Un libro, una experiencia | 04 ABR 07

Felicidad en la infelicidad

Ser feliz se ha convertido en un imperativo: ¡Se feliz..! Perfecto, podemos aceptarlo, pero ¿cómo?
Autor/a: Daniel Flichtentrei 

Desde luego siempre existe el recurso a la estupidez, a la ingenuidad, a la negación y tantos otros. Pero ser feliz conservando la lucidez y un mínimo de inteligencia crítica, ¿es eso posible?

Negar la infelicidad podría ser un procedimiento para caer inevitablemente en el mejor de los mundos, pero ¿alguien puede lograrlo?

Odo Marquard, un filósofo alemán contemporáneo, cree que existen mecanismos que –a través de la historia- los hombres hemos empleado para encontrar la felicidad. Los analiza y los evalúa con un lenguaje que no expulsa al lector no profesional, todo lo contrario, su lógica y su argumentación nos llevan de la mano por los senderos del pensamiento sin que ello se convierta en un esfuerzo imposible. La lectura de “Felicidad en la infelicidad” es toda una experiencia. A cada momento  el lector levanta la mirada del libro y conduce las ideas hasta su propia experiencia. Ese movimiento perpetuo entre los conceptos y nuestra propia biografía convierte a este libro en un acontecimiento profundamente personal. ¿Qué otra cosa podría ser la buena lectura?

Tal vez el primer paso sea la aceptación de que nuestra máxima aspiración es la de una felicidad indirecta, una “felicidad en la infelicidad”, una felicidad vicaria y plagada de compensaciones. Estas estrategias compensatorias salvan a la felicidad, así el “yo pienso, yo soy” se convierte en “yo compenso, yo soy”.

Pero se debe aclarar que existe “lo incompensable”, aquella infelicidad para la que no hay compensación posible. Dice Marquard: “no es posible vivir sin compensaciones, pero es dudoso que funcione con compensaciones”.

La construcción de “paraísos” ha sido una estrategia reiterada. Unas veces habitan el pasado y otras el futuro, la historia se ha encargado de seleccionar la ubicación de esa utopía. El reemplazo de la regresión hacia atrás por la regresión hacia delante, el tiempo siempre pone una distancia entre lo que es y lo que deseamos.

Marquard se opone a la “utopización” de la naturaleza como paraíso perdido, a la lamentación incesante que supone esta idea. La naturaleza se decepciona de sus nuevos adoradores. El culto antimoderno proviene de una sobreexigencia utópica que impide la protección racional de la naturaleza.

Suena excéntrico, en un ambiente intelectual que da por sentado que la crítica a la modernidad es autoevidente, que un autor escriba: “...el mundo moderno es el más digno de cuidar, el mundo más digno de proteger entre todos los mundos históricos que hemos podido alcanzar”.

Las modernizaciones -a partir de las ciencias naturales- son “desencantamientos” del mundo. Las ciencias del espíritu contribuyen al re-encatamiento compensatorio narrando historias que sensibilizan y aportan sentido.

Muchas de las disputas modernas, y de las guerras del pasado, fueron controversias entre dos visiones “absolutas”, verdaderas guerras hermenéuticas. Hoy, las diferentes disciplinas, continúan esta metodología, perpetúan el malentendido, incluso cuando declaman pluralidad y vocación de consenso. Finalmente, “igualdad significa que todos podamos ser distintos sin miedo”.

Muchas de las controversias entre disciplinas humanas o sociales y las ciencias más duras proceden la incapacidad –hasta cierto punto estética- de encontrar “bellas” las representaciones del mundo que estas ofrecen. La resistencia no es sólo ideológica, es también res

 

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