era muy distinta a  la  de otros lunes. Se había levantado de la cama  a las 7, su esposa dormía. La  mucama lo esperaba en la antecocina con un café y un cigarrillo apagado, en la misma bandeja. Hojeó la portada de un diario mientras tomaba el café, y por encima del periódico miró por el ventanal  hacia el jardín. El jardinero sacaba con un largo colador las hojas que habían caído durante la noche, sobre el agua límpida.

El chofer lo llevó por Libertador, sin hablar, hasta Puerto Madero y lo dejó frente a la puerta del ascensor del garaje, en el subsuelo de sus oficinas.
Durante el viaje partió por la mitad y bebió con agua mineral, un comprimido del ansiolítico que le indicó el cardiólogo en la última visita. Le preocupaba la presión arterial.

La mañana transcurrió con las reuniones previstas, discusiones acaloradas, valores del control de presión altos (17-14), el cigarrillo aplastado por la mitad. El llamado a la esposa, el almuerzo con el ministro......

Pero  luego, mientras tomaba café en su oficina, algo le hizo mirar la pantalla de las actividades y se detuvo en ....“Paulita estará en la calesita”...

Muchas veces  su nuera  psicóloga  le había pedido a Cristina, su secretaria, que le agendara este dato.

Pero hoy le pasaba algo distinto....quizás las discusiones, los pronósticos del ministro, la sonrisa dulce de su secretaria, cierto dolor en el pecho.....

-Cristina, pídame el auto para las tres en el garaje.-

No recordaba haber estado nunca en una calesita. El chofer lo dejó sobre la avenida Pueyrredón y caminó lentamente hacia el ángulo de la plaza donde estaba ubicada.

Desde afuera del cerco pudo ver a su nieta Paulita sentada en un banco con la niñera, esperando que la calesita terminara su ronda.
Vio los caballitos que subían y bajaban, los avioncitos con hélice movible, los autitos con bocina, los leones con riendas, los parantes de bronce lustrado, todo de colores brillantes. “Bastante bien mantenido por ser del estado”, pensó, “O debe  ser una  calesita privatizada”. La música era pegadiza y le hizo recordar su juventud. ¿“Esta canción no era de los Beatles..?

Paulita lo descubrió y fue corriendo hacia él gritando:

-¡¡¡ Abu......Mirá  Martita, vino Abu!!!.-

El Ing. Losada se agachó y atrapó a su nietita en pleno salto hacia sus brazos. Se besaron muchas veces mientras Losada daba vueltas en redondo.

-Abu, subí conmigo, quiero ir al caballito blanco...

Cuando la calesita empezó lentamente a girar, Losada se bajó, pero su nietita le gritó:

-No, Abu, sentate aquí, al lado mío.

Losada se sentó sobre el fuselaje del avioncito delante del caballo blanco donde estada su nieta y giró con ella, los caballitos que subían y bajaban, los aviones, los autitos y la música pegadiza.

No había muchos chicos, pero todos querían atrapar la sortija que agitaba en una pera de madera el calesitero con cara de bueno.

Losada sintió que se le despertaba el instinto competitivo y le empezó a dar instrucciones a Paulita para que lograra atrapar la sortija. En cada vuelta observaba como movía la mano el calesitero y hacía cálculos para indicarle a su nieta como ganar el premio. Pero otro chico sacó la sortija de la pera de madera antes de que Paulita pasara delante de ella.

Miguel se aflojó la corbata de seda,  se desabrochó el primer botón del cuello de la camisa, y cuando la calesita se detuvo le preguntó a la niñera como se hacía para seguir girando mas vueltas. Martita divertida le explicó que se compraban fichas en la casilla, que costaban 75 centavos y que el que sacaba la sortija tenía una vuelta gratis.

Miguel se descubrió enardecido, podría comprar mil fichas, la calesita entera , llevarla a su casa. Su afán  de empresario conquistador de mercados lo tentaba , pero la carita de Paulita lo volvió a esa otra realidad, donde su nieta estaba feliz con solo tenerlo a su lado.

La calesita comenzó a girar nuevamente, con lentitud al principio, mientras el calesitero recogía las fichas de las manos de los niños. Miguel se sacó el saco azul, se lo dio a Martita y se subió a la calesita cuando pasó a su lado Paulita, subiendo y bajando en su caballito blanco. 

-Abu, pasame al autito...pero quedate al lado mío...

En camisa, con la corbata floja, algo transpirado, se sentó al lado de Paulita y se acordó que de chico en el barrio de Pompeya, donde se crío con sus padres gallegos,  a él  lo llamaban Bocha.

Le dio instrucciones a  Paulita de cómo poner la mano para sacar la sortija. El calesitero divertido no se lo hacía fácil.

Bocha se descubrió tan concentrado en su estrategia para lograr la sortija, como cuando esa mañana discutía la instalación de una nueva máquina en su empresa.

Se rió fuerte con su nieta cuando ésta logró agarrar la sortija, y disfrutó con codicia haber ganado una vuelta gratis. Casi más que con  los millones que había ganado esa mañana con el aumento del dólar.

Bocha invitó a Paulita y a Martita con dos helados.

-Pero por favor ingeniero, no le cuente a su nuera, por que no la deja tomar helados en la plaza.

 

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