Historias sobre sífilis | 16 ENE 17

La tragicomedia espiroquética

La medida en que las creencias se basan en pruebas, es mucho menos de lo que creen los creyentes.

The extent to which beliefs are based on evidence, is very much less than believers suppose.
Bertrand Russel, Sceptical Essays 1928

La historia de la medicina es pródiga en anécdotas de colores cambiantes, pero pocas han suscitado una paleta tan variada como las de la sífilis; otrora designada la gran imitadora al simular muchas otras enfermedades. Antes de contar con pruebas específicas, el reto diagnóstico para esta dolencia estaba cabalmente ejemplificado en aquella expresión ''quien sabe sífilis a la perfección conoce toda la medicina''.

De no recibir tratamiento (circunstancia con un lamentable historial), la sífilis progresa a través de tres etapas de gravedad creciente, el chancro como primoinfección; el secundarismo en el cual puede constatarse fiebre, dolor de cabeza, lesiones en piel, boca, y adenopatías, entre otras. Finalmente, la implacable terciaria, con daños permanentes en el aparto cardiovascular y el sistema nervioso central.

Su ascenso a la primera plana de la medicina tuvo a lugar en el siglo XVI, cuando se produjo una suerte de internacionalización nosológica reflejada en los distintos nombres que recibió, todos ellos ligados a cuestiones de procedencia geográfica. Los franceses la llamaron la enfermedad napolitana. Para retribuirle el favor los italianos por su parte la bautizaron como el mal francés, mientras que en Portugal se hablaba de la enfermedad castellana. En la India y Japón, recibió el nombre de enfermedad portuguesa, aunque también se utilizaron otros motes como gran viruela, y lúes venérea. Parafraseando al Gran Tato, la culpa siempre la tiene el otro.

Independientemente de los asuntos territoriales, el nombre que llegó hasta nuestros días fue acuñado por Girolamo Fracastoro (1478-1553), un “vero dottore enciclopedico” versado en Medicina, Matemáticas, Astronomía, Geología, y la poesía. Inspirado como era, don Girolamo publicó en 1530 un poema en tres partes Syphilis sive morbus Gallicus y en el último de ellos se refiere a la historia del pastor Syphillus, quien adoraba a un rey mundano, y se ganó la maldición del dios sol. Para castigar a los hombres por tal blasfemia, el sol lanzó rayos mortales de la enfermedad a la tierra. Syphillus fue la primera víctima de la nueva peste, pero según la narrativa la aflicción se extendió rápidamente.

El análisis fino sobre los datos históricos acerca del origen de la sífilis es un fárrago de aquellos. Entre las especulaciones del mismo Fracastoro, sus contemporáneos, y colegas que posteriormente aportaron lo suyo, se conformó un escenario repleto de teorías, pero ninguna respuesta contundente. Algunos astrólogos de la época señalaron que el inicio de este flagelo venéreo se debía a una conjunción maligna entre Júpiter, Saturno y Marte ocurrida en 1485; la cual habría generado una ponzoña sutil que se fue extendiendo por todo el universo, Europa incluida. Por su parte la llamada teoría de Colón, apuntaba al Nuevo Mundo como aportante de una flora y fauna totalmente desconocida para los europeos, molestos de tener que colonizar con inconvenientes tan inoportunos. Desde esta visión, muchos médicos renacentistas afirmaron que la “gran viruela” había sido importada por don Cristóbal y sus tripulantes. El médico español Rodrigo Ruiz Díaz de Isla (1462-1542), podría haber sido el primero en señalar que los navegantes de las carabelas habían importado la sífilis a Europa. En un libro publicado en 1539, de Isla señaló haber tratado en 1493 a varios marineros con una enfermedad rara caracterizaba por lesiones en piel bastante repugnantes.

Los informes redactados en 1525 por Gonzalo Hernández de Oviedo y Valdez, gobernador de las Indias Occidentales, indican que algunos marinos provenientes del Nuevo Mundo con lesiones sospechosas se alistaron en el ejército de Carlos VIII de Francia para el sitio de Nápoles en 1494. El rey Fernando de esta ciudad también contrató mercenarios, entre ellos marineros de Barcelona, puerto al que había regresado Colón. Transcurridas tres semanas muchos sitiados decidieron pasar al servicio del rey francés, por lo que todos deben haber merodeado por los mismos lugares durante el tiempo libre. Cuando el ejército francés fue expulsado al año siguiente, las tropas (treponemas incluidos), emprenden el regreso a casa. Y el hombre, mucho más penetrandi que sapiens terminó avivando una epidemia como pocas. Mal que nos pese, la sífilis siempre tuvo un futuro promisorio. Una “nonna” varias veces mamá, que de tanto en tanto concurría al hospital, inculpaba su multiparidad a aquel “maledetto momentin”.

