Pensar desde otras perspectivas. | 26 ENE 06

¿Qué hacemos cuando hacemos ciencia? "El hombre "postorgánico"

IntraMed entrevista a Paula Sibilia, antropóloga y autora de un texto apasionante.¿Hacia dónde se dirige el avance de la ciencia?
Autor/a: IntraMed Fuente: IntraMed 
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“El hombre postorgánico” Paula Sibilia. Fondo de Cultura Económica, 2005. http://www.fce.com.ar/fsfondo.htm

El estremecimiento de las grandes preguntas:

Paula Sibilia es antropóloga, argentina, docente en la Universidad de Río de Janeiro.
Con el rigor y el punto de vista que le aporta su profesión, pero con la lucidez y el talento  para la escritura ensayística que le son propios ha producido una obra trascendente. Produce en el lector el estremecimiento que proviene del tratamiento de temas que abordan la propia condición humana y el antiguo regocijo de la lectura de un texto bellamente escrito.

Inmersos en el vertiginoso universo del conocimiento científico, aislados en la imposible carrera de apropiarnos de las novedades que no cesan de aparecer, no resulta infrecuente que dejemos de lado las preguntas fundamentales. La alienación que una formación enfática y restringida suele ocasionar en quienes, de un modo más o menos directo, estamos involucrados en el campo de la ciencia nos priva a menudo de la oportunidad de interrogarnos por el “sentido” de aquello que perseguimos.

Vértigo, alienación, formación profesional fragmentaria, ausencia de diálogo interdisciplinar y un mundo que relativiza los valores son algunos de los condicionantes de un encierro epistemológico del que la mayoría somos víctimas.

La “naturalización” del conocimiento, la pérdida de la dimensión histórica de los contenidos y la carencia de herramientas analíticas específicas nos entorpece la perspectiva de aquello a lo que hemos entregado nuestra propia existencia.

¿Qué podrá ocasionar en un lector como este un texto que desnuda aspectos no visibles de su práctica cotidiana?

¿Qué secretos deseos de interrogación o de rechazo podrá suscitar una obra que cuestiona nuestros propios fundamentos?

¿Seremos capaces de afrontar una lectura que nos desaloje de la inercia de una perspectiva única?

¿Podremos soportar el peso de una pregunta para la que en general no tenemos respuesta?

¿Podremos afrontar el reto de la incertidumbre y las grietas de nuestras frágiles certezas?

¿Seremos capaces de detener el vértigo neoplásico de la información y encontrar la pausa y la apertura para reflexionar sobre sus propios fundamentos?

“El Hombre Postorgánico” aborda de un modo a la vez contundente y fundado, pero perfectamente comprensible para un lector no especializado, las complejas relaciones entre cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales. La propuesta de Paula Sibilia es de una apertura tal que rescata al lector del reduccionismo y de la ingenuidad de las certezas sin fisuras.

La Biología y la Medicina se presentan insertas en un proyecto cultural y social que les imprime significado y las transformaciones que se registran se analizan en el devenir de las nuevas perspectivas.

Sobre la distinción básica de una “ciencia prometeica” empeñada en mejorar las condiciones de la existencia y luchar contra las fuerzas hostiles de la naturaleza y una “ciencia fáustica” orientada a trascender la propia condición humana, la autora se interna en los laberintos de los fundamentos que la sostienen.

La era digital concibe a los organismos como meros conjuntos de informaciones y ofrece la posibilidad concreta de un “upgrade” de las personas. Los riesgos, los límites – o su ausencia – los mitos y las falsificaciones de un conocimiento que se independiza de los valores y se concibe a si mismo como pura información desustancializada aparecen en un libro apasionante y conmovedor.

Cuestiones como el genoma humano, la salud como imperativo, la enfermedad como error en el código, la prevención como gestión de los riesgos y tantas otras amplían nuestras perspectivas y nos aportan herramientas infrecuentes para la reflexión sobre nuestra propia práctica.

Es inquietante percibir el modo en que aquel hombre del proyecto humanista que se construía “tallando esa sustancia dócil mediante la educación y la cultura” comienza a reconfigurarse en una modelo que lo transforma mediante la reprogramación genética o la bioingeniería. Queda implícito el riesgo de ingresar en una era de “formateo de cuerpos y almas cuya meta es la productividad”.

