Colin Blakemore, profesor de neurobiología en la Universidad de Oxford | 07 AGO 12

¿Qué es la neuroética?

“La neuroética es tan importante porque el cerebro es el responsable de la consciencia”

Colin Blakemore es provocativo, lo sabe y le gusta. En los ‘60 dijo que el cerebro de los mamíferos era “plástico”, cuando aún nadie había empleado ese término. El dominical británico The Observer lo coronó como uno de los científicos más poderosos de Reino Unido, donde durante años organizaciones animalistas le amenazaron por sus experimentos. Blakemore ha hablado con SINC sobre los dilemas éticos de la investigación científica.

Colin Blakemore. Imagen: SINC
Núria Jar

¿Cómo se le ocurrió decir que el cerebro era “plástico” cuando todavía nadie había hablado de plasticidad cerebral?

Creo que fui la primera persona que sugirió que la plasticidad del cerebro podía ser un mecanismo adaptativo para adquirir información del mundo exterior. El cerebro no solo depende de los genes, también cambia en función de la información que recibe, como cuando aprendes a tocar un instrumento. La idea es muy simple pero nadie había pensado en ella.

¿Tenía certeza científica o era pura intuición?

A partir de la década de los ‘60 se empezaron a publicar las primeras evidencias. Por ejemplo, recuerdo el caso de un paciente con epilepsia. Los médicos lo operaron para extirparle la parte de lóbulo temporal que le causaba la enfermedad, pero la intervención le provocó amnesia. Entonces, empezamos a pensar que debía de haber relación entre la anatomía del hipocampo y la memoria.


“El tamaño del cerebro te da versatilidad, flexibilidad y la capacidad de dirigir la maquinaria de tu inteligencia”
 
¿Cómo le miraron sus colegas?

Al principio no se lo tomaron muy bien porque contradecía la idea de que todo estaba preestablecido genéticamente. Sobre todo Hubel y Wiesel [premios Nobel de Medicina en 1981 por sus trabajos sobre el sistema visual]. Ahora ya somos amigos [ríe].

Como Hubel y Wiesel, usted también ha centrado gran parte de su investigación en la visión.

Fui a Berkeley, California, a doctorarme en el mismo tipo de trabajo que hacían ellos. Creo que, por aquel entonces, el nuestro era el tercer laboratorio del mundo que registraba la actividad de la corteza visual en gatos. Me interesaba la combinación de información a nivel neuronal entre los dos ojos. Cuando combinas las dos imágenes puedes ver el mundo en tres dimensiones y percibir las distancias. Es imposible hilar una aguja con un ojo tapado.

En sus experimentos cosía los párpados de gatos recién nacidos para estudiar el  desarrollo de la corteza visual…

Sí, así es. Encontramos grandes diferencias entre los gatos a los que les cerrábamos un ojo y los que no. La privación de la visión en un ojo desconectaba el área cerebral asociada en cuestión de horas. Nuestros resultados han tenido beneficios sobre el 3% de la población, que padece ambliopía, lo que se conoce popularmente como ‘ojo vago’.

No pensaron lo mismo las organizaciones inglesas que luchan por los derechos de los animales.

Estos activistas se posicionaron en contra de mi trabajo 10 años después de mis experimentos. Yo ya era conocido, trabajaba en Oxford (Reino Unido), y les fue fácil construir una historia sensacionalista. Lo que me hizo luchar contra ellos fue que dijeran que mi trabajo era totalmente inútil. Creo que al final gané la batalla, pero durante más de 15 años mi familia y yo vivimos un auténtico calvario.

 

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