Alimentos, nutrientes y salud | 05 MAY 17

¿Cuándo nuestras recomendaciones se pondrán al día con la ciencia de la nutrición?

Los modelos conceptuales que orientan las recomendaciones alimentarias no están a tono con la evidencia científica

En los últimos años los enormes avances en la ciencia de la nutrición han vencido muchos paradigmas históricos.1

Primero, una gran cantidad de pruebas ha establecido la importancia de los alimentos específicos y de los patrones dietéticos en general por encima de los nutrientes únicos aislados (por ejemplo, grasa total, vitamina E), para la salud cardiovascular y metabólica.2

En segundo lugar, se sabe ahora que los hábitos dietéticos afectan a diversos y complejos mecanismos moleculares y fisiológicas, dejando claro que sus efectos completos sobre la salud no pueden ser extrapolados por ningún subrogante único (por ejemplo, el colesterol total) .1

Tercero, para el riesgo a largo plazo de la obesidad, las evidencias han demostrado que la calidad de los alimentos podría ser más relevante que el mero conteo de las calorías.  

Diferentes alimentos tienen efectos con independencia de las  calorías sobre la compleja regulación del peso a largo plazo  incluyendo: hambre, saciedad, recompensa del cerebro, respuestas metabólicas, síntesis de grasa hepática, función del adipocito, el gasto metabólico y el microbioma.1

A medida que la ciencia se aleja de los paradigmas excesivamente reduccionistas, las políticas de salud se mantienen allí

Sin embargo, a medida que la ciencia se aleja de los paradigmas excesivamente reduccionistas, las políticas de salud se mantienen allí. Muchas prioridades actuales siguen enraizadas en nociones anticuadas.

Por ejemplo, mientras que los avances científicos han establecido la limitada efectividad de la reducción del contenido total de grasa de las  dietas generales y los correspondientes efectos benéficos del consumo de grasas saludables, el consumo de alimentos bajos en grasa a menudo se siguen alentando, mientras que los alimentos saludables ricos en grasa se evitan.

Y, para controlar la obesidad, muchas políticas se centran en la comparación de los alimentos basados ??en el contenido calórico, en lugar de sobre sus efectos moduladores en el control de peso a largo plazo llevando a decisiones paradójicas y perjudiciales.

Por ejemplo, la leche entera está prohibida en las escuelas públicas de los Estados Unidos, mientras que la leche descremada chocolatada es permitida. Las barras de cereal ricas en nuez se censuran por ser demasiado altas en grasa. Los aderezos de ensalada libres de grasas -una mezcla artificial de almidón, azúcar y sal-se recomiendan como más saludables pese a contener aceites vegetales ricos en fenoles.

¿Por qué estas políticas y recomendaciones paradójicas son tan comunes?

Con un poco de historia, sus orígenes pueden resultar más claros.

La ciencia de la nutrición moderna es notablemente joven. Aunque se podrían seleccionar varios hitos, una fecha de nacimiento razonable es 1932, cuando se aisló la primera vitamina, Vitamina C. Casi 200 años antes en 1747, el capitán James Lind había observado que los cítricos podrían proteger contra el escorbuto, 4 a los marineros británicos agregando zumo de limón y lima a sus raciones-y así su famoso apodo, Limeys.

Sin embargo, muchos fueron escépticos, y no fue hasta 1932 que la ciencia de la nutrición podría definitivamente documentar que la vitamina C era la causa y la cura del escorbuto.

Durante las próximas dos décadas, una convergencia de eventos científicos y geopolíticos amplificaron este enfoque inicial focalizado en los déficits de nutrientes únicos. Primero, las oleadas de investigación descubrimientos las causas y curas de otras principales enfermedades por deficiencia, como la de tiamina (beriberi), Niacina (pelagra), vitamina A (ceguera nocturna) y Vitamina D (raquitismo).

Al mismo tiempo, la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial llevaron a la tan temida escasez de comida intensificando en gran medida la preocupación por las insuficiencias.

Junto a estos eventos se produjeron las primeras  recomendaciones dietéticas creadas por orden presidencial en el Programa Nacional de Nutrición de 1941 en la Conferencia de Defensa (convocada por el Presidente Franklin Roosevelt para prepararse para la guerra); y las primeras Guías alimentarias nacionales estadounidenses.

Por lo tanto, el mayor foco de décadas de la naciente nutrición y de sus recomendaciones fue minimizar en la población las deficiencias de nutrientes y vitaminas seleccionados.

No fue sino hasta finales de los años setenta, en tiempos verdaderamente recientes, que las principales directrices dietéticas y la ciencia de la nutrición prevalente comenzó a centrarse seriamente en las enfermedades crónicas tales como enfermedades  cardiovasculares, obesidad, diabetes y cánceres.6

 En un período notablemente breve, los éxitos en la agricultura, procesamiento de alimentos, distribución y fortificación habían superado en gran parte las deficiencias de nutrientes en las naciones de altos ingresos. En su lugar, se reconoció la creciente epidemia de enfermedades crónicas.

Las grasas saturadas y el colesterol fueron sobresimplificados como "las causas" de la enfermedad coronaria

Sin embargo, después de décadas de enfoque y de éxito en la cura de las enfermedades por deficiencia, la perspectiva enfocada en un solo nutriente ha dominado a la ciencia y a los enfoques políticos. Los nuevos métodos de investigación para el estudio de las enfermedades crónicas –que por naturaleza se desarrollan y se manifiestan durante años o décadas- todavía estaban en su infancia.

Así, los científicos y los responsables políticos Estaban acostumbrados a enfoques reduccionistas y disponían comparativamente de limitada evidencia sobre la dieta y las enfermedades crónicas, como los estudios de carácter transnacional o las comparaciones ecológicas, o experimentos con animales y estudios a corto plazo sobre los marcadores subrogantes o substitutos (por ejemplo, el Colesterol), sobre todo en hombres de mediana edad.

 

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