Por el Dr. Leonardo Strejilevich | 08 JUL 13

Política educativa en el área de la salud en la Argentina del siglo XXI

La Argentina exhibe una de las mayores proporciones de médicos por habitante del mundo.
Autor/a: Dr. Leonardo Strejilevich 
INDICE:  1.  | 2. 

Bajo el título “Política Educativa en el área de la salud en la Argentina del siglo XXI” queremos aportar diversas miradas acerca del acontecer de la formación de recursos humanos para la salud en nuestro país y motivar opiniones reflexivas y críticas acerca de los numerosos problemas que potencialmente encierran iniciativas en este sentido a partir de las instituciones de educación terciaria y superior en ciencias de la salud.

No hay ninguna duda acerca de la veracidad de que la Argentina exhibe una de las mayores proporciones de médicos por habitante del mundo. De acuerdo con el estándard de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), las únicas provincias argentinas con déficit de profesionales médicos son Formosa y Tierra del Fuego. En 1998 teníamos 108.000 médicos, un 22,5% más que en 1992.

El promedio anual de egresados entre 1986 y 1996 fue de 12.000 médicos en un país 10 veces menos poblado que los Estados Unidos, donde se forman 16.000 profesionales por año. Frente a los números considerados mundialmente como óptimos (750 a 1000 habitantes por médico), en ciudades como La Plata alcanza a menos de 100 habitantes por médico.

Más grave aún es la formación inadecuada de los egresados, como consecuencia inevitable de la superpoblación universitaria, a la que se agrega un cuerpo docente desmotivado por razones económicas y carencias de medios de enseñanza, y seleccionado en muchos casos con criterios que poco tienen que ver con su capacidad para la docencia.

Con respecto al excesivo número de estudiantes –como surge de los datos aportados por las facultades estatales y privadas que existen en el país- podemos dar como ejemplo que en la ciudad de Ottawa (Canadá) con un millón de habitantes solo ingresan 75 alumnos a la Facultad de Medicina. Calculados para una ciudad como Rosario, por dar un ejemplo, 75 educandos ingresarían cada año a las facultades locales. Seamos generosos y dupliquemos las cifras para abarcar toda la provincia de Santa Fe: serían 150 alumnos nuevos por año los ingresantes.

En la mayoría de los países desarrollados existe una rigurosa selección de los alumnos que aspiran a entrar en la carrera de Medicina. Esta selección comienza en la escuela secundaria, ya que es muy difícil que alumnos con un promedio inferior al 80% puedan ingresar a una carrera de ciencias. El segundo filtro consiste en una licenciatura de Ciencias que dura 3 o 4 años. Aquel postulante que no obtenga un promedio del 90% en esta licenciatura no podrá ingresar en Medicina.

Los candidatos que superen estas barreras deberán aprobar la evaluación de un comité universitario. Finalmente, quienes reúnan un determinado puntaje son sometidos a una entrevista personal con el comité. Es pertinente aclarar que hay un número fijo de plazas porque el Departamento de Colegios y Universidades y el Colegio Médico de cada provincia determina las necesidades en términos del número de médicos existente. Lo mismo ocurrirá cuando el estudiante llegue al nivel del Residente.

En Argentina, en cambio, la superpoblación estudiantil genera costos muy altos, despilfarros de recursos y facilita, generalmente por motivos políticos y de demagogia, el mantenimiento de una burocracia administrativa, de una pléyade de tecnócratas y gastos en consecuencia innecesarios.

La formación inadecuada al egreso encuentra un serio escollo adicional en la formación de post-grado. Sólo el 30% de los graduados argentinos pueden acceder a las Residencias Médicas, único método apto que permite la transición del egresado al médico general o al especializado.

La mayoría de nuestros jóvenes profesionales, víctimas de un ineficiente sistema autoperpetuado, deberá lanzarse al ruedo como pueda y con grandes limitaciones de formación, con los consecuentes riesgos para los pacientes. Es muy perverso permitir el ingreso a las facultades de Medicina de un número excesivo de alumnos que una vez egresados se encontrarán invariablemente imposibilitados de desarrollarse humana y técnicamente.

Esta realidad está reflejando la elección académica errónea de muchos de nuestros jóvenes que no podrán insertarse en el mundo laboral y económico de la Argentina.

No se está pensando, por ejemplo, que gran parte del peso económico de nuestra canasta exportadora está determinada por la producción de agroalimentos y que se necesitan más técnicos e ingenieros agrónomos para optimizar la producción con genética sana, calidad y alto rinde con protección del medio ambiente, utilizar cada vez mejores máquinas eficientes, comercializar la producción en las mejores condiciones posibles. Por suerte, aumentó la cantidad de alumnos estudiando carreras agropecurias (en 1999 cursaron 23.000 alumnos y más de 37.000 en 2010 – crecimiento del 60% o 5,54% anual promedio-).

El Ministerio de Educación de la Nación relevó en el año 2010 la cantidad de 37.309 estudiantes de ciencias agropecuarias y 208.937 estudiantes de derecho; ese mismo año se volcaron al mercado laboral 1.695 nuevos profesionales agrónomos y 14.034 abogados. Las ciencias sociales, la psicología, las ciencias de la comunicación y ahora las ciencias políticas son especialmente atractivas para los jóvenes de la Argentina pero no tienen el potencial laboral de otras disciplinas.

