Niños con ansiedad y depresión | 01 ABR 18

Por qué los niños necesitan jugar al aire libre, según la neurociencia

El tiempo de juego en libertad desciende en las últimas décadas, mientras que aumentan los pequeños con ansiedad y depresión
Autor/a: MARIO FERNÁNDEZ SÁNCHEZ El País, Madrid

Por paradójico que parezca, los presos pasan más tiempo al aire libre que muchos niños de nuestras ciudades. Casi el doble. En concreto, el tiempo al aire libre en contacto con la naturaleza se ha reducido considerablemente, pasando más del 90% de su tiempo en espacios cerrados. El correcto desarrollo del niño necesita movimiento desde que nace y la forma más fácil e interesante de moverse, es jugando y si puede ser, al aire libre.

"Hoy los niños no tienen tiempo de ser niños, les estamos robando la infancia"

El sistema nervioso sirve para moverse, el resto de las miles de páginas de un manual de neurociencia están subordinadas a este hecho de la naturaleza tan relevante. Y es algo extraordinario, tan bello como complejo. La función última de un ser vivo es reproducirse, para lo que necesita acercarse a ciertos estímulos, como la posible pareja, y alejarse de otros, como los depredadores.

Los subsistemas sensoriales y emocionales están al servicio del subsistema motor, que a su vez está relacionado con una conducta de acercamiento o alejamiento. Lo podemos comprobar en la vida diaria. Si en la piscina pisamos algo cortante, levantamos el pie instintivamente. Si nos atrae alguien o algo, nos acercamos poco a poco. Asimismo, si no nos gusta una situación o detectamos un peligro, nos alejamos. Todo es moverse, pues. Y nuestro cerebro dedica muchas neuronas para llevar a cabo esa función.

Una gran superficie de nuestros hemisferios en nuestro cerebro, en concreto, la corteza motora primaria y secundaria, se halla dedicada al control motor. Existen núcleos neuronales -un complejo llamado estriado, situado en las profundidades cerebrales-, dedicados, entre otras cosas, al movimiento planificado. Asimismo, el cerebelo, que se encuentra en la parte posterior del encéfalo, es otra estructura fundamental para el movimiento. También existe un subsistema completo -llamado vestibular- para garantizar el equilibrio en todos nuestros movimientos. Son muchísimos recursos, pero en ellos nos va la vida.

Durante el desarrollo temprano, nuestra especie aprende paulatinamente a moverse de manera cada vez más sofisticada, lo que significa que aprende a manejar los subsistemas implicados en ese movimiento: el sensorial, el vestibular, el cognitivo y, por supuesto, el emocional. Y ese aprendizaje se realiza en la infancia mediante el juego.

Muchas funciones del sistema nervioso tienen ventanas temporales de neuroplasticidad, donde la sensibilidad es crítica y su formación óptima. Por ejemplo, andar y hablar en los tres primeros años. La alteración de la plasticidad durante períodos críticos de desarrollo está implicada en muchos trastornos neurológicos pediátricos.

Estas ventanas tienen como fundamento de aprendizaje el juego en todas sus variantes. Algunas funciones son fisiológicas, como el sistema nervioso vestibular, que, como hemos explicado, realiza dentro del cerebro la función del equilibrio y que necesita de estímulos para su desarrollo, ya que de lo contrario la movilidad del niño no estará optimizada y tendrá miedo ante cualquier desafío que conlleve desplazamientos en altura, velocidad, giros o cambio de postura bruscos. Los moratones, heridas y rasguños son, pues, un derecho de los niños a la hora de aprender. Es más, pretender evitarlos a toda costa puede producir déficits cognitivos y emocionales para toda la vida.

Modular la agresividad y la empatía

El juego debe ser la principal actividad de un niño. Es lo que su cerebro espera: juegos y más juegos, sobre todo relacionados con la actividad física y preferiblemente al aire libre. Se puede jugar solo –además, el cerebro también necesita aprender a aburrirse- y, sobre todo, en compañía. Cuanto más heterogéneas sean las edades de los niños que juegan, mejor será para el desarrollo de las relaciones personales, la modulación de la agresividad o la empatía.

Cualquier persona que haya tratado con niños, habrá observado cuáles son sus preferencias y cómo disfrutan cuando van a los columpios, no digamos ya a los parques de atracciones. La velocidad, las vueltas, la sensación de peligro que causan las alturas, los desafíos del equilibrio... Todo eso es muy atractivo para el niño, porque lo que estamos haciendo es llevar su cerebro al entorno donde hemos evolucionado durante millones de años y al que estamos adaptados. Vivimos en ciudades desde hace unos pocos cientos de años y la evolución no ha podido adaptar nuestro organismo a vivir en ellas. Cuando un niño juega al aire libre preferiblemente en un entorno natural , el cerebro lo agradece con una inyección de felicidad. ¿Hay riesgos? Por supuesto, eso es vivir.

Por naturaleza, los niños, no tienen excesiva conciencia del pasado y tampoco del futuro, viven el momento. Su actividad principal es jugar. Y el juego promoverá que nuestro hijo aprenda a moverse con habilidad, a no herirse, a valorar las situaciones de manera adecuada y, cuando no haya otro remedio, a ser agresivo y sobre todo a serlo con la medida adecuada, respetando en lo posible los valores aprendidos. Ahí, el entorno familiar tiene un papel fundamental.

 

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