Jamás podremos escapar a la tentación de un determinismo genético, a la trivialidad de una biologización radical del hombre si no somos capaces de formularnos las preguntas fundamentales. Ninguna formación académica en ciencias nos protege de la banalización de los saberes en la medida en que estos quedan suspendidos en una atmósfera de datos puros y obturado el arduo camino hacia los subsuelos del sentido.
 
No parece razonable que el acceso al conocimiento factual clausure las vías de acceso al universo siempre inestable de los fundamentos y los principios.
 
Es siempre una aventura del pensamiento y un viaje reconfortante la lectura de un texto inteligente. No es necesario el acuerdo o la conformidad con sus planteos para reconocer un trabajo realizado con solvencia y una actitud de franca honestidad intelectual.

La travesía de un libro que nos involucra, que nos sacude del letargo conceptual, que nos devuelve aquella vitalidad olvidada de un ser que tiene preguntas y nos rescata del asentimiento ciego del que habita un mundo saturado de respuestas.

No tenemos los profesionales de la salud las competencias necesarias como para juzgar un trabajo que nos excede en términos de conocimiento disciplinar. Pero si podemos agradecer la oportunidad de abrirnos las puertas a otras perspectivas y también somos capaces de reconocer el placer que siempre produce el maravilloso espectáculo de una inteligencia desplegada en toda su plenitud.  

***

* Entrevista:

¿Podrías contarnos sumariamente cuál es tu recorrido biográfico y académico?

Soy argentina, nací en Buenos Aires en 1967. Estudié Antropología y Comunicación en la UBA, donde también llegué a ejercer actividades docentes y de investigación, en la Facultad de Ciencias Sociales. Luego cursé la maestría en “Comunicación, Imagen e Información” de la Universidade Federal Fluminense (UFF), en Río de Janeiro. En 2002 escribí el libro O Homem Pós-Orgânico, una versión de mi tesis de maestría que fue publicada por una editorial brasileña y reeditada en 2003. Yo misma traduje este libro, además de actualizarlo y pulir la redacción, y en noviembre de 2005 fue publicado en español por el Fondo de Cultura Económica, con el título El Hombre Postorgánico: cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales. Actualmente estoy terminando los doctorados en “Salud y Ciencias Humanas” de la Universidade do Estado do Rio de Janeiro (UERJ) y en “Comunicación y Cultura” de la Universidad Federal do Rio de Janeiro (UFRJ), cuyas tesis también pretendo transformar en libros a lo largo de 2006 y 2007.

¿Cuáles son tus áreas de interés investigativo?

Me interesa entender el complejo mundo contemporáneo, qué caracteriza lo que somos y cuál es el sentido de las novedades que emergen constantemente. Mi foco apunta al cuerpo y a las modulaciones de la subjetividad (las formas de ser y de estar en el mundo), a los cuales considero frutos de una serie de construcciones socioculturales. Para indagar estos asuntos suelo prestar especial atención a las tecnologías más características de cada época, a los saberes y poderes que delinean los limites y posibilidades de cada momento histórico, demarcando lo que se puede pensar, decir y hacer en cada época.

¿Cuál es la especificidad de la mirada antropológica?

La mirada antropológica puede ser muy rica, porque nos permite entender mejor lo que somos en contraste con otras formas de ser humanos, desarrolladas en otras culturas no occidentales y en otros momentos históricos de nuestra propia tradición. De esa forma, contrastando ciertos aspectos de nuestro mundo con lo que ocurría (o aún ocurre) en otros contextos, resulta más fácil comprender que nuestras verdades no son universales. Al contrario: al suscitar esa extrañeza con respecto a nuestro mundo presente, esas verdades que nos constituyen aparecen como meras construcciones históricas. Por tal motivo, pueden (y yo creo que deben) ser cuestionadas, ya que podrían ser diferentes. O sea: es posible cuestionarlas y cambiarlas. De modo que la mirada antropológica ayuda a “desnaturalizar” ciertas verdades que se cristalizan en el sentido común, poniéndolas en perspectiva y examinándolas como lo que realmente son: poderosas invenciones culturales.

¿Tu descripción de "nuevas metáforas" implica una crítica al uso de las metáforas como organizadoras de la experiencia o, por el contrario entendés, que no nos es posible aprehender lo real sin apelar a ellas?

Creo que no es posible (ni tampoco deseable) aprehender lo real sin apelar a la riqueza explicativa de las metáforas. Sin embargo, considero que es fundamental no olvidar que se trata de metáforas. Los problemas surgen cuando esas imágenes se naturalizan y se transforman en verdades incuestionables, perdiendo toda la plasticidad y la fuerza polisémica de las metáforas para petrificarse en su significado unívoco. De ese modo, impiden los cuestionamientos y paralizan los dinamismos históricos.