Los egresados de los colegios secundarios parecen no tener interés en la forestación de la tierra, la tecnología de alimentos, la biotecnología, la bioquímica, la ingeniería química, la agronomía, la medicina veterinaria, que en la Argentina tienen y tendrán un potencial brillante. Hay que definir con urgencia desde la política que perfil queremos para nuestro país en los próximos veinte años y más y alentar, promover, sostener desde el sector público y el privado el estudio y la capacitación en otras áreas del conocimiento que no sean las tradicionales “profesiones liberales”.

Estamos, entre otras cosas, inmersos en una economía global basada en el conocimiento, en la que la ciencia y la ingeniería determinan cada vez más la riqueza de las naciones.

Muchos científicos latinoamericanos, individualmente, sobresalen en las principales universidades del mundo pero pocos en nuestro país. Estamos aún muy lejos para formar parte de la vanguardia científica mundial.

Hay que  llamar a invertir más y mejor en la investigación científica que más le convenga a nuestro país.

Esta es la realidad y debemos acordar que deben egresar de nuestras Escuelas médicas profesionales competentes desde los puntos de vista teórico y práctico. Pero esto exige que previamente el Estado determine, a través de una cuidada planificación, cuáles son las reales necesidades de médicos y qué tipo de médicos el país necesita. En la actualidad se estima que sólo un 20-25% son médicos generales y un 75-80% son especialistas, cuando debería ser a la inversa.

En casi todos los países hay sistemas de regulación. En México, el Gobierno establece cuántos médicos se deben formar, cuántos especialistas, cuántas Escuelas de Medicina se deben habilitar. En los Estados Unidos se manejan con parámetros diferentes, relacionados indirectamente con el estándard, pero el tema de los recursos es fundamental: si los recursos no son suficientes, se autoriza a la Escuela a tener un número determinado de alumnos. En Holanda es el Estado quien financia a la Universidad, y por lo tanto, es el Ministerio de Salud quien determina cuántos alumnos deben ingresar a la Carrera de Medicina.

Los médicos son – junto a los enfermos – actores principales de todo sistema de salud. Por su individualismo y por la sobreoferta es que carecen de poder de decisión. Los administradores y tecnócratas pueden organizar la burocracia médica, pero en la mayoría de los casos son teóricos de escritorio aunque usufructúan del sistema. Los economistas podrán asesorar sobre la factibilidad económica de un proyecto o sobre sus mecanismos rentables.

Pero la calidad de la asistencia depende de los médicos, de su capacidad y conocimientos, de su voluntad de hacer, de sus condiciones éticas y de los medios que se le proporcionen. Es una cadena de eslabones sin espacio para la irresponsabilidad, la ligereza, la ignorancia o la ceguera conceptual. El rol de las organizaciones médicas deberá ser asumido en su integridad.

Los temas de la superpoblación universitaria en Medicina, el exceso de médicos, o las deficiencias formativas de pre y postgrado no parecen interesar a la Argentina de hoy, a los responsables de la educación universitaria, a los responsables de las asociaciones profesionales.

Los problemas de seguridad, desempleo, la memoria del tiempo pasado, han sido y son motivos casi excluyentes de análisis, cuestionamientos y críticas. No ocurre lo mismo con los temas vinculados a la salud. Tal vez sea algo que no se discute porque muchos temen ser considerados como impopulares o enemigos del pueblo. Recordemos  lo que le ocurrió a René Favaloro cuando alguna vez sugirió el cierre transitorio de los centros universitarios de formación médica y al exministro de Salud Pública de la Nación Ginés González García cuando dijo que la Argentina no necesita más médicos sino mejores médicos.

Se debe recordar que el derecho de uno termina cuando empieza el derecho de los otros, y que el derecho individual debe coexistir armónicamente con el derecho selectivo de la sociedad. Esto se ha olvidado en nuestro país, como también se ha olvidado el respeto a la opinión ajena (Dr. Juan Carlos Linares Casas. Ex Presidente Federación Argentina de Cardiología).

Hay mala distribución de médicos en Argentina. La cantidad de médicos es excesiva y su distribución es peor  ya que la mayor parte de los 200 mil profesionales de la salud que hay en el país está concentrada en grandes metrópolis, mientras que en el interior hay escasez de facultativos. La Argentina es el segundo país con más médicos por habitante, detrás de Italia, al contar con un médico cada 200 personas. Pero mientras en la Capital ejerce un médico cada 30 habitantes, la provincia de Chaco tiene apenas uno cada 1.000 personas, y además con una situación epidemiológica más complicada. Pese a la abundancia de profesionales en muchos centros asistenciales porteños y bonaerenses puede llevar varios meses de espera obtener un turno con un especialista.

La Argentina –con 40.117.096 habitantes según el Censo 2010– es el segundo país, como dijimos, con más médicos por habitante, detrás de Italia, cuya proporción es un médico cada 200 personas. La distribución despareja en favor de los conglomerados urbanos también se advierte en materia de tecnología de avanzada.

Se observa, asimismo, un proceso de feminización profesional: datos del último censo (2001) ya indicaban que los varones eran el 61 por ciento del total de los médicos del país, pero, analizado por edad, estos porcentajes varían de manera rotunda: entre los profesionales mayores de 65 años, el 80 por ciento eran hombres, y entre los de 20 a 29 años el 59 por ciento mujeres.

Desde entonces, la incorporación de la mujer continuó aumentando. Hoy, más del 80 por ciento de los estudiantes de medicina son mujeres, que predominan en pediatría, dermatología o tocoginecología, y se desempeñan cada vez más en especialidades tradicionalmente masculinas como la cirugía o la traumatología.

 

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