Tendencias en sexualidad | 22 JUN 08

Esta noche NO (y mañana tampoco)

Estrés, falta de tiempo, Internet, banalización de la intimidad.... Por qué a los argentinos les interesa cada vez menos el sexo.

Woody Allen tiene dos obsesiones: el psicoanálisis y el sexo. En el film Annie Hall, Alvy Singer (Allen) y su esposa, Annie

Hall (Diane Keaton), acuden al sexólogo en un intento por resolver sus problemas entre las sábanas. “¿Con qué frecuencia tienen relaciones sexuales?”, pregunta el especialista. Annie Hall responde: “Ufff... ¡Una barbaridad! Tres veces por semana”. Su marido la mira y contesta: “Casi nunca... tres veces por semana”.

¿Es poco? ¿Demasiado? Quién sabe; todo depende del cristal con que se lo mire.

Lo cierto es que el sexo es un tema que ocupa, y a veces preocupa. ¿Qué espacio tiene la sexualidad en la vida de los argentinos? “Se percibe que hay menos interés sexual –sostiene Ana Delgado, psicóloga y psicoanalista, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina, docente de la Universidad del Salvador–. En estos tiempos se da una situación paradójica: por un lado, desde los medios aparece la incitación compulsiva a la sexualidad, en publicidades y programas de televisión. Se vislumbra como una neoliberación de las costumbres. Y, por el otro, está la falta de deseo y de la práctica amatoria.” La hipótesis de Delgado parece confirmar el viejo refrán Dime de qué alardeas y te diré de qué careces. “Podría decirse que el sexo tan expuesto, tan poco prohibido, produce desinterés. Se pierde el misterio que envuelve a la sexualidad. La prohibición es la que genera deseo. El deseo se nutre de la prohibición”, sintetiza Delgado.

En una nota publicada en la revista Psychologies, el psicoanalista francés Jean-Michel Hirt refuerza la presunción de Delgado: “Debido a la liberalización de las costumbres, los discursos sobre el sexo se banalizaron, se mediatizaron”. De acuerdo con este especialista, las fantasías tan al alcance de la mano sólo provocarían la muerte de las fantasías.

En la Argentina no existen estadísticas sobre el tema, pero a los consultorios sexológicos llega cada vez más gente. “En los últimos años, las consultas sobre la falta de deseo han aumentado exponencialmente. Hoy, dos de cada tres pacientes vienen por esa cuestión”, dice Juan Carlos Kusnetzoff, sexólogo, director del Programa de Sexología Clínica del Hospital de Clínicas José de San Martín. En 2006, a través de ese programa se atendieron 1033 pacientes: el 45 por ciento, varones de entre 17 y 25 años, consultó por eyaculación precoz; el 15 corresponde a parejas no consumadas (de entre tres meses y veinte años de convivencia) y el 40 por ciento, por disfunciones eréctiles y falta de interés sexual. “A mi consultorio, sin embargo, acuden más mujeres que hombres con esa problemática”, comenta Kusnetzoff.

El origen. ¿Dónde empieza el sexo? “En la cabeza, nuestro más poderoso órgano sexual –desmitifica Diana Resnicoff, sexóloga clínica, psicóloga, vicepresidenta de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana–. Es en la cabeza donde se generan los pensamientos y se procesan las imágenes y sensaciones que encienden o no el deseo sexual, que es el que pone en funcionamiento todo el resto: las fantasías, la predisposición, las ganas de entrar en clima. Se trata de un estado de motivación que impulsa tanto a hombres como a mujeres a iniciar y a responder a la estimulación erótica.” Si la mente no se enciende, entonces se apaga toda posibilidad de un encuentro íntimo con la pareja.

Pero la incitación desde la televisión y las revistas a una sexualidad compulsiva no es la única razón por la cual los argentinos estarían perdiendo las ganas de hacer el amor. “No hay disponibilidad de tiempo y sí demasiado trabajo, se come mal, se duerme poco, hay una constante inestabilidad socioeconómica, problemas cotidianos... Todas estas cuestiones van en detrimento de la sexualidad –enumera Adrián Sapetti, psiquiatra, sexólogo clínico, presidente de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana–. La Argentina es un país sin calma, y los varones, ante las crisis sociales y vitales, sienten que fracasan como hombres.”