¿Tu idea de metáforas les asigna un rol estructurante en el sentido en que Lakoff y Johnson lo emplean?

Sí, pero el problema es cuando esa rigidez estructurante las vuelve incuestionables, adquiriendo una dureza poco propicia al juego lúdico del pensamiento. Como decía Nietzsche: aquello que se considera la verdad fue originalmente postulado como una metáfora, como ilusiones con fuertes potencias expresivas. Sin embargo, ese origen metafórico de la verdad suele olvidarse rápidamente, como podría ocurrir con una moneda que perdió su efigie y pasara a considerarse como puro metal, y no más en su calidad de moneda que simbolizaba un determinado valor. Lo importante, entonces, es no olvidarnos que se trata de metáforas, para poder rescatar el vigor de esas figuras retóricas en la construcción del pensamiento, en vez de quedarnos aprisionados en su contenido ilusorio y suspender la valiosa labor del pensamiento.

El paso de la idea del "hombre máquina" al "hombre digital, postorgánico" "vida como información": ¿Qué implicancias tiene respecto del modo en que la representación del hombre se construye en el imaginario contemporáneo?

A partir del siglo XVII y hasta muy poco tiempo atrás, los engranajes y poleas de las fábricas que vertebraban la sociedad industrial se convirtieron en analogías útiles, capaces de explicar el mundo como un mecanismo de relojería y el cuerpo humano como una máquina de huesos, músculos y órganos. Digo que eso ocurría hasta hace poco tiempo atrás porque en los últimos años ha ido surgiendo todo un conjunto de nuevas imágenes y metáforas, que emanan del universo digital e informático, y comienzan a impregnar nuestros cuerpos y subjetividades.

En este nuevo contexto, la vieja naturaleza desencantada y mecanizada del mundo industrial se ve desafiada, de modo que sus mecanismos deben ser actualizados y reconfigurados. Así, con la teoría molecular del código genético, la vida se ha convertido en información y la naturaleza se ha vuelto programable. De ese modo, tanto la vida como la naturaleza han ingresado en el proceso de digitalización universal que marca nuestra era.
La tecnociencia más actual ha inaugurado una promesa tan fascinante como aterradora: la posibilidad de efectuar modificaciones en los códigos informáticos que animan a los organismos vivos (tanto vegetales como animales, incluso humanos). Basta observar los discursos mediáticos que constantemente divulgan estas investigaciones y descubrimientos, para intuir que se trata de una operación comparable a la edición de software por parte de los programadores de computadoras.

Esta ambición de reprogramar el genoma de cada especie biológica (incluso la humana) o el código genético de cada individuo en particular, con el fin de corregir sus “fallas” o “errores” como si fueran programas de computación, forma parte de una nueva utopía: el sueño de trascender nuestra limitada condición biológica con la ayuda de las herramientas tecnocientíficas. Esos instrumentos suelen provenir de las áreas más privilegiadas de la tecnociencia contemporánea: las nuevas ciencias de la vida y la teleinformática, ambas hermanadas por una especie de horizonte digitalizante que las reúne y las guía. Su propuesta más fabulosa consiste en recurrir a la “evolución postbiológica” o “postevolución” para crear un tipo de hombre “postorgánico”, cada vez más inmune a las enfermedades y al envejecimiento, un cuerpo refractario a la finitud.

Tu mención a conceptos como: tiranía, no neutralidad, no inocencia, etc ¿implican una crítica o un juicio de valor?

Implican la necesidad de mantener al pensamiento crítico en estado de alerta. Mi idea es retomar la “filosofía de la sospecha” que proponía Nietzsche: esa saludable tarea de hacer como si nada fuera evidente y desconfiar de todo, para tratar de enunciar nuevas preguntas capaces de abrir el campo de lo pensable y de lo posible. Si la verdad es “una especie de error” —como decía Foucault siguiendo a su maestro, el filósofo alemán— que tiene a su favor el hecho de no poder ser refutada “porque la larga cocción de la historia la ha vuelto inalterable”, también es cierto que cada época tiene las verdades que se merece, y que corresponde a los jóvenes la tarea de descubrir “para qué se los usa”, como decía otro discípulo nietzscheano, Gilles Deleuze. Yo diría que el pensamiento de todos estos autores —con los cuales elijo alinearme y de los cuales retomo varias herramientas teóric

 

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