La masculinidad en los tiempos modernos | 15 JUN 05

¿Qué les pasa a los hombres?

Desplazados del papel de proveedor absoluto del hogar por el avance femenino, los varones están desorientados.

Sin embargo, algunos ya han conseguido adaptarse a los nuevos modelos y ensayan con entusiasmo roles no convencionales Un especialista analiza el fenómeno, que a veces complica las relaciones amorosas

                               

A los 60 años, un hombre que desarrolló una exitosa vida profesional como médico decide reducir al mínimo su actividad y dedicar buena parte de su tiempo a la pintura; para ello, convierte su estudio en taller y se aboca a esta asignatura pendiente. Su familia (mujer, dos hijos, tres nietos) descubre en él una alegría, una vitalidad y una iniciativa desconocidas.

Un ejecutivo de 42 años, con grandes posibilidades de ascender a un puesto muy alto en la cadena hotelera en la que se desempeña, abandona de un modo inesperado su carrera por la nueva posición (en la que participan, aunque con menos posibilidades, otros dos colegas) y anuncia que se retirará de la profesión. El y su mujer, arquitecta, han decidido mudarse, con sus dos hijos adolescentes, a un pueblo del interior, donde administrarán la pequeña chacra que acaban de comprar. La iniciativa ha sido de él, que deseaba compartir más tiempo y proyectos con ella y estar más presente en la vida de sus hijos.

Un joven músico, de 28 años, que toca en un grupo de jazz y dicta clases en forma privada, se encarga del manejo de su casa y prepara la cena cada noche de la semana para esperar a su pareja. Ella es asistente ejecutiva y trabaja todo el día en una empresa farmacéutica.

Un empresario de 37 años, dueño de su propia compañía de servicios gráficos, ha decidido trabajar sólo hasta las tres de la tarde. Ha preparado a alguien para que quede al frente de las decisiones. Por la tarde, él busca a sus hijos en el colegio, les prepara la merienda y el baño, los ayuda en sus tareas y, cuando las hay, acude a las reuniones de padres en la escuela. Su esposa retomó, en esos horarios, sus estudios de economía.

Un agente inmobiliario de 39 años, divorciado hace ocho luego de una experiencia matrimonial de dos años, afronta una crisis emocional. Viene de sufrir decepciones porque aspira a construir un vínculo de compromiso y armonía con una mujer, pero no encuentra una compañera afectiva para ese proyecto. Según él, las mujeres parecen estar más concentradas en aspiraciones profesionales y sociales que en proyectos para construir una intimidad de a dos.

¿Cómo encajan estos hombres dentro de la masculinidad de nuestros días? ¿La representan? ¿Son excepciones? ¿Son, peor aún, anomalías? Una cosa es cierta: no son mayoría. Y otra: son un síntoma. Cada uno de ellos podría ser visto como el emergente de muchos otros, minoritarios pero innumerables, como el denunciante de necesidades, deseos, búsquedas, aspiraciones que los varones están comenzando a explorar. Lo hacen con dificultades, con temores, con trabas ancestrales, con dudas y, en ciertos casos, también con urgencias.

A partir del siglo XVIII, cuando la Revolución Industrial cambió la organización de la producción económica, se instaló un modelo de masculinidad. Así como siempre le había tocado ir a los campos de batalla a combatir, ahora al varón se lo convocaba a las fábricas (hijas flamantes de la energía de vapor), a producir. Se acababa la familia como unidad económica que se dedicaba en conjunto a una tarea, agrícola o artesanal. Ahora los hombres irían a las fábricas, serían ellos los encargados de producir y, por lo tanto, de aportar económicamente al hogar, a través del salario, mientras las mujeres se dedicarían a la crianza, la educación y la salud de los hijos, y a la administración del hogar.

