Por el Dr. Esteban Crosio | 03 DIC 23

Del otro lado de la piel

Entre la ciencia y el milagro: Las complejas emociones de un nacimiento,
Autor/a: Esteban Crosio 

“Ser padre consiste en dejarse ganar hasta
el día en que la derrota sea verdadera”
Alejandro Zambra

- Te tendría que internar. Sí, las voy a internar.

En ese efímero segundo que se tomó entre ambas frases, la doctora Noelia repasó la cantidad e intensidad de las contracciones, el grado de permeabilidad del cuello uterino, la anemia crónica de Gisela y otros detalles no menores como las 26 semanas del primer embarazo en curso. Siempre valoré el temple de mi amiga para tomar decisiones pero nada pudo evitar el miedo inesperado y reprimido de aquella tarde. Nadie acepta fácilmente la idea de ser padre atormentado de incertidumbres.

***

- A ver mamá, vamos a hacer un pinchacito en la cola para que la bebé respire mejor.

El diminutivo les da impunidad a demasiadas cosas. No era un simple “pinchacito” el de la enfermera. Una aguja filosa y brillante iba a atravesar el glúteo derecho e introduciría un corticoide gelatinoso que genera un espasmo escalofriante que se irradia por toda la pierna durante una eternidad. Yo solo miraba. Tenía la mente en el dolor de Gisela y estaba agobiado por la idea de que mi hija, una criatura que no llegaba a los 900 gramos, se adelantara a las fechas previstas. No, no quería hacerles falsas promesas a las cunas de acrílico de Neonatología o caer en el desconsuelo de los embarazos que terminan en brazos vacíos. No y no. Me negaba por dentro como un nene encaprichado que no asume la verdad.

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Ya de alta en nuestro hogar improvisado, un cóctel de fármacos para inhibir las contracciones del útero, hierro en comprimidos y paracetamol S.O.S ocupaban las alarmas del celular de Gisela. Mi reloj biológico se anticipaba a esos sonidos y muchas veces le alcanzaba a la cama el blíster correspondiente y un vaso con agua antes que suene el recordatorio. Lolo refregando su hocico canoso se transformaba en acompañante terapéutico para cumplir la orden: reposo absoluto. Gise tachaba horas creando hermosos juguetes de lana o con alguna serie mala de Netflix y un mate cocido. Cada semana que pasaba sin que Olivia amague nuevamente a salir era un partido de Mundial ganado.

Semana 40 y 2 días: “Noelia, no doy más”. Gisela entró al control arrastrando los pies y cargando en su vientre a Olivia, que ya no era una criatura sino una muñeca 5D hiperactiva que, según la última ecografía, superaba los 3250 gramos. En las imágenes se escondía, hacía trompita y volvía a esconderse. Bella como la madre y terca como el padre. Los niños son tan impredecibles que desde la panza te manejan la existencia. Del mayor de los sustos a tener que desalojarla del más cálido hotel. Parecía un simple trámite poner fecha de inducción aunque en realidad era como elegir cuándo jugar la Final del Mundo. Sí, mientras las mujeres ponen el cuerpo, nuestra mononeuronalidad masculina construye analogías con cualquier cosa relacionada a una pelota de fútbol.

***

El martes a la mañana llegamos al hospital con una valija carry on con pañales talle 1, toallas y ropa ultra diminuta para estrenar. En mi mochila tenía los papeles para el ingreso y todas las cosas que no iba a necesitar, una colección de “llevo esto por las dudas” como ilusión de control. Nos mirábamos con Gise en silencio, transmitiéndonos una ansiedad contenida difícil de explicar. Era cuestión de entregarse a la utopía de intentar disfrutar.

El monitoreo fetal sonaba a ritmo de orquesta electrónica y Noelia decidió empezar con el goteo de oxitocina. “Chicos, aprovechen ahora para dormir y relajarse que después del mediodía vas a estar más dolorida”, nos dice antes de retomar sus pacientes de consultorio. ¿Dormir? ¿Relajarme? Solo atiné a comentarle a Gise que me avise por lo que sea que necesite, me puse los auriculares y saqué uno de los libros que había llevado para hojear.

Las contracciones aumentaban y las horas pasaban pero la dilatación no progresaba de la manera deseada. Un grandote de metro noventa y ambo amarillo entró a la habitación. Era Ulises, el anestesiólogo, preparado para dar la primera estocada en la espalda baja de Gisela: la famosa peridural. Noelia volvió más tarde decidida a romper la bolsa amniótica. Cuando las puertas de la habitación se abren y cierran más seguido, cuando el desfile de gente crece, uno empieza a percibir que el panorama no es muy alentador.

***

El terremoto fue aquella semana 26 de amenaza prematura de parto, internación de 5 días incluida. Luego vinieron las réplicas, la sensación casi constante de convivir con otro temblor, otra noticia o diagnóstico que siga destruyendo la mentirosa burbuja del embarazo perfecto. Hasta que llegó un nuevo sismo. Los labios fruncidos y el leve movimiento horizontal de la cabeza delataron la situación. “Es meconial Gisela, no la pienso arriesgar a la beba. Vamos AHORA a quirófano”. Mi hija se ahogaba con sus propios fluidos, Gise transpiraba esfuerzo tras esfuerzo y yo atónito tratando de acomodar la película con este nuevo fotograma.

 

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