Bioética I | 14 FEB 07

El rostro de la muerte propia

La filosofía, la ética y las transformaciones sobre la idea de muerte. Primero de una serie de artículos del último libro de la Dra. Diana Cohen Agrest.
Autor/a: Dra. Diana Cohen Agrest 

La Dra Diana Cohen Agrest es doctora en Filosofía (UBA), especializada en temas de ética. Magister en Bioética por la Monash University de Australia, investigadora de FLACSO. 

 “Señores Jueces, negar la propiedad privada de nuestro propio ser es la más grande de las mentiras culturales. Para una cultura que sacraliza la propiedad privada de las cosas entre ellas la tierra y el agua es una aberración negar la propiedad más privada de todas, nuestra Patria y Reino personal. Nuestro cuerpo, vida y conciencia.
Nuestro Universo”.
Testamento de Ramón Sampedro

Se suele decir que, además de los seres humanos, existen muchas cosas en la naturaleza que parecen responder a cierto principio interno de autodestrucción. En «El Biathanatos», Borges nos recuerda que así lo hacen las abejas que “se dan muerte cuando han contravenido a las leyes de su rey” y según el testimonio más antiguo legado por Luciano, el ave fénix es un pájaro de la India que cuando ha alcanzado una vejez avanzada, muere echándose a las llamas. Un ejemplo ciertamente más doméstico es el de los perros, quienes pueden llegar a suicidarse por diversas razones: se ahogan o rechazan el alimento ya porque han sido echados de la casa, ya porque sienten tristeza o remordimiento. Asimismo, según el testimonio de los lugareños del Noroeste, tras la muerte de su pareja, el cóndor se quita la vida: vuela hasta lo alto, cierra las alas y se deja caer verticalmente. Lo mismo puede pensarse del escorpión quien, en estado de tensión, se clava su propio aguijón. Y hasta del ciclo de las estrellas, que se transforman en gigantes rojas, luego en enanas blancas, devienen agujeros negros hasta que, finalmente, colapsan.

No obstante, los suicidios de animales tal vez no sean sino mitos o hasta proyecciones antropocéntricas; y el suicidio aplicado a los modelos astronómicos parece ser más una metáfora que una descripción científica de la evolución estelar. Aun cuando se admitan estas conductas autodestructivas en el mundo animal (no humano), aun cuando se crea en un místico espíritu del mundo o en cierta conciencia cósmica de una definitiva y última destrucción, lo cierto es que únicamente el hombre parece ser capaz de reflexionar sobre su propia existencia y tomar la decisión de prolongarla o de ponerle un punto final. Parecería entonces que si hay un problema específicamente humano, es el problema de la muerte voluntaria.

Es en la terrible simplicidad de la pregunta que se formula a sí mismo el Hamlet de Shakespeare, es en ese ‘¿Ser o no ser?’ donde uno descubre la posibilidad de decidir por sí mismo el acto –último e irreversible–, que se torna así la condición de cualquier otro acto posible. Su carácter oculto pero ineludible es expresado por Goethe cuando declara que “el suicidio es un acontecimiento que forma parte de la naturaleza humana. Por mucho que se haya hablado o hecho sobre la muerte voluntaria en el pasado, cada persona debe confrontarse con su posibilidad, por sí misma y una vez más, y cada época debe llegar a un acuerdo en sus propios términos”.


La condena

El origen de la condena absoluta de los actos suicidas es tan curioso como insospechado: en la Roma tardía del siglo IV, a las vírgenes cristianas que habían sido violadas por los invasores bárbaros se les solía reprochar que no decidieran terminar voluntariamente con sus vidas. San Agustín respondería a estas acusaciones declarando que la castidad no se reduce a un estado del cuerpo, puesto que es, esencialmente, una condición moral: se la puede perder moralmente sin perderla físicamente. En contrapartida, cuando una mujer pierde en su cuerpo la castidad, sin consentimiento de su voluntad –como fueron, en particular, los casos de esas mujeres violadas por los bárbaros en la toma de Roma–,no la ha perdido moralmente, pues sigue siendo inocente y no ha de vivir deshonrada. Al amparo de la religión, completó su piadosa estrategia extendiendo el ‘No matarás’ del Decálogo a la propia vida. Este hecho, por decirlo de algún modo, coyuntural, que asentaría las bases de la concepción cristiana de la libertad humana asociada a la prohibición de quitarse a sí mismo la vida, sería fantásticamente condensado por P.L. Landsberg en la idea de que el hombre “es aquel ser que

 

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