Escepticemia | 14 ABR 08

Ciencia amatoria

La ciencia y el amor.


Por Gonzalo Casino 

La ciencia se ha subido al tren del amor. No en el vagón rosa de los consultorios y los líos de famosos, faltaría más, sino en otro próximo en el que se trata de explicar en clave científica algo tan polimorfo como el amor. Como el tema atrae, últimamente menudean los artículos, las conferencias y los libros sobre el amor a cargo de personajes con diferentes credenciales científicas. De las aproximaciones de corte antropológico, como las de Marvin Harris o las de Helen Fisher en su Anatomía del amor, se ha pasado a un escenario en el que se pretende entender el amor a partir de la neurociencia. La propuesta es sin duda sugerente, pero quien haya leído algo sobre el asunto se habrá percatado de que, por más que se trufe el discurso de neurotransmisores, estamos más o menos donde estábamos con la literatura, el cine o la vida misma.
 
Aparentemente la ciencia tiene mucho que decir sobre el amor. Con las herramientas de visualización del cerebro en acción, es posible observar, por ejemplo, qué zonas cerebrales están más o menos activas cuando una persona dice estar enamorada. Por otra parte, se tiene una cierta idea de los neurotransmisores implicados y de otros cambios cerebrales. Digamos que es posible explicar grosso modo en términos bioquímicos el impulso sexual, el desamor y otros fenómenos asociados a eso que llamamos amor. A esto hay que añadir las aportaciones de una pléyade de estudios sobre el apetito sexual y el instinto maternal en los animales, el papel de ciertas hormonas como la oxitocina o las diferencias neurobiológicas entre los dos sexos, además de abundantes estudios psicológicos sobre los factores que influyen en la elección de pareja y otros asuntos de los que se ocupan ciertas revistas y no tienen una sólida base científica. Pero a la postre lo que la ciencia puede decir sobre el amor se resume en cuatro palabras: es una “adicción a una persona”. Esta explicación prosaica puede defraudar a muchos, pero todavía suelen ser más decepcionantes las explicaciones poéticas que nos hablan de “tormentas bioquímicas” y no son sino literatura amatoria barata. A veces da la impresión de que este tipo de divulgación del amor se limita a decir con palabras científicas lo que todo el mundo sabe y la ciencia no alcanza a explicar.
 
Entonces, ¿por qué quiere la gente explicaciones científicas sobre el amor? Está claro que para muchos la ciencia es ahora la máxima autoridad y que lo que se diga desde el púlpito de la ciencia va a misa. El problema es que en el amor caben muy diferentes emociones y fenómenos, desde el deseo sexual al sentimiento maternal, desde la pasión cegadora al encariñamiento, desde la unión homosexual a los tabúes culturales. El amor es un concepto tan grueso y poliédrico, con tantas connotaciones sociales, que su almendra biológica aparece recubierta por un envoltorio cultural de un enorme espesor. Por eso la ciencia haría bien en no tratar de abordarlo entero sino por partes bien definidas. Aunque nada más fuera por amor a la ciencia.

 

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