Autobiografía de Rita Levy de Montalcini | 20 AGO 13

Elogio de la imperfección

La neurocientífica italiana que ganó el premio Nobel sin perder la humildad ni sensatez. Su historia de vida y un video con una entrevista de la televisión española.

SINOPSIS

Apasionado balance de una trayectoria profesional y vital coronada con el Premio Nobel de Medicina, Elogio de la impeseno de una familia judía, Levi-Montalcini vivió su infancia en Turín mientras se rfección narra una odisea, la protagonizada por Rita Levi-Montalcini a lo largo de un siglo. Nacida en el libraba la primera guerra mundial. Pese a la oposición paterna, se matriculó en medicina para doctorarse posteriormente en neurocirugía. Ayudante del eminente histólogo Giuseppe Levi (el padre de Natalia Ginzburg), montó un laboratorio en su propia casa cuando las leyes raciales de la Italia fascista le impidieron proseguir sus investigaciones. Tras la segunda guerra mundial, desarrolló su carrera científica en Estados Unidos, y el descubrimiento del factor de crecimiento nervioso (NGF) le valió en 1986 el Premio Nobel de Medicina.

Junio 2013 / Fábula F 365 / ISBN: 978-84-8383-487-9 / 304 pág.

Fragmento del libro

RITA LEVI-MONTALCINI (Turín, 1909) se doctoró en medicina por la Universidad de Turín. En 1938 la promulgación de las leyes raciales le impiden seguir sus investigaciones sobre el sistema nervioso, que prosigue primero en Bélgica y, desde 1940, de nuevo en Turín. En 1947 continuó sus estudios en universidades estadounidenses, y en 1952 en la Universidad de Rio de Janeiro. En diciembre de ese mismo año, tales estudios le abrieron la posibilidad de identificar el factor de crecimiento nervioso (Nerve Growth Factor, NGF), descubrimiento que le valdrá, junto a Stanley Cohen, el Nobel de Medicina. Ocupa importantes cargos académicos y es senadora vitalicia en la República italiana. Es autora de ensayos de interés científico y social, ha creado una fundación de ayuda a las jóvenes africanas, y es fundadora y presidenta del Istituto Europeo per la Ricerca sul Cervello (EBRI). En 2008 fue investida doctora honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid.

El valor de lo imperfecto

JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ RON 
 
Al igual que hay inicios de obras que se enquistan en la memoria colectiva e histórica ("Érase una vez", "En un lugar de La Mancha"), existen títulos que nos enamoran y que nos hacen desear leer el texto que encabezan. Para mí, uno de éstos es Elogio de la imperfección. No es porque yo mismo sea imperfecto y desee, tal vez, justificarme, sino porque creo que la imperfección constituye un motor indispensable para aspirar si no a la perfección sí a mejorar continuamente.

La neurobióloga italiana Rita Levi-Montalcini explica con claridad las ventajas de la imperfección, a la que rinde tributo a través de su autobiografía. Una imperfección que según ella también es conveniente desde el punto de vista evolutivo: "El progresivo aumento del cerebro y el espectacular desarrollo de las capacidades intelectuales de nuestra especie son producto de una evolución inarmónica que ha originado infinidad de complejos psíquicos y de comportamientos aberrantes. No es el caso de compañeros de viaje nuestros como los primates antropomorfos o los insectos, infinitamente más numerosos, que nos precedieron cientos de millones de años y probablemente nos sobrevivirán: los que hoy pueblan la superficie del planeta no son sustancialmente distintos de sus antepasados de hace seiscientos millones de años. Desde la aparición del primer ejemplar, su minúsculo cerebro se reveló tan apto para adaptarse al ambiente y enfrentarse a los predadores que pudo quedar fuera de juego caprichoso de las mutaciones: su fijeza evolutiva se debe a la perfección del modelo primordial". "Fijeza evolutiva" como incapacidad de cambiar y de hacer cambiar -para bien o, cierto es, para mal- el mundo.

Probablemente sean los científicos los más conscientes del valor de la imperfección, porque ¿qué es la ciencia sino mejorar continuamente explicaciones imperfectas de la naturaleza? En el pasado no faltaron científicos que pensaron que ya se había logrado la perfección. "Una inteligencia que en un momento determinado conociera todas las fuerzas que animan a la naturaleza, así como la situación respectiva de los seres que la componen", escribió Laplace en su Ensayo filosófico de las probabilidades (1814) pensando en el poder -para él absoluto- de la física newtoniana, "si además fuera lo suficientemente amplia como para someter a análisis tales datos, podría abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del átomo más ligero; nada le resultaría incierto y tanto el futuro como el pasado estarían presentes ante sus ojos". Y ochenta años más tarde (1894), el físico estadounidense Albert Abraham Michelson, premio Nobel de Física en 1907, sostenía que parecía "probable que la mayoría de los grandes principios básicos hayan sido ya firmemente establecidos y que haya que buscar los futuros avances sobre todo aplicando de manera rigurosa estos principios.

 

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