Para Sapetti, “el dinero hoy es el mayor afrodisíaco. El sexo se libidiniza en cuestiones materiales: importa más tener un buen auto, una buena casa, que una vida sexual plena”. Y asegura que la falta de deseo es un problema que suele tener más incidencia en las grandes ciudades, donde se corre tras los bienes materiales y donde el estrés está a la orden del día. Más estrés, menos libido.

“En la semana, ni pensarlo”

Susana, de 44 años, ejecutiva de una empresa multinacional y madre de una adolescente, está casada con Ricardo desde hace 17 años. Trabaja de 9 a 19, a veces se lleva trabajo a su casa los fines de semana, estudia inglés y hace cursos de capacitación. Todas las noches prepara la comida y comparte la cena con su familia. Invariablemente, se queda dormida en el sillón mientras mira un poco de televisión. “Estoy agotada, estamos agotados. En la semana, ni pensarlo. Sólo hacemos el amor el sábado o el domingo, siempre y cuando no ocurra nada que nos quite las ganas. Se vive muy mal; no sólo es cansancio físico: la cabeza está ocupada con problemas propios, del país. Si no hay humo por la quema de pastizales, llegan cenizas del Chaitén, los precios se van por las nubes, las cuotas de los colegios también. ¿Cómo podés tener ganas así?”

Todos tenemos problemas, pero los males colectivos de los que habla Susana complican aún más la situación: “La inestabilidad de un país influye mucho en el ánimo de sus habitantes. Si uno enlista todos los problemas que se han vivido aquí en los últimos 15 años, llena páginas y páginas –dice Kusnetzoff–. Este tipo de dificultades atenta contra el deseo. Y lo peor es que no hay pastilla para que vengan las ganas”.

Diversos estudios demuestran que son las mujeres quienes más pierden el deseo sexual. “En general, parecemos más proclives a olvidar el interés erótico en las relaciones de largo tiempo”, explica Resnicoff.

Kusnetzoff concuerda: “Al consultorio llegan más quejas femeninas, sobre todo en los últimos tiempos; los hombres vienen más al hospital”. En el relevamiento del Programa de Sexología Clínica, las mujeres representan sólo el 11 por ciento de las consultas. Aunque la División de Urología del Hospital de Clínicas encuestó a más de 2500 mayores de 50 años y concluyó que el 50 por ciento refería alteraciones en la libido. “La falta de deseo en los varones está aumentando”, asegura el doctor Carlos Nolazco, uno de los autores del estudio. Así también lo interpreta Adrián Sapetti: “Para mí, el hombre perdió más el deseo. Históricamente, era la mujer la que tenía esas dificultades, la que decía que le «dolía la cabeza» con frecuencia. El cambio puede tener que ver con una mujer más activa, que le hace frente al varón, que lo apura”. Sapetti recuerda un paciente que le comentó su falta de interés sexual, y al final de la entrevista agregó: “Encima, ella gana más que yo”.

Sexo en números

Los profesionales afirman que una de las preguntas más frecuentes en el consultorio se refiere a la frecuencia en las relaciones. “Muchas parejas quieren saber cuánto es lo normal. Pero no existe la «normalidad»; eso depende de cada individuo”, dice Resnicoff. La sexóloga explica que a lo largo del ciclo vital la libido humana sigue un modelo específico para cada género. “Los hombres jóvenes, sobre todo los adolescentes, poseen –en comparación con las mujeres y los hombres mayores de 50– un impulso sexual intenso y una frecuencia elevada”, puntualiza la sexóloga. Y aclara que la libido femenina a cualquier edad y la de los hombres que rondan la quinta década es menos urgente, pero, “no existiendo enfermedad, debería permanecer lo suficientemente vigorosa como para permitir que respondieran a la estimulación sexual hasta una edad bien avanzada”.

Silvana tiene 34 años y está casada con Pablo, de 38. Los dos son abogados; todas las mañanas recorren los pasillos de Tribunales y por la tarde trabajan en distintos bufetes. Hace siete años que pasaron por el Registro Civil y dos que las obligaciones suben por el ascensor y el deseo baja por la escalera. “A veces pa
 

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