Editorial IntraMed | 16 ENE 14

Permiso para Morir

¿Cómo morimos en una sociedad que profesa una negación maníaca de la muerte? ¿Es posible morir con dignidad en la era de la tecnomedicina? Relatos sobre "muerte digna", historias reales convertidas en literatura por algunos de los mejores narradores argentinos.
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Sobre este libro

Hemos seleccionado dos relatos que son parte de Permiso para morir, dos historias en representación del libro, para que puedan descargar en forma libre aquellos que deseen tener un primer acercamiento con esta obra:

La agonía de Marcelo D.
Un relato de Esther Cross

La ciudad amaneció con pintadas frente a la clínica, en la avenida Olascoaga y otras calles del centro. No se sabe quiénes fueron porque lo hicieron de noche, sin que los vieran. Escribieron las paredes de los edificios, los garajes, los portones, una y otra vez, con dos o tres frases y sus sórdidas variantes. La repetición, como efecto, las multiplica, aunque en rigor no son tantas.

Dicen: A Marcelo lo mata la medicina, lo mata el Estado. Dicen: Muerte indigna. Y como lema de obsesión, con más frecuencia dicen: Marcelo vive.

Al principio, suena familiar, esa es la trampa, porque imita la fórmula de siempre para invocar líderes muertos. Evita vive, Perón vive, el Che vive, por ejemplo. Pero estas pintadas desafinan enseguida. Hay algo raro, algo que choca y está mal, porque el Marcelo que nombran no tendría que ser una figura pública y no está muerto.

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Cama 460
(Una médica, sola, la noche en que descubrió la dignidad y la muerte)

“El pájaro caído no se puede tocar el ala herida, pero algo que no es él mismo se la toca”, Roberto Juarroz

Florencia siempre ha sido alta, con una voz contundente y convicciones firmes. En el colegio de hermanas aprendió que a veces su figura resultaba intimidante aunque no fuera esa su intención. Era una alumna aplicada, una misionera sensible y una amiga leal. Anduvo arropada por una familia amorosa y una moral estricta hasta que la vida le fue limando las culpas y abriendo las puertas. Casi sin darse cuenta se encontró un día siendo médica, que era una de las cosas que más quería en la vida. Ingresó a la residencia con veinticinco años en un hospital público con el propósito de entrenarse en Terapia Intensiva. Su primer año lo pasó en una sala de Clínica Médica para completar el ciclo introductorio. Se levantaba muy temprano; su mamá le llevaba una taza de café con leche a la cama como cuando era una nena. Ella la bebía con los ojos cerrados y el cuerpo en estado de gracia. Tomaba el colectivo cuando el sol recién se asomaba sobre la avenida. Era de las primeras en llegar al hospital. Trabajaba con ese ritmo intenso y desalmado con que la medicina recibe a los novatos. Sabía que era necesario pasar por esa etapa, más como un rito de iniciación que como un programa de aprendizaje.

Descargue el relato completo de forma libre y gratuita:

 
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