Para dedicar toda su energía y disponibilidad a la producción (como a la guerra), el varón "debía" disociarse de su mundo emocional. El miedo, la tristeza, la duda, la ensoñación, distraen, quitan fuerzas; son, desde entonces más que nunca, "debilidades femeninas". Así como evolucionó la técnica y se consolidó la sociedad industrial a partir de aquel fenómeno social, también se consolidó, hasta convertirse en estereotipo, aquel perfil del varón. Definitivamente instalado en el mundo externo (fuera del hogar, fuera de sus emociones), el varón debió hacerse competidor, calculador, controlador, ejecutivo, decidido, físicamente fuerte, racional y, visto desde la contracara, impiadoso, insensible, acorazado. Una vez instalado este modelo, se comenzó a llamar "masculino" a todo aquello que lo representaba y "femenino" a su contrapartida (la ternura, la receptividad, la duda, la sensibilidad, el miedo, la pasividad, la vulnerabilidad, la intuición).

El paso siguiente consistió en hablar de la "naturaleza masculina" y la "naturaleza femenina", adjudicando origen natural a lo que es una construcción social y cultural. Si lo que llamamos "femenino" y "masculino" fuera natural, probablemente habría más armonía, menos enfrentamiento y menos desacuerdo entre varones y mujeres. Desde los años 60, las mujeres comenzaron a cuestionar vivencial y existencialmente los lugares fijos de la "masculinidad" y la "feminidad", y contribuyeron, aunque no exclusivamente, a transformar las costumbres sexuales, los modelos de pareja, los patrones familiares y buena parte del panorama social y económico. Acaso lo hicieron porque, si bien los modelos rígidos afectaban a ambos por igual, disociándolos de una mitad de su ser, ellas estaban en un espacio más reducido, el doméstico, aunque más en contacto con sus necesidades emocionales.

Los varones no acompañaron esa danza: realizaron sus propios pasos. Y el final del siglo XX los encontró en crisis con su propia condición.

Nuevos escenarios

En el mundo contemporáneo, muchas cosas que le estaban garantizadas al varón para desempeñarse como tal y recibir su certificado de hombría cambiaron sustancialmente. Entre ellas:

No hay un lugar asegurado para el varón joven que se inicia en el mundo del trabajo. El hombre productor carece, entonces, de base firme para ejercer su rol.

Antes, cuando un varón cumplía los mandatos y alcanzaba un desarrollo económico o profesional, podía confiar en que éste sería permanente. Hoy no. Nadie está seguro en ningún tramo de la cadena productiva.

El papel de proveedor económico, que le estaba destinado al varón y que, si bien lo privaba de experiencias emocionales, le daba poder en el plano familiar y social, ha probado no ser una exclusividad masculina. Por necesidad o por elección, las mujeres se mostraron como productoras y proveedoras económicas.

Las certezas, una herramienta esencialmente masculina para manejarse en el mundo, han desaparecido para dar paso a la incertidumbre.

La sexualidad dejó de ser como la ejercían los varones. Desde la píldora en adelante, las mujeres recuperaron la propiedad de su cuerpo, de su deseo, y con ello, la de su propia iniciativa sexual. Ya no se trata de una relación sujeto activo-objeto pasivo, sino de un intercambio y de una exploración conjunta, a la que el varón contemporáneo no ha sabido ni podido adaptarse, aun mediante un replanteo de su propia sexualidad, tradicionalmente basada en el rendimiento (como tantos otros aspectos de su vida).

En los nuevos modelos familiares desaparecieron los roles rígidos con funciones estrechas y, por lo tanto, el lugar del padre ya no puede ser ejercido mediante la aplicación automática de la autoridad. Debe ser reocupado, redefinido y resignificado mediante una presencia activa, física y emocional, para la cual los hombres adultos de hoy carecen, en su mayoría, de modelos traídos de su experiencia como hijos.

Hacia los años 60, precisamente, la escritora Esther Vilar, argentina, formada y residente en Alemania, estimuló discusiones y revisiones con su descripción del varón domado

 

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