Nuevos problemas en orientación vocacional | 02 AGO 07

“Nada me gusta mucho...”

A diferencia de los jóvenes que, hace unos años, requerían orientación vocacional “por dudas o conflictos entre carreras”, hoy –según la autora de esta nota– suelen presentar “estados de apatía, resultado de una gran desconexión emocional”.

Por Claudia Messing *

Cada vez más adolescentes, al consultar por orientación vocacional, manifiestan que desean seguir estudiando pero, en realidad, no logran interesarse o sentirse atraídos en forma consistente hacia ninguna carrera o campo ocupacional. Nada los convence ni los seduce suficientemente. Por más técnicas activas, gráficas, lúdicas y psicodramáticas o tests de intereses y aptitudes que se apliquen, no logran descubrir en sí mismos ninguna área del hacer o del saber que les resulte verdaderamente atractiva, y, si la encuentran, no pueden luego sostener sus objetivos.

Se percibe que no están en condiciones de elegir con convicción porque falla en ellos algo más básico, más determinante, previo a la tarea de elegir: falla algo en el orden del deseo; no pueden interesarse profundamente por nada, porque están emocionalmente desconectados, apáticos, desmotivados. No pueden encontrar imágenes ocupacionales agradables ni lugares para informarse y visitar, ni elementos con los cuales identificarse. Muchos van de carrera en carrera pensando que todavía no encontraron su verdadera vocación, sin percibir que el problema es otro.

Horacio Romero González (“Interrogantes, encrucijadas y nuevos paradigmas en el campo de la orientación vocacional”, ponencia en el II Congreso Informático de Psicopedagogía y Orientación Vocacional, 2003), confirma, a partir de una investigación efectuada en la Universidad Nacional de Río Cuarto, la presencia de estas nuevas sintomatologías vocacionales: “Hemos corroborado la marcada apatía y falta de interés de muchos de nuestros ingresantes, que se sienten desorientados en relación con la construcción de un futuro para sí mismos. No tienen convicciones propias, no poseen motivaciones fuertes que vayan más allá de lo inmediato y carecen de una cosmovisión personal”.

Otros jóvenes, en el trabajo de orientación vocacional, identifican con relativa facilidad un campo propio de intereses, pero les cuesta tomar una decisión porque no logran motivarse o entusiasmarse. Muchos estudiantes –a menudo talentosos– se inscriben en carreras que coinciden con sus intereses y habilidades, pero rápidamente pierden su entusiasmo, porque carecen de la capacidad para sostener sus intereses y para entregarse a un objetivo que implica una disciplina y un esfuerzo totalmente diferente al que estaban acostumbrados desde la escuela media. Casi el 40 por ciento de 1000 alumnos encuestados por el Centro de Opinión de la Universidad de Belgrano, entre 2003 y 2004, manifiesta “estudiar a desgano la carrera que eligió y piensa que debería haber elegido otra cosa”, aunque la mitad de ellos “no piensa en cambiarla ni abandonarla”. Probablemente perciben que, si cambiaran de carrera, al poco tiempo experimentarían el mismo desgano.

La Orientación Vocacional debería incluir entre sus objetivos la posibilidad de abordar estas nuevas sintomatologías emocionales, que no se reducen a una incorrecta elección de la carrera por falta de información adecuada de sí mismos o de las carreras elegidas: aun mediando buenos procesos de elección vocacional, acordes con sus intereses y facilidades, los jóvenes no pueden sostener sus objetivos, los prolongan en el tiempo, se desmoralizan y terminan abandonando o eternizando sus proyectos. De hecho, la duración real de cursado de las carreras universitarias es, en promedio, un 60 por ciento superior a la prevista.

En otros jóvenes se presentan temores y ansiedades fóbicas paralizantes. A pesar de identificar sus intereses vocacionales, muchos no pueden tomar una decisión, porque la idea de estudiar una carrera les despierta fuertes sensaciones de encierro, agobio o aburrimiento. Sienten un gran temor a quedar atrapados en la carrera elegida, tienen miedo a asfixiarse, a perder su libertad, a que el estudio les impida hacer otras cosas, como estar con los amigos, jugar al fútbol, tocar la guitarra o tener tiempo para no hacer nada. Otros experimentan esas mismas vivencias claustrofóbicas durante el cursado de sus carreras. Muchos continúan con insatisfacción y otros abandonan.

 

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