Géneros | 29 NOV 05

Cuando la mujer manda

Nace un varón. No hace falta demasiada ciencia para dar detalles: cabeza, tronco, extremidades y un aparato reproductor que está a la vista.

Por Ricardo Coler

Nace una niña. Con la cabeza, el tronco y las extremidades no hay inconvenientes, pero, al querer terminar de describirla, aparece la primera discusión. No es tan importante saber qué tiene o si hay algo que le falta: lo notable es que al cuerpo de una mujer hay que completarlo con palabras.

¿Qué significa esto? Que las formas no son, de por sí, ni tan eficaces ni tan contundentes. La gente habla, piensa, opina y esas capacidades son tan estructurales como tener un cuerpo. ¿Por qué será que nos aferraremos tanto a la anatomía si justamente el lenguaje, el pensamiento y la opinión son los que, por naturaleza, nos diferencian de los animales?

Como esto intranquiliza, hay que tener templanza para evitar la visita de las dos parejas que siempre están dispuestas a darnos una visión rápida de todo lo que ocurre sobre la faz de la Tierra. Me refiero al bien y al mal y a lo sano y lo enfermo.

Si el sujeto en cuestión nació con órganos masculinos, por alguna razón debe ser, y está muy mal oponerse a esa razón. Además, todo órgano cumple una función y es enfermizo no atenderla. Como si el cerebro no fuera un órgano.

La verdad es que un poco de miedo da. Aceptamos que para todo hay un motivo y, aunque ese motivo no sea claro, como viene de arriba, mejor hacer buena letra. La moral y la ciencia parten del supuesto de que todo tiene que coincidir. A cualquier precio, pero coincidir.

Si el cuerpo que nos ha tocado en suerte es el cuerpo de una mujer, está muy bien y es muy saludable comportarse como una de ellas. Cumplir con lo que toda mujer debe. Fantástico. Por fin la entrada al paraíso parece algo simple. El problema se presenta cuando, en esta época, queriendo hacer lo correcto, tratamos de averiguar qué es ser y comportarse como una mujer. ¿Será ser madre? Muchas mujeres ni siquiera lo pretenden. ¿Qué te gusten los hombres? La extensa lista de varones con igual inclinación les quita la exclusividad. ¿Ocuparse de la casa? Si además trabajan, no parece muy justo. Como nada de esto alcanza y la referencia que nos da el cuerpo de la mujer es una hendidura, un vacío, un espacio, mientras tratamos de saber si en verdad ahí hay algo o no hay nada, la pregunta pica y, acuciante, exige una respuesta. Como en tantos otros órdenes de la vida, cuando no hay certeza se arman debates, se definen corrientes y se escriben artículos, en este caso sobre género. Cuando intentamos definir lo femenino la entrada al paraíso, que antes parecía libre y gratuita, ahora resulta que tiene patovicas en la puerta. Y la dama, sin nada para mostrar, necesita convencerlos para que, llegado el momento, le franqueen la entrada. A un patovica, justo.

Hablar sobre género es, básicamente, hablar sobre la mujer. Ellas son las que nos obligan al replanteo. Entre mi tatarabuelo y yo hay muchísimas menos diferencias en la manera de pensar, en lo que nos entusiasma, nos indigna o nos calma que entre la tatarabuela de una mujer de mi generación y ella misma. Ahí sí que hubo cambios. Si desactivamos el pensamiento de lo que debería ser y miramos un poco lo que es, siempre habrá otro mundo que se abre.

Que coincida el cuerpo con la identidad sexual es lo que tendría que ser y, de hecho, es lo que es. Al menos, en la mayoría de los casos. Pero no en todos. Cuando no coincide, está mal o es enfermo. Esto implica que no sólo alguien se guarda la patente de lo que es bueno y sano, sino que además arrasa con el lugar, tan particular, q

 

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