Algunos historiadores atribuyeron el deterioro físico y mental de Colón a la sífilis

Muchos datos circunstanciales abonaban la teoría colombina sea por la cronología, la dispersión de la tripulación, navegantes devenidos soldados y su presencia en las regiones donde se reportaban los primeros casos, como así también el testimonio de los médicos, entre otros. De hecho, algunos historiadores atribuyeron el deterioro físico y mental de Colón a la sífilis, aunque otras explicaciones son igualmente plausibles. No obstante ello, las coincidencias no implican necesariamente causalidad. En un alegato americanista, vale la pena destacar, que el siglo XV fue una época de grandes viajes, expansión comercial y guerras, por lo que muchos pueblos previamente aislados se vieron expuestos de buenas a primeras a una vastedad de microorganismos “globalizados”, lo cual puede haber favorecido el surgimiento de varias enfermedades epidémicas, entre ellas la sífilis.

La presunción de un acarreo treponémico desde el Nuevo Mundo habría cobrado validez de existir datos concluyentes sobre la existencia de sífilis por estas tierras previo al arribo de los colonizadores. En sentido inverso la documentación de sífilis en Europa con anterioridad a los viajes de Colón también habría aplacado las disputas. Lamentablemente, la identificación de la sífilis en la América precolombina y la Europa pre-moderna sigue siendo incierta y el debate persiste. Para aportar un poco más de ruido, también se plantea que la sífilis, como gran imitadora, podría haber pasado desapercibida entre los pacientes leprosos. Las referencias a ''lepra venérea'' o ''lepra congénita'' en la Europa medioeval son compatibles con esta presunción, pero aquí también hay que ser cautelosos. Para determinar si algunos de los que fueron catalogados de leprosos eran en realidad sifilíticos, los científicos han buscado lesiones luéticas en los huesos de las personas enterradas en los cementerios de leprosos. La evidencia no es concluyente.

Inspirados que nunca faltan llegaron a plantear que el nuevo flagelo del siglo XVI surgía de las relaciones sexuales entre un hombre con lepra y una prostituta con gonorrea: teoría cruzada o de la mula microbiana, si se quiere.

¡Elucubraciones fisiopatológicas eran las de antes, mi estimado lector!

Asimismo es digno de mencionar la hipótesis africana o del pián. Según este supuesto, la sífilis era parte del bagaje de calamidades que los conquistadores habían llevado al Nuevo Mundo algo así como un “mix” de gérmenes africanos y europeos. Con los nativos americanos muy cerca de la extinción por la viruela y otras pestilencias, los europeos decidieron llevar esclavos al Nuevo Mundo. Al parecer la población negra estaba infectada con el Treponema pallidum pertenue agente causal del pián una enfermedad de la piel, huesos y articulaciones. Los cambios climáticos y la vestimenta habrían impedido el contacto habitual, con lo cual a la espiroqueta no le quedaba otra que apelar a la transmisión sexual como estrategia de supervivencia. Sin dejar de ser atractiva, el basamento de la teoría también suena fortuito. Dado la larga historia de las relaciones entre Europa y África, el pián podría haber sido introducido en la zona de inmediación entre ambos continentes siglos antes al descubrimiento de América. Por lo tanto, sería necesario algún otro evento disparador para la epidemia del siglo XV.

Para sumar un ingrediente más a la gran confusión, tampoco existía una delimitación nosológica entre sífilis y gonorrea. Y los intentos de separar las aguas no fueron esclarecedores. En el siglo XVIII, el médico británico John Hunter (1728-1793) decidió autoinyectarse con material tomado de un paciente con una enfermedad venérea (algunos dicen que en realidad fue su sobrino quien ofició de cobayo). De acuerdo con los datos recabados, Hunter señaló que la gonorrea era un síntoma de la sífilis. Muy desafortunadamente el paciente de quien se tomó el material habría padecido ambas enfermedades.

 

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