La experiencia de una hemorragia crebral, documental de David Lynch | 31 OCT 16

My Beautiful Broken Brain

Después de sobrevivir a una hemorragia cerebral, la productora inglesa Lotje Sodderland empezó a grabar el proceso de recuperación con su teléfono.
Autor/a: Cristina Civale Página 12, Radar

No hablaba, no entendía lo que pasaba, no sabía si tendría secuelas. No bien pudo comunicarse con gestos, pidió por la documentalista Sophie Robertson: quería hacer una película con ella y juntas, con cámara y Iphone, filmaron el documental My Beautiful Broken Brain. En esta entrevista, Robertson cuenta cómo fue el proceso de un año de grabación y cómo lograron sumar a David Lynch, productor y padrino de la película, que oficia de narrador, atrajo a las distribuidoras y logró que se estrenara en exclusiva por Netflix, donde se puede ver desde hace semanas. Lejos del relato inspiracional, con efectos especiales y sin autocompasión, My Beautiful... es una especie de road movie por un cuerpo aparentemente fallado: la lesión cerebral como ficción lyncheana.

La voz de David Lynch en el segundo uno de la película pronuncia las palabras que se leen en pantalla. Blanco sobre negro: “Este estado de la forma más simple de conciencia es digno de verse, oírse, contemplarse y comprenderse”. Se trata del inicio del documental My Beautiful Broken Brain (algo así como “Mi hermoso cerebro roto”) dirigido por Lotje Sodderland y Sophie Robertson, coproducido por David Lynch y lanzado en todo el mundo por Netflix en forma exclusiva. Unas palabras iniciales y premonitorias que intentan resumir lo que se verá a continuación, o quizá una interpretación de esas imágenes.

My Beautiful… es una película singular que cuenta en noventa minutos el desmoronamiento físico y la recuperación –en plan pesadilla lyncheana– de una de sus directoras, Lotje, una inglesa de 34 años, productora de documentales, luego de sufrir una hemorragia cerebral, de esas que suelen matar de forma fulminante. Ella sobrevivió pero su vida quedó en una extraña pausa. Miraba una cosa, sabía qué era, pero no podía comunicarlo. No podía juntar las letras. Perdió todas las habilidades anteriormente adquiridas y tuvo que aprender como una nena. O aún más duro. Como una nena que tiene la lejana reminiscencia de que alguna vez había sido una mujer que se manejaba con soltura y gracia por el mundo. Mientras su cerebro estallaba y ella aún tenía conciencia de que algo andaba muy mal con su cuerpo, pudo haber llamado a un amigo, a un pariente o a una emergencia médica. Hizo otra cosa. Peculiar e imprevisible: usó el resto de sus fuerzas para vestirse e ir hacia un hotel cercano al que llegó ya casi sin poder hablar. Eligió un lugar de paso para pedir auxilio o para morirse. Desconocidos se ocuparon de su cuerpo maltrecho que terminó en un hospital. Allí le hicieron una cirugía de alto riesgo para descomprimir su cerebro estallado. Queda claro que Lotje, antes del ataque que le cambió la vida, ya era una mujer particular.

El núcleo inspirador de la película lo comienza a realizar ella misma, sola, con un iphone a los pocos días del ataque, apenas sale de un coma inducido.

No bien recuperó la conciencia o mejor apenas despertó de la operación, entró en pánico: no recordaba cómo hablar, cómo abrocharse la camisa, cómo usar el teléfono. Había olvidado el funcionamiento de las cosas más básicas y de las más complejas. Sin embargo una fuerza voraz habitaba en alguna parte de su cerebro dañado. Pidió que le enseñaran cómo usar su iphone y con él empezó a grabar lo que le sucedía: los balbuceos, las torpezas, los olvidos. Se grababa, quizá, para recordarse, para no sentirse tan sola en esa pesadilla a la que había despertado. Las primeras imágenes de ese registro muestran la torpeza de una principiante. La toma es vertical, se ve a una chica con una capucha negra levantando el pulgar derecho en señal de triunfo. La voz de Lotje arma una frase breve que necesita reafirmar con el registro del video. Se escucha “estoy viva”. Y parece que desde ahí, desde esa afirmación que no tiene ninguna obviedad, todo es posible. Son las palabras de una mujer que no va a rendirse ante su propio estupor y mucho menos ante su nuevo modo de estar en el mundo. Hay algo salvaje e intrépido en esas primeras tomas y en sus afirmaciones. No hay queja ni autocompasión. Todo tiene el tempo de una road movie vertiginosa que se expande sobre un cuerpo que sabe que está fallado o mejor, un cuerpo que ahora es otro. Hubo centenares de horas de grabación y meses de cuidadosa edición. Pasó así.

A los pocos días de empezar a grabarse con el teléfono con un destino más o menos incierto, Lotje pide que manden a llamar a una documentalista, a una en particular. Por supuesto no recuerda el nombre. Hace señas, dibujos, describe lo que recuerda de ella hasta que luego de mucho batallar, por fin logra darse a entender y puede hacer que contacten a quien buscaba. Se trata de Sophie Robertson, una prestigiosa y premiada documentalista, con larga trayectoria en la BBC y famosa por la potencia de sus películas, entre otras un documental sobre Victoria Beckham.

COMO UNA DE LYNCH

Con Sophie se comunicó Radar via Skype. También hubo intercambio de mails. Nos contó la génesis y el derrotero sorprendente de My Beautiful...: desde los registros con el iphone, pasando por una campaña de crowfunding en la plataforma Kickstarter, la decisión de usar efectos especiales para reconstruir creativamente el estado de confusión de Lotje, el atrevimiento de hablar con Lynch, la sorpresa de recibir su apoyo y el final privilegiado: la película lanzada por Netflix.

“Apenas me había cruzado una vez con Lotje en una reunión de trabajo –cuenta ahora a Radar Sophie Robertson–. De modo que realmente la conocí cuando la vi apenas salió del hospital. A pesar de que le costaba darse a entender, noté que era una persona de una inteligencia inusual y muy determinada. Parecía muy frágil pero en su determinación yo pude ver su fuerza. Ese mismo día grabé la primera entrevista y tomé la decisión de hacer junto a ella el documental, que en ese momento ninguna de las dos sabía que rumbo tendría. Yo le hice caso a mi instinto y me alegro de haberlo hecho”.

 

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